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2020José Alfredo Uribe Salas. Especialista en historia de la Minería, la Metalurgia y la Geología de Mé-xico en el siglo XIX. jusalas@gmail.comPatricia Gómez Rey. Historiadora de la Geogra- fía mexicana en los siglos XIX y XX y especialista en historia de la educación científica. geografiafi-los@gmail.comRodrigo Vega y Ortega. Historiador de la cien-cia mexicana en los siglos XIX y XX, con énfasis en la fuente hemerográfica. rodrigo.vegayortega@hotmail.comLuz Fernanda Azuela Bernal. Especialista en his- toria de la Geografía, la Geografía y la Historia Natural mexicanas en el siglo XIX. lazuela@igg.unam.mxAndrés Moreno Nieto. Historiador de la ciencia mexicana en el siglo XIX, con especialidad en la historia de la Geografía. andresmorenohistoria@ hotmail.comConsuelo Cuevas Cardona. Historiadora de la ciencia mexicana en temas de Historia Natural y Biología en los siglos XIX y XX. cuevas@uaeh.edu.mxGraciela Zamudio Varela. Historia de la Botáni-ca y de la Zoología mexicanas en los siglos XVIII y XIX. gracielazamudio3@gmail.comRebeca Vanesa García Corzo. Historiadora de las Ciencias Naturales mexicanas en el siglo XIX e historia ambiental de Jalisco. revagarcia@yahoo.comFederico de la Torre de la Torre. Historia de la Ingeniería y la Tecnología mexicanas en el siglo XIX con énfasis en Jalisco. fdltorre@gmail.comAlberto Isaí Suárez. Historiador de la cultura y la sociedad coahuilense en el siglo XX. isaisua-rez87@gmail.comEstudios geográficos y naturalistas, siglos xix y xxS E R I E : T E X T O S U N I V E R S I T A R I O SG E O G R A F Í A P A R A E L S I G L O X X ILuz Fernanda Azuela BernalRodrigo Vega y OrtegaCoordinadoresGEOGRAFÍA PARA EL SIGLO XXI SERIE: TEXTOS UNIVERSITARIOSEstudios geográficos y naturalistas, siglo xix y xxEstudios geográficos y naturalistas, siglos xix y xx presenta nueve capítulos que rescatan, analizan e interpretan la memoria histórica en torno a la serie de trabajos geográficos y naturalistas que en los siglos xix y xx fueron desplegados por diversos actores de las ciudades mexicanas e incluso por extranjeros después de la Independencia y hasta su consolidación después de la Revolución Mexicana. A lo largo de siglo y medio, los ac-tores de la ciencia en varias regiones del país reorganizaron el entramado científico en distintas ocasiones dependiendo de las circunstancias políticas, sociales y económicas para hacer frente a las demandas del Estado y la sociedad, para lo cual se fundaron universidades, instituciones, laboratorios, colecciones, comisiones y agrupaciones, que se acompañaron de explicaciones en torno a la importancia del aprovechamiento de los recursos ambientales. Varios autores de este libro colectivo enfatizan el aspecto económico de las ini-ciativas científicas. Hay que tomar en cuenta que la apertura económica iniciada con la vida independiente de México requirió de la mejora de caminos, la determinación de la distancia entre centros de producción, consumo y exportación, la defensa de las fronteras y la búsqueda de materias primas para el despegue de la industria nacional y el comercio en el mercado extranjero. Para ello, se requería de los conocimientos y prácticas de los naturalistas y geógrafos que aquilatarían los recursos del país en tér-minos de la demanda económica al interior y exterior. De ahí que también arribaran viajeros buscando flora, fauna y minerales nativos para vender en sus países.Estudios de la geografía humana de MéxicoHéctor Mendoza VargasCoordinadorEspacios y prácticas de la Geografía y la Historia Natural de México (1821-1940)Luz Fernanda Azuela BernalRodrigo Vega y OrtegaCoordinadoresInfraestructuras de Datos Espaciales y Normatividad Geográfica en México: una perspectiva actualJesús Olvera Ramírez, Carlos Alberto Sara Gutiérrez, Marisol Mancera Cedillo, Héctor Daniel Reséndiz López y Luis Chias BecerrilActores y espacios de la geografía y la historia natural de México, siglos XVIII-XXLuz Fernanda Azuela BernalRodrigo Vega y OrtegaCoordinadoresEspacio, paisaje, región, territorio y lugar:la diversidad en el pensamiento contemporáneoBlanca Rebeca Ramírez Velázquez y Liliana López LeviGeografías feministas de diversas latitudesOrígenes, desarrollo y temáticas contemporáneasMaría Verónica Ibarra GarcíaIrma Escamilla-HerreraLa geografía y las ciencias naturales en algunas ciudades y regiones mexicanas, siglos xix-xxLuz Fernanda Azuela BernalRodrigo Vega y OrtegaCoordinadoresLuz Fernanda Azuela BernalRodrigo Vega y OrtegaCoordinadoresOTROS TÍTULOS DE LA SERIEEstudios geográficos y naturalistas, siglos xix y xx9 786070 296741ISBN: 978-607-02-9674-1geograficos_naturalistas_port.indd 1 19/02/18 12:20 p.m.Estudios geográficos y naturalistas,siglos xix y xxInstituto de GeografíaUniversidad Nacional Autónoma de MéxicoColección: Geografía para el siglo XXISerie: Textos universitarios, núm. 20México, 2017Estudios geográficos y naturalistas,siglos xix y xxLuz Fernanda AzuelaRodrigo Vega y Ortega(coordinadores)Estudios geográficos y naturalistas, siglos xix y xxPrimera edición, 17 de octubre de 2017D.R. © 2017 Universidad Nacional Autónoma de MéxicoCiudad Universitaria,Coyoacán, 04510 México, Cd. Mx. Instituto de Geografía,www.unam.mx, www.igeograf.unam.mxEditor académico: José Luis Palacio PrietoEditores asociados: María Teresa Sánchez Salazar y Héctor Mendoza VargasEditora emérita: Atlántida Coll-HurtadoEditor técnico: Raúl Marcó del Pont LalliProhibida la reproducción parcial o total por cualquier medio,sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.Esta publicación presenta los resultados de una investigación científica y contó con dictámenes de expertos externos, de acuerdo con las normas editoriales del Instituto de Geografía.Proyecto papiit núm. IN 302416“Las investigaciones geográficas y naturalistas en México (1786-1950)”Geografía para el siglo XXI (Obra general)Serie: Textos universitariosISBN (Obra general): 970-32-2965-4ISBN: 978-607-02-9674-1DOI: http://dx.doi.org/10.14350/gsxxi.tu.20Impreso y hecho en MéxicoEstudios geográficos y naturalistas, siglos XIX y XX / coord. Luz Fernanda Azuela y Rodrigo Vega y Ortega. -- Ciudad de México: UNAM, Instituto de Geografía, 2017.239 p.; (Geografía para el siglo XXI; Serie Textos universitarios: 20)ISBN 970-32-2965-4 (obra completa)ISBN 978-607-02-9674-1DOI http://dx.doi.org/10.14350/gsxxi.tu.201. Estudios geográfico – México – Siglos XIX – XX. 2. Estudios naturalistas - México – Siglos XIX – XX. I. Azuela Bernal, Luz Fernanda. II. Vega Ortega, Rodrigo. III Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Geografía. IV Serie.ÍndiceIntroducción…………………………………………………………………… 9Capítulo 1. Exploración y descripción del territorio minero………………… 15mexicano en el siglo xixJosé Alfredo Uribe SalasCapítulo 2. Por los derroteros de los estudios geográficos y la……………… 31cartografía de las costas mexicanas del siglo xix y principios del xxPatricia Gómez ReyCapítulo 3. El desarrollo institucional de la Cátedra………………………… 49de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867Rodrigo Vega y OrtegaCapítulo 4. México en el proceso de estandarización………………………… 83científico-técnica del siglo xix. El caso de los meridianos de referenciaLuz Fernanda Azuela y Andrés Moreno NietoCapítulo 5. Dos naturalistas suizos en México (1855-1882)………………… 109Consuelo Cuevas-CardonaCapítulo 6. La práctica botánica de Alfredo Dugès………………………… 121a través de la red de naturalistas decimonónicosGraciela ZamudioCapítulo 7. Adolphe Boucard (1839-1905)…………………………………… 135y las apropiaciones de la naturaleza mexicanaRebeca Vanesa García CorzoCapítulo 8. Geología y nuevos materiales de construcción:………………… 151el suelo de Guadalajara en la mira del inventorGenaro Vergara, finales del siglo xixFederico de la Torre,de la TorreCapítulo 9. La difusión y la divulgación de las ciencias naturales…………… 181en El Ateneo. Revista Estudiantil (Saltillo, Coahuila, 1920-1939)Rodrigo Vega y Ortega y Alberto Isaí Suárez PérezFuentes……………………………………………………………………… 211IntroducciónEl estado actual de las ciencias naturales y geográficas de México se asienta en una amplia tradición científica en cuanto al desarrollo de conocimientos y prácti-cas por parte de distintos actores de ambas. Estos se remontan al último tercio del siglo XVIII, cuando se naturalizó la ciencia ilustrada en la Nueva España a través de varias instituciones patrocinadas por la Corona española y, en particular, a partir de las actividades de la Real Expedición Botánica (1786-1803) desplegadas en varias regiones. Gracias a los expedicionarios se erigieron establecimientos en la Ciudad de México, como el Real Jardín Botánico y su Cátedra, y el Gabinete de Historia Natural, además de que los novohispanos en otras ciudades entabla-ron un diálogo con los peninsulares en cuanto a las características del territorio y la naturaleza del virreinato. Instituciones y diálogos que se mantuvieron activos en el siglo XIX.Entre 1821 y 1939, la geografía y la historia natural fueron disciplinas de amplio interés para los grupos en el poder y la sociedad en general, pues se consi-deraba que el Estado carecía de futuro si no se escudriñaba racionalmente el terri-torio y los recursos que poseía. De ahí que desde la independencia mexicana, am-bas ciencias estuvieran en la confección de los proyectos políticos, económicos, educativos, industriales y culturales en los niveles regional, municipal y nacional.En el último cuarto del siglo XIX se efectuaron cambios en la estructura organizativa de la ciencia mexicana en varias ciudades del país, que condujeron a la institucionalización de las investigaciones geográficas y naturalistas en orga-nismos de nuevo cuño, al tiempo que sus prácticas se enlazaban con los proyectos científicos de las metrópolis europeas. Todo ello dio lugar a que la ciencia mexicana alcanzara un esplendor inédito durante el gobierno de Porfirio Díaz, que se ma-nifestó en una gran producción científica, así como en su reconocimiento a nivel internacional. Después de la Revolución Mexicana, las ciencias geográficas y na-turales vivieron una nueva fase de auge institucional en el marco de las universida-des públicas y el Estado posrevolucionario en prácticamente cada entidad federal.Estudios geográficos y naturalistas, siglos XIX y XX presenta nueve capítulos que rescatan, analizan e interpretan la memoria histórica en torno a la serie de trabajos geográficos y naturalistas que en los siglos XIX y XX fueron desplegados por di-10 . Luz Fernanda Azuela y Rodrigo Vega y Ortegaversos actores de las ciudades mexicanas e incluso por extranjeros después de la Independencia y hasta su consolidación después de la Revolución Mexicana. A lo largo de siglo y medio, los actores de la ciencia en varias regiones del país reor-ganizaron el entramado científico en distintas ocasiones dependiendo de las cir-cunstancias políticas, sociales y económicas para hacer frente a las demandas del Estado y la sociedad, para lo cual se fundaron universidades, instituciones, labo-ratorios, colecciones, comisiones y agrupaciones, que se acompañaron de explica-ciones en torno a la importancia del aprovechamiento de los recursos ambientales. Varios autores de este libro colectivo enfatizan el aspecto económico de las iniciativas científicas. En efecto, hay que tomar en cuenta que la apertura eco-nómica iniciada con la vida independiente de México requirió de la mejora de caminos, la determinación de la distancia entre centros de producción, consumo y exportación, la defensa de las fronteras y la búsqueda de materias primas para el despegue de la industria nacional y el comercio en el mercado extranjero. Para ello se requería de los conocimientos y prácticas de los naturalistas y geógrafos que aquilatarían los recursos del país en términos de la demanda económica al interior y exterior. De ahí que también arribaran viajeros buscando flora, fauna y minerales nativos para vender en sus países. Este libro forma parte de la colección “Geografía para el siglo XXI” del Insti-tuto de Geografía, en que se han publicado otros libros apoyados por la Dirección General de Apoyo al Personal Académico (DGAPA-UNAM) a través del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT), como La geografía y las ciencias naturales en el siglo XIX mexicano (2011), Naturaleza y territorio en la ciencia mexicana del siglo XIX (2012), Espacios y prácticas de la Geo-grafía y la Historia Natural de México (1821-1940) (2014), Actores y espacios de la Geografía y la Historia Natural de México, siglos XVIII-XX (2015) y La Geografía y las ciencias naturales en algunas ciudades y regiones mexicanas, siglos XIX-XX (2016). El presente libro continúa con la reflexión histórica de carácter colectivo en torno al desarrollo de la geografía y la historia natural a través de la caracterización de las prácticas científicas de ambas disciplinas y el análisis de sus producciones intelectuales. Los capítulos de este libro muestran la participación de las élites urbanas de la sociedad mexicana en la práctica de ambas ciencias desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX, y destacan la diversidad de ámbitos en los que se desarrollaron, así como las peculiaridades y marcas que explican sus prácticas científicas. Este libro se encuentra organizado de forma cronológica, con excepción de dos capítulos generales que inician la obra colectiva, que corresponden a los estu-dios históricos presentados por José Alfredo Uribe y Patricia Gómez Rey.Introducción . 11José Alfredo Uribe Salas contribuye con el capítulo titulado “Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo XIX”, que dejar ver el in-terés de la élite por el conocimiento y la práctica científica de los naturalistas e ingenieros de minas del siglo XIX que exploraron el territorio mexicano, lo descri-bieron y lo conceptualizaron en un dilatado proceso de adecuación científica. Se parte de la premisa de que estos fueron quienes emprendieron el reconocimiento “sistemático” de las regiones del México independiente, y los que formularon por primera vez descripciones acotadas de los espacios geográficos, las particularida-des de flora y fauna, y la estructura de sus recursos minerales. Patricia Gómez Rey analiza las investigaciones ambientales en torno a las cos- tas mexicanas en el siglo XIX y principios del siglo XX, donde revela la importan-cia estratégica y económica que estas revestían para la nación. Además del interés que habían manifestado los políticos mexicanos por conformar una representa-ción del país en su conjunto, unidad y diversidad, este trabajo revela que entre 1820 y 1910 también se dieron a la tarea de elaborar estudios que cuantificaran los recursos naturales costeros y su vocación portuaria para desarrollar el comer-cio internacional. Estos fueron elaborados por una diversidad de autores, en la que destacan amateurs y profesionales de la ciencia, quienes legaron a la sociedad mexicana un rico acervo de bibliografía geográfica sobre los litorales del país.En cuanto a los estudios de caso con una periodicidad limitada que confor-man este libro, Rodrigo Vega y Ortega presenta “El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867”, en que se analiza el proceso de consolidación de esta institución científica mediante las leyes y la normatividad oficial que modificaron tanto los contenidos curriculares que se enseñaban en ella como su ubicación en la red de establecimientos científicos capitalinos dedicados a la generación de nuevos cuadros de profesionales, además de su relación formal con algunos de estos en ciertos momentos del siglo XIX. El estudio de Luz,Fernanda Azuela y Andrés Moreno, titulado “México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo XIX. El caso de los me-ridianos de referencia”, aborda el uso de los “meridianos cero” en México en la práctica cartográfica y geográfica hasta el año de 1884 cuando la Conferencia del Primer Meridiano y del Día Universal colocó a Greenwich como el meridiano de origen. Para dicho objetivo se presenta una breve revisión histórica de los diversos meridianos usados en la cartografía del territorio, presentando a los actores invo-lucrados y haciendo patentes los posibles intereses negociados en su utilización.Sobre el desarrollo de las ciencias naturales en el siglo XIX, Consuelo Cuevas Cardona se adentra en la impronta de los naturalistas suizos Henry de Saussure y Francisco Sumichrast que visitaron México entre 1855 y 1882. Ambos son un 12 . Luz Fernanda Azuela y Rodrigo Vega y Ortegaejemplo de la manera “imperialista” de actuar de numerosos europeos que lle-garon a los países latinoamericanos y caribeños para conocer el “nuevo mundo”. Ambos naturalistas valoraron a México tanto como un edén de exuberante y de sorprendente belleza como un lugar de gran desorden natural en el que la vege-tación crecía abrumadora y amenazante, lleno de animales ponzoñosos y fieras dispuestas a arrojarse sobre todo aquel individuo que pasara cerca. Este análisis retoma la literatura de viaje decimonónica producto de los naturalistas europeos. En “La práctica botánica de Alfredo Dugès a través de la red de naturalis-tas decimonónicos”, Graciela Zamudio registra la amplia red intelectual de la que formó parte este naturalista francés avecindado en México. Dicha red sirvió para el intercambio de datos, opiniones y resultados científicos sobre las especies mexicanas, en especial la flora del centro del país, que se integró a las colecciones nacionales y extranjeras, renovando sus contenidos epistémicos. Rebeca García Corzo desarrolla la obra del naturalista Adolphe Boucard (1839-1905) y las apropiaciones científicas que hizo de la naturaleza mexicana, como parte del grupo de viajeros naturalistas que se dedicaban a recolectar y clasificar especímenes para hallar su posición en el “orden universal”. Boucard es un ejemplo del tipo de zoólogo europeo que se interesaba por los novedosos ám-bitos latinoamericanos, sobre todo aquellos que resultaban más enigmáticos por el desconocimiento y ausencia de ejemplares en los lugares explorados hasta ese momento por los europeos, quienes los valoraban especialmente para acrecentar sus colecciones. Federico de la Torre examina el proceso de innovación científico-tecnológica que tuvo lugar en Guadalajara a partir de la práctica geológica y una incipien-te modernización en la actividad constructiva, durante la penúltima década del siglo XIX. El estudio establece el vínculo que existió entre el quehacer científico desplegado por ingenieros como Carlos F. de Landero y Mariano Bárcena, con el de otros profesionales de la ingeniería avocados a la industrialización de los mate-riales provenientes de las entrañas de la tierra como el ingeniero Genaro Vergara Castaños, en el marco de la consolidación de la Sociedad de Ingenieros de Jalisco y la Escuela de Ingenieros. Por último, a través del examen de El Ateneo. Revista Estudiantil (Saltillo, Coahuila, 1920-1939), Rodrigo Vega y Ortega y Alberto Isaí Suárez abordan el desarrollo de la cultura científica ligada al Ateneo Fuente, mediante la caracteri-zación de la circulación de temas científicos de interés para la comunidad estu-diantil y la sociedad coahuilense. La publicación fue un espacio para la expresión de algunos alumnos y profesores que buscaban dar a conocer tanto trabajos in-Introducción . 13éditos como transcripciones ya publicadas en otros medios, entre la comunidad profesional y académica del estado de Coahuila. Como en los libros anteriores ya señalados, los capítulos reflejan la hete-rogeneidad de fuentes históricas que son abordadas por los historiadores de la ciencia mexicana adscritos a diversas universidades del país. Los capítulos de este libro contribuyen a comprender de mejor manera las actividades de los grupos de naturalistas y geógrafos mexicanos en los siglos XIX y XX, y ponen de manifiesto sus aportaciones para la conformación de la red científica local e internacional, comprometida en el aprovechamiento de los recursos naturales y territoriales de cada región. A través de sus esfuerzos, el país cobró un dinamismo académico a la altura de algunas naciones europeas y americanas, que recibió el reconocimiento internacional. Luz Fernanda AzuelaRodrigo Vega y OrtegaCiudad Universitaria, a 20 de noviembre de 2016AgradecimientosLas investigaciones aquí presentadas forman parte de los estudios realizados en el proyecto PAPIIT núm. IN 302416: “Las investigaciones geográficas y naturalis-tas en México (1786-1950)”.Durante el desarrollo del primer año del proyecto participaron como beca-rios los siguientes alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México: José Daniel Serrano Juárez, Andrés Moreno Nieto, Juan Escobar Puente, José Bernardo Martínez Ortega, David Santos Mo-rín, Roberto Tecpa Galván, Atzayácatl Nájera Flores y Balam Martínez Pabello. Agradecemos el apoyo del Instituto de Geografía y de su director, el Dr. Manuel Suárez Lastra, para la realización de las investigaciones. Expresamos también nuestra gratitud a las sucesivas coordinadoras de la Biblioteca “Antonio García Cubas” del Instituto de Geografía, la Mtra. Concepción Basilio Romero y la M. en B. Antonia Santos Rosas, por su valioso apoyo en la localización de la bibliografía. De igual manera, reconocemos el invaluable apoyo de quienes con-forman la Sección Editorial del Instituto y a los editores académicos.Capítulo 1. Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix1José Alfredo Uribe Salas2Universidad Michoacana de San Nicolás de HidalgoIntroducciónEn años recientes la historia de la ciencia ha puesto en el centro de sus considera-ciones el concepto de territorio como una herramienta, tanto teórica como con-ceptual, capaz de desbordar los límites fronterizos del pensamiento geográfico (geografía física, teoría del análisis regional o de la geografía crítica), y que busca explicar las relaciones vinculantes de los fenómenos naturales en su dimensión espacial y los acontecimientos sociales en el curso de la época moderna. El debate académico sobre el concepto es largo y prolijo por la intervención de variadas disciplinas que han arrojado una pluralidad y diversidad de pensamientos y op-ciones metodológicas para desbrozar el escenario que aquí se denomina “relacio-nes vinculantes en su dimensión espacial” (Bosque Maurel, y Ortega Alba, 1995; Diego Quintana, 2004; Goncalvez Porto, 2001). En ese proceso de construc-ción de conocimientos también se encuentra implícita la circulación de estos en 1 Esta investigación es parte del proyecto PAPIIT núm. IN 302416: “Las investigaciones geo-gráficas y naturalistas en México (1786-1950)”. Responsable Dra. Luz Fernanda Azuela, Ins-tituto de Geografía-UNAM.2 Doctor en Historia y Geografía por la Universidad Complutense de Madrid. Investigador titular de la Facultad de Historia de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Investigador Nacional Nivel II, y miembro de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC). Sus estudios se han centrado en la historia económica, de la ciencia y la tecnología de los siglos XIX y XX. Esta investigación es parte del proyecto Historia social de la ciencia. La minería como objeto de estudio y los inicio de la Geología y la Paleontología mexicana, siglos XIX, Consejo de la Investigación Científica, UMSNH, 2016. Responsable José Alfredo Uribe Salas; Ciencia y espectáculo de la Naturaleza. Viajes científicos y museos de Historia Natural. Investigador principal: Miguel Ángel Puig Samper,Mulero. Referencia: HAR2013-48065-C2-2-P. Madrid, España, 2015-2016.16 . José Alfredo Uribe Salasespacios de negociación entre distintos actores locales que, en su temporalidad histórica, se apropian del territorio y lo modifican dependiendo de la escala de interacción motivada por múltiples intereses. Se trata, y ese es el punto, de una construcción histórica, social y simbólica preñada de conocimientos empíricos (temporales y circunstanciados) que ayuda a la comprensión e interpretación de una realidad física humanizada (Auge, 2008; Harvey, 2004; Hiernaux, 1999; Hiernaux y Lindon, 1996: 89-109; Santos, 2000).En ese sentido, el presente trabajo se propone analizar tanto el conocimiento como la práctica científica de los naturalistas e ingenieros de minas del siglo XIX que exploraron el territorio mexicano, lo describieron y lo conceptualizaron en un dilatado proceso de adecuación. Se parte de la premisa de que fueron ellos quienes emprendieron el reconocimiento “sistemático” de los territorios del Mé-xico independiente, y los que formularon por primera vez descripciones acotadas de los territorios geográficos y etnográficos, las particularidades de flora y fauna de determinados nichos ecológicos, y la naturaleza y estructura de sus recursos minerales. Su práctica científica desde la llamada Historia Natural contribuiría a formular los cimientos de diversos sistemas de conocimiento de la realidad na- tural y social, y procesos de socialización del saber, cada vez más amplios, a través del establecimiento de instituciones de educación, asociaciones, museos, biblio-tecas, periódicos y revistas3 (Uribe Salas, 2015: 105-130; Díaz de Ovando, 1998: vols. I, II, III; Morelos, 2012).¿Quiénes integraban a ese sector social de escritores, editores y lectores, y las redes de intereses y compromisos que forjaron? ¿Cuál era su formación académi-ca, desempeño profesional, aportes a la circulación de saberes y/o concreción de objetos conceptuales y tecnológicos? ¿Cuál fue el papel que ejercieron en la orga-nización empresarial y en los procesos técnico-científicos de producción? Existe ya una literatura que busca dar respuestas a las interrogantes planteadas (Bazant, 1984; Paz Ramos y Benítez, 2007; Morelos, 2012; Flores, 1989, 2015; Gámez y Escalante, 2015; Uribe, 2015), pero se requieren de otros estudios dirigidos a conocer y explicar que el conocimiento es siempre el resultado de la conjugación de múltiples saberes locales que se encuentran circulando a través de cuerpos, ob- jetos y textos, provenientes de diferentes fuentes, espacios y culturas. 3 Anales Mexicanos de Ciencias, Literatura, Minería, Agricultura, Industria y Comercio en la República Mexicana, por una reunión de personas dedicadas a estos ramos, que desean dar a conocer mejor a su país en el extranjero con verdad y exactitud y promover entre sus compatrio-tas la mayor ilustración basada en la verdadera moralidad, México, Imprenta de Andrade y Escalante, 1860. Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 17En la aproximación a esa problemática he considerado a un grupo repre-sentativo de naturalistas e ingenieros mexicanos integrado por profesionales de botánica, mineralogía, paleontología y geología, que participaron en diversas ins-tituciones de educación, asociaciones científicas, comisiones oficiales y proyectos gubernamentales. A ese grupo pertenecieron Trinidad García de la Cadena (1811- 1886), Antonio del Castillo (1820-1895), Gumesindo Mendoza (1829-1883), Mi-guel Velázquez de León (1830-1890), Francisco Díaz Covarrubias (1833-1889), Santiago Ramírez (1836-1922), Alfonso Herrera (1838-1901), Antonio Peñafiel (1839-1922), Manuel María Villada (1841-1924), Jesús Sánchez (1842-1911), Mariano Bárcena (1842-1899), Manuel Urbina y Altamirano (1844-1906), José Ramírez (1852-1904), José Guadalupe Aguilera (1857-1941), Gabriel Alcocer (1864-1916), Jesús Galindo y Villa (1867-1937), Ezequiel Ordóñez (1867-1950), entre otros. Este grupo de profesionales de la ciencia recorrieron el extenso terri-torio mexicano, interactuaron con los saberes y experiencias locales, y sus estu-dios fueron publicadas en los periódicos y revistas más importantes y de mayor circulación en México, entre las que destacan, desde luego, el Boletín de la Socie-dad de Geografía y Estadística de la República Mexicana; La Naturaleza. Periódico Científico de la Sociedad Mexicana de Historia Natural; Anales del Museo Nacional de México; El Minero Mexicano; Anales del Ministerio de Fomento de la República Mexicana; Memorias de la Sociedad Científica Antonio Alzate; Anuario de la Aca-demia Mexicana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, correspondiente de la Real de Madrid; Anales de la Asociación de Ingenieros y Arquitectos de México; Boletín de Agricultura Minería é Industrias publicado por la Secretaría de Fomento; Boletín del Instituto Geológico de México, entre muchos más (Berberena y Blok, 1986: 7-26; Ayala, 1993; Saldaña y Azuela, 1994: 135-172).Las revistas y periódicos que hemos enumerado fueron un agente activo en la propagación de conocimiento sobre diversos tópicos de la naturaleza (geográfi-cos, botánicos, geológicos, mineralógicos, sistemas hidráulicos, técnicas y tecno-logías, etcétera), y ayudaron a forjar intereses y relaciones diferentes entre quienes editaban, escribían y leían (Chartier, 2005: 11-12). Ese entramado de intereses comunes colocaría a los hacedores de la modernidad científica en inmejorable po-sición frente al Estado, el más interesado en dar cauce al ensanchamiento de las actividades productivas, y con los empresarios, que demandaban innovaciones or- ganizacionales y técnico-científicas para sus actividades y negocios.El presente trabajo busca delinear tres rutas de aproximación a la escala de interacción social de los problemas planteados: diversidad, entrecruzamiento e hi- bridación de los saberes; el concepto de territorio en la obra de los naturalistas e ingenieros, y el papel de los ingenieros en los procesos de innovación técnico-18 . José Alfredo Uribe Salascientífica. La propuesta metodológica sigue los lineamientos expuestos por Henri Lefebvre quien considera que el espacio es un producto que vincula el espacio físico, las relaciones sociales y las mentalidades (Lefebvre, 1992).Diversidad, entrecruzamiento e hibridación de los saberesLos naturalistas e ingenieros mexicanos fueron, en el largo siglo XIX, el mayor vínculo entre el territorio y las actividades mineras. El ingeniero militar Luis Robles Pezuela4 (Cárdenas de la Peña, 1979: 277) aseguró en 1866 que una de las ciencias de más útil aplicación en nuestro país es la geografía… Dueños de una extensión de más de ciento catorce mil leguas cuadradas (200.000,000 hectáreas), bañadas al Este por el Atlántico y al Oeste por el Pací-fico; limitados al N. por terrenos inmensos, ricos por lo general en los tres reinos de la naturaleza; ceñidos al S. por una parte estrecha del continente, en donde se encuentran ríos navegables que convidan a establecer una fácil comunica-ción interoceánica; y dotados ampliamente por la naturaleza de una inmensa variedad de climas, parece que no sería necesario más de la voluntad para hacer de nuestro territorio el país más rico del mundo. Pero para poder explotar con ventajas estos elementos, es necesario conocerlos, ponerlos en acción; en suma, sembrar para cosechar. Sin el gasto de fuertes sumas empleadas en comisiones científicas que se ocupen en hacer levantamientos geodésicos, en situar puntos astronómicos, en ejecutar nivelaciones, en hacer observaciones meteorológicas y reconocimientos geológicos y de historia natural, nuestra geografía no podrá adelantar sino muy lentamente” (Robles Pezuela, 1866: 9-10).El ingeniero de minas Antonio del Castillo asentó en el inicio de La Natu-raleza, la necesidad de estudiar la historia física de la tierra, ya que en el caso de México sólo “algunos de nuestros,distritos mineros y sus alrededores” eran co-nocidos, pero la vasta extensión de su territorio “está esperando que los iniciados en las ciencias descifren por las medallas de la creación sepultadas en capas, las épocas a que pertenecen” (La Naturaleza, 1870: 4-5). Y en el ámbito de la mine-ralogía sugería la exploración de todos los estados mineros del país y la integra-4 Luis Robles Pezuela (¿?-Ciudad de México, 1882). Ingeniero militar. Fue ministro de Fo-mento de Maximiliano de Habsburgo desde noviembre de 1864 hasta el 3 de marzo de 1866. Liberal moderado.Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 19ción de colecciones, pues “aún nos falta la descripción mineralógica de muchos de nuestros distritos mineros” (La Naturaleza, 1870: 1-5). En esa interacción produjeron una diversidad de saberes, artefactos concep-tuales y técnico-científicos, que circularon a través de la prensa escrita en varias localidades. El periódico La Naturaleza, por ejemplo, recogió entre 1870 y 1914 cerca de cien artículos especializados sobre temas de mineralogía y geología como resultado del trabajo de exploración e investigación que se realizó en la mayor parte del territorio nacional (Tabla 1).Estado de la República Mexicana Número de estudiosEstudios generales a la República Mexicana 21Hidalgo 8Puebla 7Guerrero 8Jalisco 3Colima 1Michoacán 7San Luis Potosí 5Nayarit 2Durango 2Estado de México 8Baja California 1Guanajuato 6Sonora 1Chihuahua 3Zacatecas 1Veracruz 3Oaxaca 1Morelos 2D.F. 4Querétaro 1Tabla 1. Distribución espacial de los trabajos mineralógicos y geológicos publicados en La Naturaleza.Fuente: La Naturaleza, 1869-1914.20 . José Alfredo Uribe SalasA través de su adiestramiento profesional en los estudios geológico-mineros realizados en el Colegio de Minería, la Escuela Imperial de Minas y, finalmente, en la Escuela Nacional de Ingenieros, el grupo de ingenieros mexicanos redes-cubrieron nuevas vetas minerales y yacimientos de cobre, plomo, zinc, hierro en territorios hasta entonces vírgenes o poco trabajadas, circunstancia que cambiaría el rumbo de la minería mexicana abocada a los metales preciosos, oro y plata, en el centro del México, por los de uso y demanda industrial que se impuso al final del siglo ubicados mayormente en el norte del país (Uribe Salas, 2000: 311-330; Uribe Salas, 2013: 117-142). Pero quizá lo más significativo para el avance del co-nocimiento haya sido la conjunción de técnicas y saberes universales con el escru-tinio de la propia realidad que produjo un entrecruzamiento e hibridación de los saberes.5 El zoólogo Jesús Sánchez recoge con precisión ese fenómeno epistemo-lógico cuando dice que: “Al fijar los hechos, al aplicar los principios, al examinar las teorías, al discutir los resultados, al presentar los ejemplos, hemos procurado referirnos a nuestro país, sirviéndonos, ya de nuestros estudios propios, ya de los practicados por nuestros compañeros y compatriotas” (Sánchez, 1887-1890: 41).En ese proceso de exploración del territorio elaboraron descripciones deta-lladas de lo que veían y encontraban, apoyados en los saberes locales. Sin ser bo-tánicos o zoólogos dieron cuenta de las particularidades de la flora y la fauna de los lugares recorridos (Bárcena, 1895: 39-67; Castillo, 1849: 336-340; Ordóñez, 1894: 54-74; Puga, 1892: 86-96); experimentaron los afanes disciplinarios de la geografía y la geología histórica y la humanización de los territorios por la acción de la sociedad (Ordóñez, 1890-1891: 113-116; Ordóñez, 1890-1891: 239-242); dieron cuenta de los fenómenos sismológicos y la historia de las erupciones volcá-nicas (Bárcena, 1874: 240-248; Bárcena, 1887: 5-40; Ordóñez, 1894-1895: 183-196); realizaron estudios de cuevas y cavernas para responder preguntas sobre las fuerzas que lo originaban y la edad de la Tierra (Uribe y Valdivia, 2015). Pero el mayor interés de los naturalistas e ingenieros mineros mexicanos serían los pro- cesos de mineralización, como resultado de la descomposición de la materia or-gánica del suelo, y la conversión del nitrógeno orgánico en nitrógeno mineral, especialmente nitrato y amonio (Bárcena 1874-1876: 35-37; Bárcena, 1877-1879: 268-271; Castillo, 1864: 564-571; López Monroy, 1888; Vega y Ortega y García Luna, 2014: 147-169). 5 A los ingenieros mexicanos les tocó aprender los principios elementales de esas disciplinas en las poca obras o tratados disponibles en ese entonces, como los Elementos de Orictognosia o los Principios de Geología de Andrés Manuel del Río; y Paleontología en la obra de Alcide d`Orbigny. Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 21Mejor capacitados en los estudios geológico-mineros, avanzaron en la des-cripción topográfica del territorio, los sistemas hidrográficos, las aguas minerali-zadas y termales (Ramírez, Orozco y Berra, Cuatáparo, Manero, 1875), el origen de rocas y minerales, las propiedades de criaderos de azogue, ópalos, obsidiana, diamantes, linacita, bismuto, arsénico, cal hidráulica, criaderos de carbón, minas y criaderos de hierro, tobas calizas, noticia y descripción de las masas de hierro meteórico, y de piedras meteóricas caídas en México, estudios químicos de los minerales mexicanos, criaderos de grafita o plombagina, conteniendo las especies minerales dispuestas por orden de su composición química y cristalización, con arreglo al sistema del profesor Dana, observaciones sobre combustibles minera-les, tintura alcohólica de resina de Guayacán, empleada como reactivo para re-conocer los óxidos de manganeso y los carbonatos alcalinos, observaciones sobre las pegaduras que producen las mezclas binarias de selenio, antimonio, plomo y bismuto, y un largo etcétera (Aguilar y Santillán, 1898: 1-148; Olavarría y Ferra-ri, 1901: 1-170; Crespo y Martínez, 1903: 65-168).La exploración y descripción del territorio mexicano llevó a los ingenieros de minas a interesarse por problemas y cuestionamientos propio de las disciplinas de la geología y la paleontología. En los estudios geológico-mineros que efectuaron en afamados distritos y pequeños centros de minería, repartidos en la extensa se- rranía mexicana, los ingenieros mexicanos se hicieron de las herramientas con-ceptuales de la estratigrafía para determinar las formaciones sedimentarias y la presencia de rocas eruptivas, y en diferentes estudios describieron y dataron la pre- sencia de sustancias químicas y minerales con los parámetros del tiempo geológi-co de su formación; se sometió a discusión la presencia de los pórfidos cenozoicos y las rocas mesozoicas de México y sus fósiles característicos, descripción de crus-táceos fósil del género Spheroma (Spheroma Burkarti), descripción de un hueso labrado de llama fósil encontrado en los terrenos posterciarios de Tequixquiac, Estado de México, todo lo cual arrojó nuevos datos acerca de la antigüedad del hombre en el Valle de México, y abrió a la discusión una línea de investigación sobre la prehistoria del hombre en el continente (Uribe, 2016). Es evidente que hacia finales del siglo XIX los naturalistas e ingenieros mexi-canos habían documentado, a través de una colección de más de 6 000 fósiles, pertenecientes a la Comisión Geográfico-Exploradora, la correlación de las capas terrestres y el tiempo trascurrido, tomando en consideración la erosión, la se-dimentación, los terremotos y los volcanes que dieron pruebas de cómo habían sucedido los fenómenos geológicos. En el trabajo Fauna fósil de la sierra de Ca-torce, San Luis Potosí (Castillo y Aguilera, 1895), escrito en 1895 por Antonio del Castillo y José Guadalupe Aguilera, “se demuestra fehacientemente, mediante 22 . José Alfredo Uribe Salasuna detallada descripción de los fósiles, la presencia del Jurásico en México, la que sólo había sido indicada sin comprobación” (Gómez-Caballero, 2005: 154). Pero corresponde a José Guadalupe Aguilera el arduo trabajo de,sistematización de cuanto se había escrito y publicado en Nueva España y México. Sus trabajos Bosquejo Geológico de México (1896); Breve Explicación del Bosquejo Geológico de la República Mexicana (1897); Catálogos sistemático y geográfico de las especies mi-neralógicas de la República Mexicana (1898), y Reseña del desarrollo de la Geología en México (1905), entre otros, constituyen el puente científico y epistemológico entre los siglo XIX y el XX (Rubinovich Kogan, 1991: 10-119).Los conocimientos que arrojaron los estudios pusieron en mejor perspecti-va cultural la importancia y valor de las localidades, distantes de los centros de interpretación científica, con lo que los naturalistas mexicanos ensayarían otros esquemas conceptuales para definir el territorio. El ingeniero de minas Santiago Ramírez consideraba que no bastaba la teoría o los conocimientos científicos que se resguardaban en libros ni la transmisión de esos conocimientos a través de la enseñanza en las instituciones de educación, sino que esta debía contrastarse con los problemas reales a resolver, comenzando con el conocimiento y manejo de los aparatos y máquinas dispuestos en los centros de trabajo; los instrumentos de precisión para realizar mediciones físicas y los reactivos para los análisis químicos de las sustancias propios de los laboratorios; y por último, conocer de las coleccio-nes mineralógicas y de fósiles para determinar sus caracteres, estructura, compo-nentes, localización geográfica y estratigrafía de procedencia (Ramírez, 1892: 1). El concepto de territorio en la obra de los ingenieros de minasPara los ingenieros de minas mexicanos del siglo XIX, el concepto de territorio dejó de referir solamente a la soberanía o la jurisdicción política administrativa. En la medida en que exploraban el territorio nacional registraron una diversidad de características topográficas, orográficas, geológicas, estratigráficas, composi-ción, edad y transformaciones en el tiempo. Hicieron descripciones detalladas de flora y fauna, de múltiples localidades y sus interacciones; lo mismo sobre los diversos componentes que determinaban el espacio físico en el que interactuaban los seres vivos, como el suelo, el agua, la luz, la humedad, el oxígeno o los nutrien-tes. El mayor interés recayó en el registro y análisis de los recursos que existían en él (recursos minerales, fundamentalmente) y su valor o utilidad para el desarrollo moral y físico del país (Ramírez, 1874a; Ramírez, 1874b; Ramírez, 1879).Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 23En los escritos del siglo XIX la actividad minera aparece como el principal factor humano que modifica el territorio, la alteración de sus ciclos naturales, y al mismo tiempo, la puesta en escena de nuevos paisajes. En general, los natura-listas mexicanos formularon una breve ecuación de impacto, al relacionar para un mismo fin diferentes elementos de ese territorio, como serían los bosques y el agua con la extracción y beneficio de las sustancias minerales contenidas en el subsuelo (Bárcena, 1877: 331-378; Bárcena, 1877: 43-46, 85-91, 195-202 y 283-286; Bárcena, 1880: 12-13; Bárcena, 1885-1886: 265-270; Bárcena, 1891: 204-215, 238 -251, 269-274; cartas una altimétrica y otra geológica (1:500 000); Hay, 1866; Ordóñez, 1894-1895: 309-334; Puga, 1888-1889: 66-70, 73-85; pla-no, 1:100 000).La tradición científica de los ingenieros de minas basaría su comprensión del territorio en las ciencias físicas y naturales como la botánica, la mineralogía, la geología, la vulcanología y la paleontología, que a su vez serían los soportes para los intercambios e interacciones entre el universo social y el territorio. Por ejemplo, en sus largos recorridos de exploración elaboraron croquis, planos y mapas que representó una manera distinta de apropiarse del territorio y concep-tualizarlo (véase Del Castillo, 1893). En cada uno de ellos se recogió una rica y versátil información de las características geográficas del territorio (cerros, valles, ríos, distancias, posición astronómica, clima, vientos, lluvia); población, vías de comunicación e infraestructura (descripción de pueblos y ciudades, población y fuerza de trabajo, bosques y madera para las minas, campos de cultivo para el suministro de productos); historia de las actividades mineras (producción, tec-nología, financiamiento, utilidades); historia geológica (litología y estratigrafía de las montañas, minas, socavones y rocas), y génesis de los criaderos (edad de los criaderos) (Uribe, 2015).6 Ese cambio de significado del concepto territorio alude de manera significativa a las transformaciones sociales que tenían lugar en la temporalidad de estudio y también al desarrollo de las disciplinas a través de las cuales se reelaboró y conceptualizó (Sariego Rodríguez, 1992).Esos intercambios e interrelaciones se definirían por dos ejes: los comporta-mientos humanos en el territorio dominado por un grupo, a partir de la toma de posesión del mismo, y la cantidad, variedad y calidad del material mineralógico y las capacidades técnicas para aprovecharse de él, extraerlo, beneficiarlo y comer-6 La riqueza de información que contienen es impresionante, pero se requiere de estudios especializados para poner en perspectiva los nuevos paradigmas de gestión y conceptualiza-ción del territorio implícitos en la práctica científica que se desarrolló en la segunda mitad del siglo XIX.24 . José Alfredo Uribe Salascializarlo (Uribe Salas, 1992; Uribe Salas, 2000: 311-330; Uribe Salas, 2015: 105-130). Para Antonio del Castillo, Santiago Ramírez o José G. Aguilera, entre otros más, el territorio no era algo dado e inmutable. En sus exploraciones de campo, y en los estudios técnico-geológicos que se publicaron sobre los mismos, se avanzó la tesis de que la corteza terrestre había experimentado transformaciones signifi-cativas a lo largo del tiempo geológico, y que en el pasado todo había sido dife-rente. Para fundamentar esa apreciación ponían los ejemplos de las localidades mineras que ellos mismo habían explorado para formar la Carta Geológica de México, pero al mismo tiempo hacen ver la presencia de una nueva fuerza capaz de introducir cambios en el orden natural: la actividad humana. Refieren enton-ces que el territorio era alterado (modificado) por el hombre con fines específicos. Aluden en distintos pasajes de sus obras, en un ejercicio de representación del territorio, a una construcción social y cultural del mismo, matizada por una ela-boración significativa, simbólica, basada fundamentalmente en viejos o nuevos saberes geológico-mineros (Ramírez, 1884: 97-100; Aguilera, 1897). Entre los ingenieros de minas la perspectiva geológica del territorio sería un instrumento de definición y ocupación, y “al mismo tiempo un espacio privile-giado para la investigación empírica” (Castillo, 1869; Ramírez, Santiago, 1884: 97-100). Ambos elementos estaban orientados a la aplicación de políticas de de-sarrollo económico tanto públicas como privadas. El trasfondo de lo que sucedió en el siglo XIX, a partir de esos intercambios e interrelaciones, fue una manera de organizar el territorio vinculado fuertemente con la organización administrati-va, es decir, con el Estado, pero también con la organización de las actividades productivas y las empresas mineras (Blanco Martínez y Moncada Maya, 2011: 74-91).Como ya hemos indicado, para los ingenieros mineros no existía un único territorio sino múltiples por sus variadas características topográficas, orográficas, geológicas, estructuras, estratigrafías, composición, edad y transformaciones en el tiempo (Capel, 2016: 16).7 También agregaban el nivel del discurso científico sobre su naturaleza y/o la utilidad de sus recursos, para concluir con los flujos de población, circulación de saberes, capitales y de tecnologías para su extracción y su beneficio económico, social o político (Ramírez, 1890; Ramírez, 1883:,1-104; Ramírez, 1884: 5-250; Crespo y Martínez, 1903: 82).7 A la escala de la duración del planeta Tierra, y de las eras geológicas –es decir, en una dura-ción de 5 000 millones de años, o incluso del tiempo transcurrido desde el Paleozoico, unos 550 millones de años–, todo el territorio es efímero, como lo son los mismos continentes. A la escala del Pleistoceno (hace 2.5 millones de años) se produce el proceso de humanización y existen todavía cambios orográficos notables (Capel, 2016: 16).Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 25Para los naturalistas e ingenieros el territorio cambiaba su fisonomía con la acción humana: deforestación, cambio en el curso de los ríos, desecación de lagos y procesos urbanos, como resultado de intensos flujos de inmigración en periodos de bonanza minera, etcétera. Ellos veían en la historia de la minería los principa-les signos humanos del territorio, lo que a finales del siglo XX se definiría como el “territorio humanizado”. La práctica geológico-minera mexicana del siglo XIX, y los escritos publicados por sus practicantes, dejaron a la posterioridad múltiples evidencias de la existencia de trabajos antiguos en regiones mineras que se con-sideraban vírgenes hasta entonces, huellas de otros intentos por extraer mineral en la misma superficie, “pero borrada expresamente para dar lugar a la que ahora existe” (Burkart, 1869: 82). Los naturalistas y los ingenieros de minas contribu-yeron al conocimiento de la vida material de sociedades y formas de organiza- ción, con pocos registros en los anales de la historia, haciendo trabajo arqueo-lógico (véase Burkart, 1869: 82-111; Flores, 1946: 5-108). El ingeniero Ramírez llamó la atención de sus colegas a poner atención en ese tipo de huellas loca-lizadas en los trabajos de exploración, ya que se convertían en una especie de palimpsesto de la evolución humana “que hay que saber leer e interpretar” (Ra-mírez, 1884: 699-701).En resumen, los ingenieros recorrieron el territorio mexicano y estudiaron una variedad de elementos geológicos, incluidos rocas, minerales, fósiles, suelos, formas del relieve, formaciones y unidades geológicas y paisajes como producto y registro de la evolución de la Tierra, y elaboraron distintas dataciones del tiem-po geológico antes de la aparición o llegada del ser humano (Uribe Salas, 2016; Voth, 2008: 3). Al mismo tiempo establecieron un registro del tiempo histórico, no más de 500 años, en el que el ser humano utilizó por primera vez y para su beneficio rocas o minerales (Uribe Salas, 1996), que en ese accionar modificaría los elementos de un ecosistema y el paisaje característico, edificaría un orden ur- bano artificial, construiría herramientas y máquinas, y al final abandonaría la actividad minera en algunos lugares por agotamiento de las sustancias minerales o por lo incosteable desde el punto de vista económico para continuar extrayén-dolas del subsuelo. Esas dos perspectivas les otorgaría nuevas herramientas que ejemplifican el modo en que el Estado y las comunidades locales organizaron su espacio productivo y la gestión del territorio.Ingenieros y procesos de innovación técnico-científicaLos naturalistas e ingenieros mineros mexicanos no solo fueron artífices de cono-cimientos científicos que enriquecerían la comprensión de los componente bió-26 . José Alfredo Uribe Salasticos y abióticos del territorio, de la elaboración de sistemas explicativos y con-ceptuales previamente sancionados por las comunidades disciplinarias; también, y en grado sobresaliente, se convirtieron en promotores del “progreso” y el “desa-rrollo” de la economía y la sociedad a través de la innovación técnico-científica y la inversiones de capital. Sobre este tema y problema tenemos apenas algunos estudios preliminares que tratan de la institucionalización de las ciencias y su práctica técnico-científica imbricadas con el desarrollo de la economía. Existen dos vertientes o modelos explicativos: el primero se centra en la idea de que el interés por el desarrollo y el progreso material de la economía y la sociedad apenas fue el resultado de los esfuerzos y aspiraciones de individuos o grupos de naturalistas, profesionales de la ciencia, filántropos y políticos; el segundo modelo plantea que ese sector social diseñó e impulsó políticas públicas sustentadas en el trinomio ciencia, tecnología e ingeniería, inmersos en la tarea de constituir y legitimar las nuevas institucio-nes del México independiente, y al fragor de las contiendas ideológico-políticas que orientaban distintos proyectos de Estado y de nación (Azuela Bernal, 1996; Flores, 2015; Gámez y Escalante, 2015; Uribe, 2009, 2015).Dos ejes fundamentales destacan en ese abigarrado problema a lo largo del siglo XIX: el primero de ellos refiere a que la profesionalización de la enseñanza de los procesos de inspección, explotación, extracción y beneficio de los recursos minerales, tenía que ver con que la actividad minera representaba el núcleo básico de la economía y el bastión fundamental de los ingresos fiscales vía el comercio exterior; el segundo, alude a la posibilidad de diversificar los procesos de ense-ñanza de las ciencias y la creación de especialidades en ingeniería distintas al ám-bito de la minería, para atender las necesidades y demandas de industrialización, comunicaciones y obras públicas (Uribe Salas y Cortés Zavala, 2006: 491-518; Ayala, Herrera y Pons, 1987: 43-257; Moles Batllevell, 1991: 231-281).La transición de la práctica empírica a otra de carácter científico-técnica, tendría desde luego su sustento en el Real Seminario de Minería, institución que sería rebautizada en distintos momentos del siglo XIX como Colegio de Minería, Tercer Establecimiento de Ciencias Físico y Matemáticas, Instituto de Ciencias Naturales, Escuela Imperial de Minas, Escuela Politécnica, Escuela Especial de Ingenieros, para concluir como Escuela Nacional de Ingenieros (Ramos Lara, 2001: 188-195). Este proceso de institucionalización y profesionalización de las disciplinas científicas también estuvo acompañado por la diversificación de las es-pecialidades profesionales: de los ingenieros de minas, ensayadores, beneficiador de metales y apartador, la oferta se amplió a los ingenieros geógrafos, agrimenso-res y topógrafos, y más tarde a la ingeniería mecánica, eléctrica, industrial y civil; Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 27la nacionalización de los conocimientos disciplinares a través de reformas a los planes y programas de estudio y a su retroalimentación con los resultados de in-vestigación realizados por los profesores y egresados en tanto respuesta científico- técnica a los problemas y soluciones que planteaba el desarrollo de la minería, la industria, las comunicaciones, la urbanización, y en general el desarrollo material de la sociedad, y, finalmente, el cultivo y aclimatación de los conocimientos y sa-beres en instituciones, espacios y ámbitos distintos a la ciudad de México (Uribe Salas, 2014).En la temporalidad del siglo XIX la ciencia pasó a ser un asunto público es- trechamente vinculada con el desarrollo de las ciudades, que estimularía la aso-ciación de ideas y compromisos comunes. El fenómeno urbano en el extenso territorio mexicano se convertiría en un medio que facilitaría y maximizaría la circulación de instrumentos, colecciones de minerales, plantas y animales, pro-gramas de estudio y metas comunes entre los hombres de ciencia, grupos profe- sionales e instituciones dedicadas a la socialización de los conocimientos y re-creación de sus prácticas científicas. Para los hombres de ciencia, el desarrollo de un sistema urbano de ciudades con instituciones educativas, con programas y objetivos similares, sería la plataforma sobre la que descansará el proceso de na-cionalización de los nuevos conocimientos. Algunas de las entidades federativas del país impulsaron,la creación de sus propias instituciones de educación, como lo fueron: Colegio del Estado de Puebla, 1825; Instituto de Ciencias de Jalisco, 1826; Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, 1827; Instituto Literario del Es-tado de México, Toluca, 1827; Colegio del Estado de Guanajuato, 1827; Colegio de San Nicolás, Morelia, Michoacán, 1847; Instituto Campechano Campeche, s/f; Instituto Literario del Estado de Chiapas, s/f; Instituto Literario del Estado de Durango, s/f; Colegio Civil del Estado de Nuevo León, 1859; Instituto Lite-rario del Estado de Tabasco, 1867; Colegio Civil de Aguascalientes, 1867; Ate-neo Fuentes, Coahuila, 1867; Instituto Literario del Estado de Yucatán, 1867; Instituto Literario del Estado de Guerrero, 1869; Instituto Literario del Estado de Hidalgo, 1869; Instituto Científico de San Luis Potosí, 1869; Instituto Vera-cruzano, 1870; Instituto Civil del Estado de Querétaro, 1871; Instituto Literario del Estado de Morelos, 1872; Colegio Rosales Sinaloa, 1874, entre otros (Arce Gurza, 1982; Uribe Salas y Cortés Zavala, 2006: 26-29; Ramos Lara y Rodrí-guez Benítez, 2007: 31-164).Sin embargo, y no obstante los esfuerzos actuales tendientes a clarificar la es-trecha relación existente entre ciencia y economía, resulta difícil por el momento poder cuantificar el número de individuos formados en las distintas disciplinas de las ingenierías a lo largo del siglo antepasado, tomando en cuenta la institu-28 . José Alfredo Uribe Salasción y la entidad de procedencia, y desagregar el número de aquellos que fueron a parar a la industria minero-metalúrgica, a los procesos de industrialización, las comunicaciones o las obras públicas; los que se incorporaron a comienzos del si-glo XX a las exploraciones y explotación del hidrocarburo; aquellos que se convir-tieron en funcionarios del gobierno (federal, estatal, municipal) y que como tales apoyaron el diseño y ejecución de las políticas públicas; o los menos, que termi-naron dedicados a la docencia y la investigación, y que con su práctica cotidiana hicieron posible un proceso paulatino, aunque débil, de institucionalización y profesionalización de la ciencia en México.Todo pudo haber comenzado con el descubrimiento de una nueva especie mineral en México y el estudio de sus componentes químicos y físicos, para pasar al estudio de la minería en sus relaciones científicas e industriales. Una revisión de la literatura publicada a lo largo del siglo XIX deja ver el interés de los ingenie-ros de minas por los materiales para la construcción, las tablas codificadas para ensayes de minerales relacionadas con la mineralogía aplicada a la industria; la influencia de la electricidad en los procedimientos de tumbe, extracción y be-neficio metalúrgico de las menas, junto con los artefactos tecnológicos como el talado de percusión y el rotatorio, las máquinas para barrenas, los complejos sis-temas mecánicos necesarios en el interior de las minas y el exterior, para concluir con los procesos técnico-científicos en la acuñación de monedas y las propuestas de reformas a la legislación minera para atraer las inversiones del capital privado nacional y extranjero (Aguilar y Santillán, 1898: 1-148; Olavarría y Ferrari, 1901: 1-170; Crespo y Martínez, 1903: 65-168).Como bien lo indica Eduardo Flores Clair, en el caso de México, el capital humano ha sido una pieza clave del sistema pro-ductivo. Desde la época colonial, existió una preocupación para conservar los conocimientos técnico-científicos y evitar al máximo que los “prácticos” fueran enterrados con sus saberes. Resultaba insuficiente que los trabajadores sociali-zaran las técnicas aprendidas durante su vida y sólo se trasmitieran en forma oral y de generación en generación. La formación de los ingenieros radicó en la acumulación de saberes útiles, con el fin de resolver, innovar y perfeccionar los sistemas productivos (Flores Clair, 2015; Flores Clair, 2001: 7-31; Flores Clair, 2000).Su apuesta fue por los conocimientos útiles más que por las grandes teorías especulativas. Esa preocupación se puede ejemplificar con los escritos y alegatos políticos vertidos por el ingeniero de minas Santiago Ramírez en tres proyectos Exploración y descripción del territorio minero mexicano en el siglo xix . 29vertebrales de su obra: Noticia histórica de la riqueza minera de México (1884), Datos para la Historia del Colegio de Minería (1890) y Galería de Mineros Mexica-nos (que no vio publicado en vida). Estas dejan ver el sustento de una trilogía, que contienen los elementos de su concepción de la historia, pero también en las que define las funciones de instituciones y hombres de ciencia en la transformación de la realidad, de la que era parte la industria minera. En ellas destaca, por igual tres vertientes: a) el escenario nacional en el que opera la industria minero meta-lúrgica, su desarrollo y estado actual; b) el papel de la instituciones de educación superior en la conducción de los procesos de innovación científica y tecnológica; y, c) las funciones y contribuciones realizadas por los profesionales de la ciencia minera en el conocimiento y transformación de esa realidad para su engrandeci-miento y desarrollo (Ramírez, 1884: 1890; Uribe Salas, 2015: 535-561).El ingeniero de minas Santiago Ramírez definió a ese conjunto de nuevos saberes y técnicas con el concepto de ciencia minera: esta se constituía con las matemáticas, la mecánica, la física, la química, la mineralogía, la geología, “en cuyo estudio especulativo se eleva tanto la inteligencia, y cuyos adelantos prácti-cos deben ministrarnos datos tan nuevos, tan precisos y tan interesantes sobre la naturaleza ignorada de la parte que ocupamos en nuestro planeta, sobre los ele-mentos de trabajo que de ella podemos obtener y sobre tantas cuestiones antro-pológicas que no debemos ignorar” (Ramírez, 1884: 699). Como arte “la vemos activando los trabajos del constructor, del arquitecto, del carpintero, del cortador de madera, del fabricante, del cantero, del tornero y de tantos otros que contribu-yen a su sostenimiento y a su marcha” (Ramírez, 1884: 699); como industria “la vemos en su esencia produciendo la más preciosa de las materias, la más segura de las riquezas; y en sus accidentes, impulsando la Agricultura, la explotación de diversas materias, la fabricación de diversos compuestos, el aprovechamiento de diversas sustancias, la ocupación de muchos brazos, el sustento y bienestar de muchas familias, y sobre todo, el elemento generador del comercio” (Ramírez, 1884: 700); desde el punto de vista económico, “ministra la clave para resolver, con el mayor acierto posible, el difícil, grave y complejo problema de la produc- ción, distribución, sostenimiento y consumo de la riqueza” (Ramírez, 1884: 700); desde el marco institucional “sirve fundamentalmente a las más acertadas disposiciones sobre los diversos punto que a ella se refieren” (Ramírez, 1884: 700) y por último, “en sus aplicaciones políticas y patrióticas, para aumentar la pobla-ción provocando la inmigración, sostener el patriotismo por la propagación del trabajo y consolidando la paz por el bienestar que se alcanza con sus honestos productos” (Ramírez, 1884: 699-701). 30 . José Alfredo Uribe SalasDe hecho, los ingenieros jugaron el papel de correa de trasmisión entre los cen-tros generadores de conocimientos, las políticas del gobierno y las empresas. Ellos enfrentaron y superaron los retos de operación tecnológica, el talento del capital humano, la ambición científica y la posibilidad de conquistar nuevos mercados. ConclusiónLos ingenieros de minas fueron actores fundamentales en la exploración y con-ceptualización del territorio y en su transformación. Vinculados con los poderes políticos, propietarios de minas y empresarios dedicados a la extracción minera, compartieron conocimientos y saberes que terminaron transformando el territo-rio y produciendo un nuevo paisaje humanizado. Un,paisaje humanizado que no solo hace referencia al fenómeno urbano directamente vinculado con la explo-tación minera, es decir, la aparición y desarrollo de ciudades y pueblos mineros donde antes sólo reinaba la soledad y el tiempo pretérito, sino también, a nuevas formas de organización social con una compleja división del trabajo y una tecno-logía más sofisticada.En la literatura de la época queda particularmente explicitado cómo la ges-tión del territorio dependía de su riqueza minera; sobre la plataforma de los es-tudios geológico-mineros se acotaba el espacio mineralizado, se diseñaban los espacios productivos, de suministro y comunicación, y se organizaba la división de las actividades en virtud de objetivos económicos a corto plazo porque en la experiencia histórica los recursos minerales se tornaban finitos. En los escritos se exploran los entramados de elementos y las relaciones que había creado la activi-dad minera desde la época colonial, y se exponen las ideas y los argumentos con los cuales define y explica su naturaleza y alcance para la ciencia, la economía, la cultura y la política. Los naturalistas e ingenieros de minas se convirtieron en una especie de bi- sagra entre producción de conocimientos, la circulación de los mismos y los avan-ces técnico-científicos, sin los cuales difícilmente se puede entender el gran de-sarrollo de las actividades mineras en México en la segunda mitad del siglo XIX. La ecuación: conocimiento y avance técnico-científico serían el resultado de un proceso dilatado de encuentro y negociación con múltiples actores ubicados a distintas escalas, que van de lo local y regional, al ámbito más amplio de lo na-cional e internacional.Capítulo 2. Por los derroteros de los estudios geográficos y la cartografía de las costas mexicanas del siglo xix y principios del xx8Patricia Gómez ReyFacultad de Filosofía y Letras-UNAMIntroducciónDurante el siglo XIX los estudios geográficos y cartográficos ocuparon un lugar de primer orden en la formulación de las políticas del Estado mexicano. Prueba de ello fue la creación de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, Comi-sión Geográfico Exploradora, Comisión Geodésica Mexicana y el Observatorio Astronómico Nacional, entre otras instituciones. Brevemente podemos decir que las descripciones geográficas, la elaboración de estadísticas y los trabajos relativos a las mediciones y cálculos topográficos, geodésicos y astronómicos ejecutados en estas instituciones, se orientaron a representar con mayor exactitud la com-pleja morfología del territorio nacional y a levantar los inventarios de los recursos naturales y humanos del país. A todas luces, la apropiación social del territorio en términos de conocimiento fue indispensable para la puesta en práctica de los grandes proyectos materiales de gestación del Estado. El sistema de transportes y comunicaciones: la red carretera, ferroviaria, telegráfica y la construcción de puertos fueron componentes clave para la explotación de los recursos naturales, la expansión y el desarrollo de la agricultura, ganadería, minería, industria y co-mercio, creando con ello la riqueza pública esperada. Un sinnúmero de documentos atestiguan la importancia concedida desde los primeros años de vida independiente al estudio de los elementos de la geogra-fía del territorio nacional en sus diversas escalas; sin embargo, en este gran acervo 8 Esta investigación es parte del proyecto PAPIIT núm. IN 302416: “Las investigaciones geo-gráficas y naturalistas en México (1786-1950)”. Responsable Dra. Luz Fernanda Azuela, Ins-tituto de Geografía-UNAM.32 . Patricia Gómez Reyhistórico de la geografía y la cartografía mexicana encontramos que son escasos los trabajos sobre el reconocimiento topográfico y estudio de los litorales. Lo cual resulta paradójico en un país con una longitud de la línea de costa de 11 122 km, con fachada a los dos océanos más grandes del planeta, el Atlántico y el Pacífico, y cuando en los últimos cinco siglos de su historia ha estado estrechamente ligado a la economía mundial, dado su carácter de país capitalista dependiente, y sus puertos han sido los nódulos vitales de articulación con el mercado internacional.En 1989, en su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Historia, intitulado “Relación mexicana con el mar”, el Dr. Carlos Bosch García afirmó que “el siglo XIX mexicano volvió la espalda al mar… Los esfuerzos de Díaz se hicieron en otras direcciones y el roce con el mar continuó siendo un fenómeno local, costeño, sin que la nación fuera verdaderamente consciente de las dilatadas costas que poseía (Bosch, 1989: 18). En respuesta al trabajo recepcional el Dr. Juan A. Ortega y Medina expresó: “estamos totalmente de acuerdo con el doctor Bosch García; la tendencia predominante se carga a favor del espíritu de los hom-bres de tierra adentro…, como es patente en la política mexicana del siglo XIX y en la de la mayor parte del XX” (Bosch, 1989: 23). Sin la intención de dilucidar la condicionantes sociohistóricas de la asevera-ción de los doctores Bosch y Ortega, el presente trabajo intenta dar cuenta de las dificultades en la aprehensión cognitiva de la tercera frontera del territorio du- rante el siglo XIX y principios del XX.Los primeros estudios de los litorales en el siglo XIX Desde los primeros años de vida independiente se reconoció la importancia es-tratégica y económica que revestían las costas de la nueva nación; convencido de ello, el presidente Guadalupe Victoria trató de impulsar los estudios geográficos sobre el territorio y como primer paso ordenó la reimpresión de antiguas cartas y obras de la Nueva España. En el año de 1825 se reimprimió la “Carta esférica de las costas y golfos de Californias llamado Mar de Cortés que comprende desde el Cabo Corrientes hasta el puerto de S. Diego” (Brown, 1982: 33), así como el Derrotero de las Islas de Antillas, de las costas de tierra-firme, y de las del Seno Me- xicano; obras confeccionadas por la marina española las cuales contenían la in-formación más completa que hasta ese momento se tenía acerca de las costas del país. Esta última obra, de más de 400 páginas en forma de manual, recogió los datos de las observaciones realizadas por los navegantes españoles en el Mar Caribe como profundidad en bahías y radas, intensidad y dirección de vientos y Por los derroteros de los estudios geográficos y la cartografía de las costas mexicanas… . 33corrientes, descripción de las características de las costas, etc. Más tarde, Manuel Orozco y Berra, Antonio García Cubas y Antonio Peñafiel retomarían en sus tra- bajos la información de esta obra. El destacado estadista y diplomático Tadeo Ortiz de Ayala, en su obra Mé-xico, considerado como nación independiente y libre… (1832) llamó la atención acerca de la necesidad del estudio de los litorales; sobre ello José E. Covarrubias comenta: Tadeo “esboza en cierta forma, una doctrina geográfica de puerta o sa-lidas naturales, pues se muestra convencido de la necesidad del tendido de cana-les y caminos (“sistema mixto”) para comunicar la zona interior con la de la costa y favorecer así el movimiento, no solo de productos sino también de personas” (Ortiz, 1996: XXXIII). Covarrubias sostiene que el autor, influido por las ideas de Adam Smith, considera al comercio como la verdadera fuente de riqueza de las naciones (Ortiz, 1996: XXXI), y su atención se dirige al fomento del comercio la agricultura, la minería y el comercio, actividades cuyo desarrollo dependería de la construcción un sistema mixto de comunicaciones, para constituir a México de “aislado e interno, en un potencia marítima” (Ortiz, 1996: XXXIII). Con esa idea en uno de su escritos “Necesidad de un plan de general de exploración geográfica a nivel nacional, Tadeo Ortiz propone el estudio y elabo-ración de la Carta General de la República a través de la formación de comisiones de expertos, compuestas,por astrónomos, geómetras, naturalistas, botánicos y dibujantes, y las cuales deberían distribuirse geográficamente: dos en los puntos extremos del país, una en el centro y dos repartidas en el litoral del Pacífico y Atlántico (Ortiz, 1996: 144). Su propuesta de impulsar el comercio marítimo no sólo giraba en torno al comercio internacional, pues para él era muy importante e incluso más viable en ciertos casos, el comercio marítimo nacional, como un medio articulador de los estados de la República; no obstante lo detallado de su propuesta para el estudio de la geografía nacional por circunstancias históricas, sus ideas quedaron en el papel. Más tarde, Guillermo Prieto Pradillo en su trabajo Indicaciones sobre el ori-gen, vicisitudes y estado que guardan actualmente las rentas generales de la Federa-ción mexicana del año de 1850, basado en los informes y documentos de la Secre-taría de Hacienda, presenta un análisis detallado de la hacienda pública desde la época virreinal hasta el siglo XIX y en él abre un apartado especial para el ramo marítimo donde describe las características geográficas de las costas. Hacia esos años, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (SMGE) logró terminar, entre otros trabajos, un portulano con un anexo de 16 planos de puertos del país, el cual, sin embargo, permaneció inédito. 34 . Patricia Gómez ReyCasi dos décadas después el Comité de Ciencias Físicas y Químicas de la Commission Scientifique du Mexique elaboró un breve reporte titulado “Sobre la exploración hidrográfica de las costas de México” (Archives de la Commission Scientifique du Mexique, 1865-67: 76-78), en el cual se hizo una serie de señala-mientos sobre el estado que guardaba el conocimiento de las costas mexicanas, afirmando: Las costas de México sobre los dos océanos, no han sido objeto, en cierta medida de reconocimiento hidrográfico. Los planos particulares de los puertos principales han sido levantados con más o menos detalle, de hecho, tra-bajos en conjunto, no se tienen más que los antiguos mapas españoles con algu-nas observaciones más recientes (Ramírez y Ledesma, 2013: 327).El reporte elaborado por el jefe de las fuerzas navales de Francia en Méxi-co, el vice-almirante Jurien de la Gravière, mencionaba que eran contados los trabajos y cartas relativas al fondeo de los litorales adyacentes y que todos ellos habían sido realizados por oficiales navales y exploradores europeos. Por tanto, consideraba conveniente llevar a cabo un extenso reconocimiento de los litorales en beneficio de la navegación y de entrada señalaba las dificultades en la aplica-ción de ciertos procedimientos científicos y la utilización de la escala empleada en los trabajos que se estaban realizando en el mar de las Antillas y el Golfo de México, y apunta:se pueden emplear los métodos más o menos expeditos, abreviar o prolongar los reconocimientos secundarios, aquello que parece indispensable, esto es una exploración de conjunto que abarca la totalidad del litoral. Sin esta exploración, es casi imposible tomar ventaja de los documentos aislados que ya tenemos (Ra-mírez y Ledesma, 2013: 327).Evidentemente el reporte ponía de manifiesto que el estudio de la configu-ración del fondo de los litorales, que involucraba el reconocimiento de las dife-rencias de profundidad y tipo de materiales, era una tarea monumental, incluso para el estado imperial francés, que además de contar con personal especializado, equipos e instrumentos científicos, tenía siglos de experiencia en la navegación.Durante el imperio de Maximiliano de Habsburgo, la SMGE comisionó a Francisco Jiménez, Manuel Orozco y Berra y Antonio García Cubas, para la cons- trucción de una nueva carta general del país. Sin embargo, en opinión de Gar-cía Cubas “no era simplemente un asunto de grabar la nueva división territo-rial imperial, sino de superar las cartas existentes” (Azuela y Gómez, 2015: 52); para tal efecto propuso: “Para la representación de las Costas, se procurará la Co-misión las cartas hidrográficas inglesas, españolas, francesas y americanas, para Por los derroteros de los estudios geográficos y la cartografía de las costas mexicanas… . 35compararlas, discutirlas y adoptar las de mayor confianza” (Acta 36, 14 de sep-tiembre de 1865). En este sentido es notorio que, con esa propuesta, García Cu-bas mantiene la misma idea que el vicealmirante Jurien de la Gravière, acerca de la insuficiencia de trabajos sobre las costas y la inexactitud en la representación de las mismas. Aunque se comenzó con el acopio de fuentes documentales y cartográficas con la caída del Imperio, el proyecto del levantamiento de las costas fue archiva-do. Al restaurarse la República la SMGE “perdería su liderazgo por consideracio-nes de carácter político” por su colaboración con el imperio, y sin el apoyo del gobierno se vio imposibilitada a emprender proyectos de gran envergadura rela-cionados con el conocimiento territorial. Sus miembros no lograron revertir esta situación y, más adelante, se complicó con la creación de nuevas instituciones a raíz del cambio en la organización de la ciencia durante el porfiriato; ejemplo de ello fue la Comisión Geográfica Exploradora, la Comisión de Límites y el Obser-vatorio Astronómico Nacional, entre otras instituciones dedicadas a los estudios territoriales (Azuela, 1996: 3).Avanzada la segunda mitad del siglo XIX los escasos trabajo de las costas –cartas y descripciones– realizado por mexicanos se ciñeron a la localización as- tronómica de los puertos y su traza urbana, y a la clasificación de los mismos por su capacidad para recibir grandes o pequeñas embarcaciones y por el tipo de comercio (nacional o internacional), tal como se puede ver en la carta que con fi-nes hacendarios realizó en 1869 Antonio García Cubas, titulada “Ensayo de una carta fiscal”, y en la cual localizó entre otros elementos los puertos de altura, ca-botaje y aduanas fronterizas (véase Pichardo y Moncada, 2006). Otros estudios fueron aportados por los médicos, pues en el siglo XIX pre-valecía la idea ambientalista de la estrecha relación que guardaban los factores geográficos (topografía, clima y vegetación) con los fenómenos patológicos y la insalubridad de los litorales del país como focos de epidemias y endemias, prin-cipalmente de la fiebre amarilla, el paludismo, la diarrea y la enteritis. Estos es-tudios en gran medida dieron origen a la geografía médica mexicana, y bajo esa denominación se encuentra el artículo de Ignacio Fuentes que fue publicado en el Boletín de la SMGE en 1869, y más tarde el libro Ensayo de Geografía Médica y Climatología de la República Mexicana (1889) del Dr. Domingo Orvañanos, la obra más extensa en su tipo, acompañada de un atlas con 48 cartas.36 . Patricia Gómez ReyEl estudio de las costas durante el porfiriato.Revolución tecnológica y modernidadSi bien existen fuentes que confirman que el nuevo escenario del México inde-pendiente demandó la habilitación de los puertos de Acapulco, Salina Cruz, San Blas, Mazatlán, Guaymas, San Diego, Veracruz, Campeche y Alvarado, lo cual ocurrió tempranamente en la década de 1830, para la segunda mitad del siglo XIX las zonas portuarias se encontraban en franco deterioro a pesar de la realización de estudios locales y de la ejecución de pequeñas obras. Notoriamente, esta si-tuación se vio agravada con el crecimiento del tráfico de altura y cabotaje debido al advenimiento del barco de vapor y el ferrocarril que impulsaron los flujos de mercancías, personas y capital. En un nuevo contexto mundial, orientado por la expansión del capitalismo, el estudio de las costas y litorales y, particularmente, la renovación de los puertos, pasaron a ocupar un lugar de primer orden en la agenda de la vida económica de los países. En México los asuntos a atender iban desde el saneamiento de las cos-tas hasta la modernización de los puertos. Ana Carrillo comenta que la expansión capitalista,durante el porfiriato demandaba la conservación de la salud colectiva –particularmente en lo relativo a la prevención de la peste, la fiebre amarilla, el tifo y el cólera– como precondición para el libre tráfico de mercancías y de per-sonas… sobre todo en los casos en que las epidemias y las endemias afectaban al comercio nacional e internacional (Carrillo, 2002: 79)Efectivamente, en las últimas décadas del siglo XIX la preocupación por la insalubridad de las costas promovió el conocimiento científico de los diversos paisajes costeros; sin embargo, los estudios de los fondos marinos tuvo un curso más lento. Posiblemente el proyecto de construcción de “Un puerto artificial de Docks, apoyado sobre el arrecife de la Gallega en Veracruz”, del marino mexica-no Ángel Ortiz Monasterio, tuvo una gran incidencia para la atención que con urgencia requerían los puertos. En 1881, cuando Ortiz Monasterio remite su pro-yecto al general Porfirio Díaz a fin de obtener la propiedad del mismo, se decreta la ley para que el Ejecutivo de la Unión contratara el mejoramiento de los puertos (Manero: 1911: 44). El proyecto de Ortiz Monasterio fue enviado para su estudio al Ayuntamiento de Veracruz y a finales de año se aprueban las obras portuarias de la rada de Veracruz (Domínguez 1990: 93), aunque estas no siguieron el plan original.Sin duda, para el gobierno central, Veracruz encabezaba la lista de moder-nización de los puertos del país, pues históricamente era el nodo más importante del comercio internacional y nacional y debía de estar a la altura de las grandes Por los derroteros de los estudios geográficos y la cartografía de las costas mexicanas… . 37plazas portuarias de los países desarrollados. Debido a la carencia de estudios precisos sobre el relieve de los fondos litorales, las obras que se emprendieron en-frentaron grandes desafíos científico-técnicos, amenazas naturalezas, como ciclo-nes y marejadas y, por supuesto, problemas de tipo financiero, de ahí que desde sus inicios hasta la culminación de la modernización del puerto de Veracruz en 1902, los trabajos fueron realizados por varias empresas, la mayoría de ellas de capital extranjero.Las obras de remodelación del puerto promovieron las mejoras de la red por- tuaria tanto marítima como fluvial del Golfo de México, lo que incluyó, entre otros, a los puertos de Tampico, Tuxpan, Tecolutla, Coatzacoalcos y Campeche; a estos trabajos se sumaron el estudio y mejora de la desembocadura de algunos ríos. Los documentos encontrados apuntan que las obras de modernización de los puertos del Pacífico, como Manzanillo, Acapulco y Salina Cruz, iniciaron más tarde, en los albores del siglo XX. Las adecuaciones de los puertos a las demandas del nuevo espacio económi-co marítimo configurado por las crecientes rutas de tráfico internacional, proce-dieron en una primera etapa a la destrucción de las antiguas murallas, a la cons- trucción o reparación de muelles, al aumento del fondo con el dragado, a la construcción de dársenas (o atracaderos de resguardo) y fondeaderos, y a la ex- tensión de los mismos en tierras ganadas al mar. En una segunda etapa, com-prendida entre 1900 y 1912, se concluyó la modernización de los puertos con la construcción de faros, la instalación de alumbrado eléctrico en los muelles y el anclaje de boyas luminosas (Gómez, 2015: 8). El siguiente párrafo nos ilus-tra las profundas transformaciones sufridas por los espacios costeros del México decimonónico:El Puerto artificial de Veracruz fue construido apoyándose en las formaciones coralíferas entre Punta Gorda y Punta Mocambo, a los 19º12’ de latitud Norte y a los 96º 06’ de longitud oeste, en el litoral del Golfo de México. Frente a la costa a un kilómetro de distancia se encuentra el arrecife de La Gallega sobre el que se levanta el famoso Castillo de San Juan de Ulúa; entre este islote y la costa se encontraba el puerto usado en la época virreinal, pero al ejecutarse las obras de construcción de la bahía artificial este arrecife quedó unido con tierra con el rompeolas Norte (AVIPER, 2012: 25).Con esta gran obra de ingeniería el Puerto recobró el dinamismo comercial que lo caracterizó desde la época Colonial y pronto se convirtió en un polo de atracción de fuerza de trabajo; en contraste, aparecieron una serie de daños no 38 . Patricia Gómez Reycalculados en el proyecto de la obra. El ingeniero español Manuel Díaz-Marta encuentra que la construcción de las escolleras de abrigo al puertoOriginó una serie de trastornos que sólo fueron estudiados mucho más tarde, ante el apremio de los prejuicios que ocasionaban… Prolongadas [las escolleras] por los bajos de La Gallega, actuaron como un largo espigón, interrumpiendo la corriente litoral. Las arenas, en consecuencia, dejaron de alimentar las playas del sur del puerto y se acumularon en la situada al noroeste del mismo… Su exposición a los vientos del “Norte” y la gran profundidad de la playa origina-ron un aumento del acarreo eólico, así como un mayor depósito de arena en los médanos situados a sotavento… El efecto indirecto de las escolleras fue, pues, la alteración del equilibrio de los médanos y su conversión en una sucesión de du-nas vivas o activas, con una penetración de hasta ocho kilómetros tierra adentro en algunos lugares. Este hecho empeoró las condiciones sanitarias de Veracruz y sus alrededores… Otro daño de consideración se produjo en el litoral al sur del puerto. La intercepción de la corriente de arena que pasaba por el canal entre San Juan de Ulúa y la costa, determinó una regresión de la playa (Díaz-Marta, 1970: 1176).Para minimizar el daño de la erosión eólica y la formación de dunas, el inge-niero Miguel Ángel de Quevedo, quien había dirigido las obras de construcción del Puerto de Veracruz de 1890 a 1893 y “estaba preocupado por el acarreo eólico de las arenas, propuso e inició en 1908 la fijación de las dunas, tomando como modelo las de las Landas francesas” (Quevedo, 1943: 79; y Díaz-Marta, 1970: 1177). Así, a las modificaciones de la línea costera y de los fondos marinos, en particular de los arrecifes coralíferos (Caleta, Gallega, La Lavandera y Los Hor-nos), se agregaron otras alteraciones al medio ambiente debido a la expansión que experimentó la traza urbana, y que trajo consigo problemas sanitarios por la falta de aprovisionamiento de agua y servicio de alcantarillado en los nuevos barrios (Domínguez, 1990). Los daños ocasionados a las condiciones naturales del Puerto de Veracruz demostraron la precariedad e insuficiencia de los estudios sobre los fenómenos at- mosféricos y marinos locales. No obstante, en el ocaso del siglo no parecía vis-lumbrarse la atención científica de los litorales por parte del gobierno. En los documentos oficiales, libros y mapas, las referencias y datos sobre las costas con-tinuaron siendo las mismas. Antonio García Cubas, en su Diccionario geográfico, histórico y biográfico de los Estados Unidos Mexicanos (1888-1891), citaba entre sus fuentes la Descripción hidrográfica de las costas y los mares del país de Emilio Lin-Por los derroteros de los estudios geográficos y la cartografía de las costas mexicanas… . 39chn; las obras del capitán Belcher y del comandante Dewey de la Marina de los Estados Unidos de América; El derrotero de las Antillas y Golfo de México, compi-lado por órdenes de Guadalupe Victoria, y los mapas y cartas del Departamento Hidrográfico del Gobierno de los Estados Unidos de América. Por su parte, An-tonio Peñafiel, en su Anuario estadístico de la República Mexicana (1898), incluía la información tradicional de aduanas marítimas y fronterizas y capitanías de puerto, iluminación de las costas, movimiento marítimo de altura y cabotaje y de pasajeros.Entre la teoría y la práctica. Los inicios del siglo XXEn efecto, las grandes obras portuarias de finales del siglo XIX develaron la urgen-te necesidad de formar personal especializado que se avocara al,estudio científico de los litorales con equipo e instrumental moderno. De hecho, desde 1869 la junta de profesores de la Escuela Especial de Ingenieros había solicitado al Mi-nistro de Justicia e Instrucción Pública la ampliación de la cátedra de Hidrografía (AHUNAM, FENI, caja 19, exp. 1, fs. 1-6), donde se enseñaba los estudios relacio-nados con las costas. Fue con las reformas a los planes y programas de estudio de la carrera de ingeniería de 1901 cuando quedó contemplado de forma explícita el estudio de las costas, la enseñanza de un conocimiento altamente especializado e íntimamente ligado a la investigación, aunque acotado a su aspecto utilitario a la expansión y modernización portuaria del país.Durante el siglo XIX la mayor parte de los profesionales dedicados a las tareas geográficas y cartográficas en las oficinas gubernamentales provenían del gremio de los ingenieros, de ahí que fueran apareciendo en las reformas a los planes de estudio de la Escuela Nacional de Ingenieros las enseñanzas de una serie de espe-cialidades relacionadas con la topografía, hidrografía, geodesia y geografía. Estas dos últimas enseñanzas estuvieron estrechamente vinculadas con la localización y agrimensura o técnica para medir áreas de la superficie terrestre y cuyos trabajos eran necesarios para llevar a cabo el levantamiento cartográfico. Asimismo, todos estos conocimientos formaron parte de los programas de estudio de los ingenie-ros civiles ya que su instrucción era indispensable para proyectar y ejecutar las grandes obras de infraestructura como carreteras, vías férreas, puentes, canales fluviales, entre otras. Este enfoque prevaleció en la reformas de 1901, el estudio de las costas ini-ciaba con un curso básico de Meteorología e Hidrografía donde se estudiaba de forma específica: operaciones topográficas en el mar, sondeos, mareografía y es-calas de las mareas, levantamiento rápido de una bahía, levantamiento de una 40 . Patricia Gómez Reyisla o de una porción de costa. A continuación se tomaba un curso avanzado de Vías fluviales y obras hidráulicas; en el primer subtema, denominado nociones preliminares, se aprendía todo lo relacionado con las modificaciones de las costas por la acción de las mareas, corrientes litorales y el viento, así como las formacio-nes topográficas en las desembocaduras de los ríos. Posteriormente, se pasaba a la aplicación de estos conocimientos en el subtema Mejoramiento de ríos y puertos fluviales y marítimos, en el cual se abordaban cuestiones sobre la mejora o perfec-cionamiento de la desembocadura de los ríos, a través de obras como el dragado y construcción de escolleras (Moles et al., 1991: 243-334).Por otra parte, es importante mencionar que con otros objetivos, las anti-guas escuelas náuticas establecidas en el transcurso del siglo XIX en Campeche (1822), Tlacotalpan (1825) Isla del Carmen (1854), Mazatlán (1880), dedicadas a formar personal naval y mercante, contemplaban el estudio de técnicas y co-nocimientos científicos relacionados con la navegación, y entre las materias im- partidas figuraban la geografía física, teoría de los huracanes, cosmografía, tri-gonometría y esférica, astronomía, topografía y agrimensura. De lo anterior se deduce que no se trató de la simple enseñanza de conocimientos útiles para la na-vegación sino que estuvo de por medio el afán de conocer la características físicas locales de las costas y litorales, como afirma Luz Fernanda Azuela: “en el siglo XIX la ciencia no se consideraba desligada de sus aplicaciones prácticas” (Azuela, 2003: 159). Estos primeros esfuerzos por desarrollar el sector de la marina en el país culminaron en 1897, cuando Porfirio Díaz decretó el establecimiento de la Escuela Naval Militar en Veracruz. Las carreras que se ofrecieron fueron las de Oficiales de Guerra y Maquinistas de la Armada, y las de Pilotos y Maquinistas de la Marina Mercante, y para que los alumnos pudiesen realizar sus prácticas de navegación, la Armada Nacional realizó la compra de dos buques escuela, el velero Yucatán y la corbeta Zaragoza. Sin embargo, la formación de profesionales de la Escuela Nacional de Inge-nieros y de la Marina con el cambio de siglo no logró cubrir los requerimientos para llevar a cabo la monumental tarea del estudio científico de nuestros extensos litorales. Uno de los mexicanos pioneros en este campo fue el ingeniero topó-grafo e hidrógrafo Aurelio Leyva, que se destacó desde su época de estudiante. En 1890, un año antes de la obtención del título profesional, sus apuntes de la clase de Meteorología e hidrografía fueron enviados al director de la Escuela Na-cional de Ingenieros, por conducto del profesor de la materia Francisco Bulnes, quien solicitaba remitirlos a la Secretaría de Fomento para su publicación. Ante la carencia de este tipo de libros dichos apuntes fueron publicaron con el título de Hidrografía, obra de cerca de 120 páginas que aborda un gran número de te-Por los derroteros de los estudios geográficos y la cartografía de las costas mexicanas… . 41mas relacionados con el estudio y representación de las costas como operaciones mixtas del sondeo, mareas, corrientes marinas, cartas marinas, levantamientos hidrográficos en tierra y mar, entre otros. En su obra, Aurelio Leyva precisa que la hidrografía “proporciona todos los datos necesarios para el conocimiento de una costa… da la descripción y repre-sentación gráfica de una costa, de los accidentes que puedan presentarse, tanto sobre la superficie del mar como debajo de ella, y estudia las mareas, así como las corrientes producidas por ellas” (Leyva, 1890: 5). El autor hace énfasis en la importancia que reviste el estudio de la “naturaleza de los fondos” marinos, los cuales ya se concebían en esa época de forma semejantes a la superficie terrestres, compuestos por extensas llanuras y prolongados sistemas montañosos. De las pa-labras de Aurelio, y del nombre del título profesional que se expedía, ingeniero to-pógrafo e hidrógrafo, se deduce que el estudio de la mayor parte de los cuerpos de agua eran tratados por la topografía y que ambos campos de estudio estaban en-caminados al conocimiento de las características geomorfológicas de la superficie terrestre y zonas costeras, así como al estudio de los agentes externos modelado-res del relieve (terrestre y marino) originados por los fenómenos meteorológicos.Aurelio formó parte de la Comisión de Sondeos en el Puerto de Veracruz en el último año de sus estudios de ingeniería, además adquirió experiencia en los temas relacionados con el mar porque se registró en la Armada Nacional donde alcanzó el nombramiento de Aspirante de Segunda. Más tarde impartió clases en la ENI, después Facultad de Ingeniería, fue miembro de la Comisión Geodésica Mexicana, y entre los estudios que realizó destacan el trabajo sobre los problemas de depósitos de sedimentos en la porción correspondiente a México de la cuenca binacional del río Colorado, así como el seguimiento de los registros de mareas que se efectuaban en varios puertos del país, como se verá más adelante. Los primeros estudios acerca de los litorales fueron emprendidos por la Co-misión Geodésica Mexicana (CGM). Para el cambio de siglo, los avances científi-cos mundiales sobre la figura y dimensiones de la Tierra, incorporados a los mé-todos y técnicas para cartografiar la superficie terrestre, demandó el perfecciona-miento de los trabajos cartográficos que se ejecutaban en el país. Así, la exactitud en la elaboración de los mapas demandó la realización de trabajos de nivelación de precisión y, si bien, la Comisión contaba con una larga experiencia en estos trabajos, la corrección y estandarización de las coordenadas, en particular la de la altitud, que tomaban como plano de referencia el nivel del mar, condujo inevita-blemente al estudio y medición de las mareas.A partir de la asistencia del Ing. Ángel Anguiano, Director de la Comisión Geodésica Mexicana,,a la XIV Conferencia de la Asociación Geodésica Interna-42 . Patricia Gómez Reycional, que se llevó a cabo en la ciudad de Copenhague en 1904, se dieron los primeros pasos para el estudio de las mareas, como se lee en el informe sobre dicha participación que envía a la Secretaría de Fomento el Ing. Anguiano. En el reporte expone a detalle los trabajos que con urgencia se requerían efectuar a mayor escala en México, mediciones del nivel medio del mar y de nivelación de precisión, pues señala:interesan á la geodesia de manera muy directa, por lo que desde hace tiempo he tenido la idea de establecer en la Comisión los trabajos concernientes. Con este fin tuve el gusto de visitar en París el departamento en que se hallan establecidas las oficinas del Servicio de Nivelación General de la Francia [SGNF], de cuya visita creo haber obtenido todas las informaciones necesarias para dar comienzo con acierto los trabajos que tendrán por objeto la determinación del nivel medio de nuestros mares en puntos convenientes, y á los de nivelación de precisión que partirán de un punto en el Golfo. Para los primeros he mandado hacer un medimareómetro y para los segundos he pedido un nivel de precisión, dos miras sistema Lallemand, y un comparador (Anguiano, 1904: 22).En el informe hace alusión al espíritu de colaboración internacional mani-fiesto en la conferencia, y cita para el caso de México el reconocimiento del alto nivel alcanzado en los trabajos sobre mareas y nivelación que venía realizando la CGM y de los cuales dieron detalles el Sr. Darwin, delegado de Inglaterra sobre mareógrafos, y el Sr. Lallemand, Jefe del SNGF, con quienes mantenía correspon-dencia desde hacía algunos años. Según Anguiano, otra muestra de cooperación fue el obsequio, por parte del Sr. Lallemand, de dos colecciones de cinco libros sobre nivelación, la mayoría de su autoría y de otros libros y registros de cálculos con modelos (Anguiano, 1904: 23). También informó sobre su visita al Obser-vatorio Astronómico de Leyda en los Países Bajos, que realizó en compañía del ingeniero Manuel de Anda, donde pudo corroborar que la CGM contaba con instrumentos análogos y seguían los mismos métodos en las determinaciones de latitudes, y se sintió halagado cuando el director de dicho observatorio el Dr. Ba- khuyzen le propuso la realización de un estudio comparativo sobre algunas ob-servaciones astronómicas.Por los documentos encontrados se tiene certeza que se realizó la compra del medimareómetro y que fue instalado en el Puerto de Veracruz; sin embargo, no faltaron las dificultades y contratiempos en el levantamiento de los registros para la obtención del nivel medio del mar, como se puede leer en la correspondencia enviada al Ing. Leyva por Ricardo Ortiz, encargado del medimareómetro:Por los derroteros de los estudios geográficos y la cartografía de las costas mexicanas… . 43En esta lunación, el plenilunio trajo mareas formidables, cosa rara dado que estamos en un solsticio; pero así fue y la sonda quedó enteramente cubierta. Ya comenzó el descenso y pronto estará todo al corriente.Como la sonda no está llena de agua, presumo que el mal no estuvo en el filtro; sino en la altura de la sonda. Tal vez convendría elevarla un poco á fin de que el caso no se repita.Sin embargo, sólo someto á tu consideración lo ocurrido. Tú dirás en que me equivoco y lo que debo hacer para servirte bien (ATMMOB, caja 1, exp. 5).En otra de sus cartas se disculpa por el retraso del envió de las gráficas del medimareómetro, porque estaba a la espera de recibir el rollo de papel requerido por el instrumento. Para el 16 de septiembre de 1912, Francisco I Madero co-municaba en su informe presidencial que dentro de los trabajos realizados por la Comisión Geodésica Mexicana se habían “nivelado 135 kilómetros de Veracruz a México y de Tampico a La Cruz, Tamaulipas, instalándose un medimareómetro en Veracruz y otro que se [estaba] instalando en Tampico” (Madero, 1912).Las tareas ejecutados por la CGM para que fuese posible incorporar la “alti-tud” como tercera coordenada en la cartografía del país acorde con los estándares internacional, se convirtió en un hallazgo de gran envergadura para los científi-cos mexicanos, específicamente para los ingenieros dedicados a las labores geo-désicas y cartográficas. Este descubrimiento les mostró la importancia de llevar a cabo el levantamiento de las costas para su integración en la Carta de la República Mexicana y que la exactitud en la representación del relieve del territorio nacional implicaba delimitar la tercera frontera del país hasta entonces no estudiada. Tan pronto como fue posible por las condiciones económicas y políticas que vivía el país con Revolución Mexicana, comenzaron los estudios de las costas.El levantamiento cartográfico de las costasPara 1915, con la creación de la Dirección de Estudios Geográficos y Climatoló-gicos (DEGC) en la Secretaría de Agricultura y Fomento, se retoman los estudios de las costas a mayor escala y profundidad. En el Departamento Comisión Geo-gráfica de la República, conformado por la CGM y la Comisión Geográfico Ex-ploradora, quedó establecida la sección Trabajos en las costas y en el Mar (Azuela y Morales, 2009: 44). El exdirector de la CGM, el Ing. Pedro C. Sánchez, que 44 . Patricia Gómez Reycontaba con una amplia y sólida experiencia en el campo geodésico y cartográfi-co, fue designado para estar al frente de la nueva dirección.Desde su llegada a la DEGC, y por espacio de casi veinte años, el Ing. Sánchez encauzó los trabajos de la dependencia hacia el diseño de cartas de diverso tipo y escala, siguiendo de forma rigurosa los modelos de producción internacional, de ahí que muy pronto renombró el citado departamento en Levantamiento de Detalles para la Carta General de la República. No obstante, debido al ambiente de agitación política y la falta de recursos económicos suficientes en los primeros años de vida de la dirección, prácticamente fue imposible la realización de expe- diciones científicas y/o trabajo de campo requerido en el diseño cartográfico. Para 1918 los trabajos de gabinete arrojaban los primeros resultados, entre otros se tenían los planos y cálculos de la superficie que cubrirían las cartas de la zona costera de la fachada atlántica (ATMMOB, caja 85, exp. 6). Pedro C. Sánchez explicó:En la imposibilidad de llevar a cabo simultáneamente trabajos de levantamiento en todas nuestras costas, no solamente por falta de elementos pecuniarios sino porque no se cuenta con una buena organización que siempre proviene de la experiencia, se pretende por tanto iniciar estos trabajos en regiones limitadas… De nuestras dos costas indudablemente tiene más importancia para la nave-gación la del Golfo y además por ser de menor extensión y contar con comu-nicaciones más fáciles con el centro la hacen más indicada para principiar los trabajos (ATMMOB, caja 52, exp. 8).Como puede apreciarse, el ingeniero Sánchez tenía argumentos de sobra para justificar la elección del área para emprender el levantamiento costero. El propósito era formar una colección de cartas hidrográficas, compuesta por una carta general de toda la costa del Golfo de México y del Mar de las Antillas (es-cala 1:1000 000), seis cartas parciales9 y un número indefinido de cartas o planos (de peligros en arrecifes o islas, hidrográficos de los puertos, fondeaderos, entre otros) de las cuales se estimaran convenientes por su utilidad para la navegación (ATMMOB, caja 52, exp. 10). Sin embargo, transcurrieron cinco años más para la 9 La carta número 1 comprendía toda la costa del Golfo de México y del Mar de las Antillas; la 2 el litoral de un punto al norte de Matamoros a otro en la desembocadura del Pánuco: la 3 de Punta Jerez a Alvarado y Roca Partida; la 4 desde Veracruz hasta ciudad del Carmen; la 5 desde Frontera hasta Progreso; y la 7 de Cabo Catoche hasta San Miguel de Cozumel (ATMMOB, caja 52, exp.,11). Por los derroteros de los estudios geográficos y la cartografía de las costas mexicanas… . 45puesta en marcha del primer gran proyecto científico de las costas mexicanas y durante ese tiempo se elaboró un programa general y se diseñó un cuestionario de opinión. El programa establecía la metodología a seguir en el levantamiento costero y comprendía, en síntesis, una primera etapa de recolección de los datos existen-tes, tomando en cuenta las cartas americanas e inglesas, las existentes en otras secretarias del Estado y las proporcionadas por los marinos. La segunda etapa abarcaba la realización de expediciones hidrográficas para complementar o recti-ficar los datos consignados y para llevar a cabo el levantamiento de las costas. En la tercera y última etapa, se procedería a la construcción de las cartas con todos los elementos recabados para su impresión y puesta al servicio del público; y se señalaba que el levantamiento de las costas iniciaría con el Puerto de Veracruz debido su importancia económica (ATMMOB, caja 52, exp. 11). Por su parte, el cuestionario incluía una descripción precisa y detallada del levantamiento de las cartas propuestas, de los elementos y datos que figurarían en ellas y del orden en que se emprenderían los trabajos hidrográficos. Las preguntas intercaladas entre las observaciones del trabajo a realizar se referían a un solo as-pecto, eran preguntas simples y abiertas como, por ejemplo, ¿los planos parciales de la costa enumerados son suficientes o bien deben de agregarse algunas más o quitarse los que usted cree innecesarias?, ¿además de los arrecifes o islas citados hay otros que ameriten una carta especial? y ¿los sondeos cree usted deban con-signarse en metros, en brazas o en fathoms?La inexperiencia de los topógrafos, geodestas y cartógrafos mexicanos con relación al levantamiento cartográfico de las costas, quedaría plasmada en el plan o programa general y en el cuestionario. El único material publicado en México sobre ese tema era el libro de apuntes de Hidrografía de Aurelio Leyva, y sin una guía marina para realizar las expediciones de esta monumental y compleja em-presa, sin parangón en la historia científica del país, sencillamente se retomó el instructivo de levantamientos hidrográficos del Coast and Geodetic Survey de los Estados Unidos de Norteamérica, que se ajustaba a las normas y estándares internacionales. Sin lugar a dudas, se advierte que se trataba de asegurar un mí-nimo de calidad en los trabajos y que estos fueran equiparables a los que se rea-lizaban en Estados Unidos y Europa, pero con la aplicación del cuestionario se recuperó el conocimiento local de los “marinos mexicanos” militares y mercan-tes, el cual quedó reflejado en buena medida en las escalas cartográficas que al final se emplearon y en los múltiples detalles que quedaron inscritos en las cartas. 46 . Patricia Gómez ReyPor otra parte, para solventar la falta de recursos tales como navíos, equipo e instrumentos10 necesarios para emprender las expediciones de reconocimiento en el mar, se giraron instrucciones para que la comisión encargada de los trabajos estuviera integrada con personal de la DEGC, del Departamento de Marina de la Secretaría de Guerra, de la Secretaría de Comunicaciones y algunos alumnos de las escuelas náuticas y navales. Durante los primeros meses de 1923 la Secretaría de Comunicaciones facilitó el vapor Nereyda y un grupo de marinos experimen- tados, con instrucciones precisas y detalladas del Ing. Sánchez; el personal asig-nado se hizo cargo de los primeros trabajos de levantamiento de las costas com-prendidas del puerto de Veracruz al puerto de Alvarado. A finales de ese año, la Secretaría de Guerra dispuso del remolcador Tampico y, bajo la conducción nuevamente del ingeniero, se llevó a cabo el levantamiento de Veracruz a Tam-pico. Los trabajos debían ejecutarse con estricto apego a las indicaciones del ins-tructivo de levantamientos hidrográficos del Coast and Geodetic Survey de los Estados Unidos de Norteamérica, el cual les fue entregado una traducción al es-pañol. Asimismo, se recomendaba el envió de un informe mensual de los trabajos efectuados y de las tareas programadas para el mes siguiente (ATMMOB, caja 52, exps. 11 y 12).En unos cuantos años se ejecutaron y publicaron la “Carta del Puerto de Tampico en la desembocadura del río Pánuco” (1923), escala 1:20 000; dos cartas de Veracruz, una de ellas la “Carta Hidrográfica de los alrededores del Puerto de Veracruz y Fondeadero de Antón Lizardo” (1930), escala 1:100 000; la “Carta del Puerto de Alvarado” (1931) escala 1:15 000; y la de Puerto México (Coatzacoal-cos). Asimismo, en esos años se avanzó en reconocimiento costero con el fin de continuar con la ejecución de las cartas y se realizaron expediciones marítimas de Matamoros a la desembocadura del Río Pánuco; de Veracruz a ciudad del Carmen; de Frontera a Progreso; de Celestún a S. Miguel de Cozumel, y de Cabo Catoche al Límite con Belice (ATMMOB, cajas 35 y 37). A pesar de los logros alcanzados no fue posible terminar la colección de cartas que inicialmente se había planteado la DEGC. Entre las circunstancias o factores que intervinieron, a manera de apuntes pues merecen un estudio aparte, es probable que se encuentren, la salida de la Dirección en el año de 1934 del Ing. Sánchez el artífice del proyecto, el gran volumen de trabajo que se realiza-10 En síntesis, estos requerimientos o elementos de navegación comprendían: una embarca-ción de 250 toneladas de 8 millas de andar, una lancha de gasolina de 6 metros de eslora, una ballenera de 6 pares de remos, sondas de diversos tipos, tambores y esferas para señales, balizas, boyarines, correderas y mesas de dibujo (ATMMOB, caja 37, exp. 4). Por los derroteros de los estudios geográficos y la cartografía de las costas mexicanas… . 47ba: triangulaciones geodésicas, rectificación y actualización de las cartas de las entidades federativas, elaboración del Atlas de la República Mexicana 1:500 00, entre otros, y, por último, las crecientes atribuciones otorgadas a la Secretaría de Guerra para la formación de la cartografía del país. Abocándose a los avances alcanzados en el levantamiento de los litorales, estos nos muestra una vez más la importante correlación que mantuvo la apre-hensión cognitiva del espacio físico del país en el proceso de construcción socio jurídica del territorio mexicano en el largo siglo XIX y principios del XX, hecho que se confirma con la adición al precepto jurídico del mar territorial de la Ley de Bienes Inmuebles de la Nación11 de 1902, que fijó el mar interior con base a la lí-nea de la marea baja, misma que se tomó como el punto de partida para medir la distancia de las tres millas. Adición que estableció por primera vez el mar interior, exterior y territorial, y que sólo fue posible por medio del conocimiento y empleo de instrumentos para medir el nivel de las mareas en las costas del país. Con el establecimiento de los dos límites del mar territorial (exterior e interior), Szekely afirma, México se apegaba estrictamente al contenido de las normas positivas del derecho internacional en vigor (Szekely, 2016: 46).A manera de reflexión finalDurante gran parte el siglo XIX el conocimiento científico y la práctica científi-ca relacionados con del mar no representaban un beneficio económico directo, ni tampoco un obstáculo, y la navegación se auxiliaba con las cartas náuticas extranjeras. Sin embargo, el advenimiento de una nueva era económica y cien-tífico-técnica que trajo los buques de gran calado, exigió la realización de obras portuarias, el remozamiento de puertos y la construcción de puertos artificiales. Asimismo, esta nueva era demandó un conocimiento más profundo y exacto so- bre las ciencias de la Tierra para su mejor explotación y es en este ámbito donde inscribe el establecimiento de la altitud como la tercera coordenada geográfica. En particular,,la construcción del puerto artificiales de Veracruz si bien oca- sionó la primera gran transformación del contorno natural del litoral y sus paisa-jes terrestres y marinos, también es cierto que abrió nuevos interrogantes acerca 11 La Ley de Bienes Inmuebles de la Nación, en el artículo 4, fracción I, instituyó: “Son bie-nes del dominio público o de uso común, dependientes de la federación los siguientes: I.- El mar territorial hasta la distancia de tres millas marítimas contadas desde la línea de la marea baja en la costa firme o en las riberas de las islas que forman parte del territorio nacional”.48 . Patricia Gómez Reydel relieve del mar y la dinámica de las mareas y corrientes marinas en el contexto local, de ahí el impulso y apoyo que recibiría el registro de las mareas en varios puertos del país y, más adelante, la encomienda para llevar a cabo el levanta-miento de las cartas hidrográficas del Golfo de México, permitieron visualizar la importancia estratégica de medir el mar territorial y fijar los límites de la tercera frontera del país.12 12 Un tema semejantes es el de la Hidrografía mexicana en el siglo XIX; al respecto véase Vega y Ortega (2016: 1-36).Capítulo 3. El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-186713Rodrigo Vega y OrtegaInstituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación-UNAMEn Europa y América, las cátedras de Botánica se fundaron a partir de la práctica científica desarrollada por varios individuos relacionados con la historia natural, la farmacia, la medicina y la geografía, que acudían a los jardines botánicos del siglo XVIII de algunas ciudades, tanto los públicos como los privados. Los esta-blecimientos botánicos en varias ocasiones fueron parte de los proyectos econó-micos, políticos, sociales y culturales de las monarquías europeas y los cuerpos científicos asentados en las principales urbes de cada país. En el caso de la Coro-na hispana, los jardines peninsulares y americanos estuvieron supeditados a las directrices del Real Jardín Botánico de Madrid al que acudían profesionales y amateurs de las ciencias naturales, en especial a las lecciones científicas imparti-das anualmente desde 1757 en torno a la Real Cátedra de Botánica madrileña. Años después, en la Ciudad de México se fundó la Cátedra de Botánica (1787) dentro del Palacio Virreinal. Esta se mantuvo unida a la cátedra madrileña durante el gobierno colonial y después de la Independencia desarrolló caracterís-ticas académicas propias que son poco conocidas en la historiografía de la ciencia mexicana.Esta investigación abordará en las siguientes páginas el desarrollo de la Cá-tedra de Botánica de la Ciudad de México a partir de su devenir institucional 13 Esta investigación es parte del proyecto PAPIIT núm. IN 302416: “Las investigaciones geo-gráficas y naturalistas en México (1786-1950)”. Responsable Dra. Luz Fernanda Azuela, Instituto de Geografía-UNAM. También es parte es parte del proyecto posdoctoral “La ins-trucción científica a través de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1863”. Responsable Dr. Rodrigo Antonio Vega y Ortega Baez, adscrito al Instituto de Investigacio-nes sobre la Universidad y la Educación-UNAM, Tutora: Dra. María de Lourdes Alvarado y Martínez Escobar. UNAM. Programa de Becas Posdoctorales en la UNAM. Becario del Ins- tituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación.50 . Rodrigo Vega y Ortegamediante el análisis de las leyes y normatividad oficial que modificaron tanto los contenidos curriculares que se enseñaban en ella como su ubicación en la red de establecimientos científicos capitalinos dedicados a la generación de nuevos cua-dros de profesionales, además de su relación formal con algunos de ellos en cier-tos momentos del siglo XIX. Cabe señalar que las siguientes páginas guardan relación con otras investi-gaciones sobre historia de la botánica mexicana en términos de la temporalidad, los actores y las fuentes históricas (véanse Vega y Ortega, 2014; Vega y Ortega, 2015: 87-113), pero en esta ocasión se enfatiza el aspecto de la educación formal que no había sido analizado con anterioridad.En la historia de la educación científica en el siglo XIX mexicano se han pri- vilegiado temas como la profesionalización de los científicos en el Porfiriato, la conformación de establecimientos de instrucción superior en las capitales estata-les y los debates en torno a la enseñanza universitaria. Sin embargo, se ha dejado de lado el estudio de las cátedras vinculadas a instituciones culturales, como el Museo Nacional y el Jardín Botánico, cuyo objetivo era desarrollar investigación naturalista mediante el coleccionismo y el inventario de plantas, animales y mi-nerales, así como incorporar a nuevas generaciones de mexicanos al estudio y práctica de la ciencia mediante la instrucción, como sucedió en la señalada Cáte-dra de Botánica entre 1821 y 1867.Si bien la Cátedra ha sido analizada durante el periodo colonial, a partir de 1821 se aprecia una ausencia historiográfica sobre el tema, aunque existen varias fuentes históricas que señalan su importancia como centro de instrucción cien-tífica hasta 1867, en que la Ley de Instrucción Pública desconoció su existencia dentro del Colegio de Minería. Los años que delimitan esta investigación forman parte de la historia de la ciencia y la historia de la educación mexicanas, pues marcan el inicio de las reflexiones intelectuales en torno a la conformación de una ciencia “nacional” y la modernización educativa después del proceso inde- pendiente y finalizan con la impronta del positivismo en ambas al final de la dé-cada de 1860. Este periodo en varias ocasiones fue señalado por la historiografía como carente de estructura científica y educativa por la perenne crisis social y política, las disputas ideológicas y la ausencia de recursos por parte del erario. Por estas razones, parecía que algunas de las instituciones educativas coloniales, co- mo las de vocación científica en la Ciudad de México, habían decaído en cuanto a su actividad, con algunas excepciones como el Colegio de Minería. Sin embargo, otros establecimientos educativos pervivieron en el medio educativo, como la Cá- tedra de Botánica, y otros más transformaron sus objetivos para lograr una auto-nomía institucional, como la Escuela de Minería. El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 51En los últimos años, las historiografías de la ciencia y de la educación científi-ca han renovado sus acercamientos temáticos, temporales, espaciales y documen- tales hacia tópicos de la primera mitad del siglo XIX para construir una inter-pretación más amplia sobre el desarrollo científico mexicano. En el caso de la Ciudad de México, en la última década se han analizado instituciones como el Hospital de San Andrés, la Escuela de Medicina, el Jardín Botánico, el Museo Nacional, el Gabinete de Mineralogía del Colegio de Minería y, en esta investi-gación, la Cátedra de Botánica. Dicha renovación historiográfica retoma los es- tudios históricos que versan sobre el último tercio del siglo XVIII para concatenar el auge ilustrado colonial con las actividades científicas y educativas de las prime-ras décadas del México independiente. Esta investigación tiene como objetivo principal comprender el desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica en términos de los lineamientos que el Estado estableció para su organización y funcionamiento entre 1821 y 1867, y que condicionaron su relación con otros establecimientos científicos de la Ciudad de México desde el plano de la instrucción secundaria. El objetivo secundario es situar a la Cátedra en la historiografía de la ciencia mexicana a partir de los estu-dios sobre las primeras décadas de vida independiente al reconocer su desarrollo constante en el entramado cultural capitalino, al igual que la continuidad,de la enseñanza botánica entre el fin del régimen virreinal y el inicio de la vida inde-pendiente de México.La investigación reconoce que las normativas de estudio de la Cátedra de Bo- tánica y de las carreras científicas a las que se mantuvo unida entre 1821 y 1867, estuvieron relacionadas con lo que el Estado mexicano esperaba que los estu-diantes aprendieran en términos científicos para resolver las necesidades del país. La propuesta interpretativa que se empleará en la investigación tiene como base la historia social de la educación en su relación con la ciencia, al tomar como punto de partida que todo conocimiento generado en los centros de instrucción científica es resultado de la actividad especializada de cierto grupo de individuos pertenecientes a una sociedad y que en varias ocasiones se encuentran unidos a los gobernantes para desarrollar marcos normativos con los cuales crear, apoyar y generar conocimientos científicos, a la vez que conformar nuevas generaciones de practicantes de la ciencia, en especial mediante profesiones. Bajo esta perspectiva se aprecia la incidencia de las políticas gubernamentales para instruir a distintos grupos sociales con fines prácticos, muchos de ellos económicos, a través de refor-mar los contenidos curriculares de las cátedras y la modernización de los planes de estudio de los establecimientos profesionales de la capital mexicana. 52 . Rodrigo Vega y OrtegaEl anterior es un aspecto de la historia de la ciencia desconocido hasta el mo- mento, aunque las fuentes históricas analizadas más adelante son recurrentes en la historiografía, como la Legislación Mexicana o Colección completa de las disposi-ciones legislativas expedidas desde la independencia de la República (1876-1912) de Manuel Dublán y José María Lozano, las memorias de los secretarios de Estado de la primera mitad del siglo XIX, varios expedientes del Archivo General de la Nación (AGN) y del Archivo Histórico del Distrito Federal (AHDF), y algunas compilaciones documentales contemporáneas.Estas fuentes permiten comprender que la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, originada con el Jardín Botánico dieciochesco, fue un espacio insti-tucional de amplia vida científica en la capital del país en los rubros docente, de investigación y de valoración de las flora nativa y aclimatada. La estructura de la investigación se divide en los períodos institucionales de la Cátedra de Botánica, iniciando con el origen colonial y después se abordan los primeros años independientes (1821-1830) en que se mantuvo la estructura die-ciochesca. Los siguientes apartados se refieren a los cuatro períodos de reformas que afectaron las actividades educativas de la Cátedra entre 1831 y 1866, para concluir con su extinción en 1867 bajo las posturas educativas del positivismo. El origen novohispano de la Cátedra de Botánica, 1786-1820Durante los mandatos de Carlos III y Carlos IV tuvo lugar la transformación ra- cional y utilitarista de los ámbitos políticos, administrativos y económicos cono-cidas en la historiografía como reformas borbónicas. Estas tomaron como base al conocimiento científico para cumplir sus objetivos en términos productivos, demográficos, militares, higiénicos y de política interna e internacional. La base científica de las reformas borbónicas buscó el fomento de las distin-tas “ciencias útiles” con miras al desarrollo económico mediante conocimientos prácticos en farmacia, medicina, geografía, agronomía, física, botánica, zoología, mineralogía, anatomía, metalurgia, química y astronomía, que se impulsaron des- de el terreno laico conformado por modernas instituciones localizadas en las ciu-dades. Esto condujo a la renovación de las disciplinas científicas en relación con la sociedad en asuntos de interés público para la monarquía española, por ejem-plo, sanidad, agricultura, ganadería, minería, navegación, defensa de las fronteras y comercio (Sarrailh, 1957: 413). Dicha modernización estuvo auspiciada por el Estado español al destinar cuantiosos recursos a la fundación de instituciones de enseñanza extrauniversita-El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 53ria en varias ciudades, como observatorios, museos, academias, jardines botáni-cos, anfiteatros, gabinetes de instrumentos, laboratorios, mapotecas y numerosas cátedras. Los nuevos espacios científicos dieron paso a un paulatino cambio en la cultura urbana al ampliar las vías para diversificar las utilidades sociales de las disciplinas científicas. De manera general, las universidades hispánicas de Euro-pa y América fueron marginadas de tal proceso modernizador o sufrieron refor-mas parciales e insuficientes, lo que originó una visión negativa de sus funciones al inicio del siglo XIX (Peset y Peset, 1988: 152).A la vez que se erigían las nuevas instituciones, se llevaron a cabo distintas expediciones científicas que tuvieron por objetivo el reconocimiento geográfico y naturalista de los territorios ultramarinos de la Corona española, como la Real Expedición Botánica de Nueva España (1787-1803), aprobada por Real Cédula de 27 de octubre de 1786. Esta se inscribió en la tendencia ilustrada de valorar a la exploración como una fuente directa de conocimiento científico. Cada real expedición se sustentaba en los fines utilitarios y económicos que la monarquía esperaba conseguir, pues “las teorías fisiócratas iban ganando terreno y todos los políticos del momento intentaban un mejor y más rápido tratamiento y cultivo del suelo patrio” mediante la práctica botánica (Borrego, 1993: 234). Es importante señalar que la historiografía de la ciencia mexicana, y de otros temas, ha privilegiado el estudio del Real Seminario de Minería, el desarrollo de la Mineralogía y la explotación minera como base para la comprensión del Mé- xico independiente. Sin embargo, la Botánica, las instituciones naturalistas y las actividades económicas que se vincularon a ella (agricultura, manufacturas, silvi-cultura, industria y comercio) también aportaron grandes cantidades de recursos al erario y a la élite, por lo que falta efectuar un balance al respecto en los estudios históricos de tema mexicano. En esta investigación merece especial atención la fundación por Fernando VI del Real Jardín Botánico de Madrid en 1755, en la Huerta de Migas Calientes. Este estuvo bajo el control del botánico José Quer (1695-1764), quien a su muer-te dejó cultivadas cerca de 2000 plantas (Bolaños, 1997: 125). En 1774, Carlos III ordenó su traslado hacia la zona limítrofe de la ciudad, alrededor del Paseo del Prado, que también acogió a los reales Observatorio, Gabinete Zoológico y Laboratorio Químico. El traslado de las plantas recayó en el nuevo director, Ca-simiro Gómez Ortega (1741-1818),14 quien concluyó esta tarea en 1781, año en que se inauguró la nueva sede. El Real Jardín madrileño fue un pilar institucional 14 Casimiro Gómez Ortega fue un destacado botánico español que participó en diversas instituciones letradas y tertulias de Madrid. Fue un impulsor de la modernización científica 54 . Rodrigo Vega y Ortegapara el desarrollo de las ciencias naturales peninsulares y también se tomó como ejemplo en la constitución de otros jardines científicos en diversas urbes, como la Ciudad de México. El Real Jardín Botánico de Madrid siguió la pauta establecida en otras insti-tuciones botánicas europeas, como las de París, Estocolmo, Ámsterdam y Berlín, al distribuir las especies vegetales de acuerdo con los criterios linneanos, es decir, “racionales”, dentro de dieciséis cuadrantes de plantas en el piso bajo y catorce en el central que sumaban treinta, que incluían las veinticuatro clases taxonómicas establecidas por Carl von Linné (1707-1778), conocido en el mundo hispánico como Linneo (Bolaños, 1997: 130). Esto sirvió de pauta para la fundación del Real Jardín de la Ciudad de México que “ordenaría racionalmente” y bajo,la misma disposición espacial a la flora novohispana. En la Nueva España, durante la segunda mitad del siglo XVIII, se fundaron las primeras instituciones ilustradas mediante el patrocinio real y con indepen-dencia de la Real y Pontifica Universidad de México y del clero. Las nuevas insti-tuciones promovieron los intereses políticos, sociales y económicos de la Corona y en ciertas ocasiones de la élite virreinal. Los establecimientos ilustrados de la Ciudad de México fueron la Real Cátedra de Cirugía (1768), el Real Hospital de San Andrés (1779),15 el Real Seminario de Minería (1779), la Real Academia de las Nobles Artes de San Carlos (1784) y el Real Jardín Botánico que incluía la Real Cátedra de Botánica (1787). Los dos últimos se originaron con la mencio-nada Real Expedición Botánica de Nueva España (véase Díaz-Piedrahita, 2005: 131-162). El contexto institucional ilustrado en la capital de la Nueva España hace ver el interés de la Corona por el desarrollo de la ciencia en su distintas manifestacio-nes útiles a la monarquía y a la sociedad. Una cuestión que aún falta subrayar en la historiografía para matizar la “leyenda negra”16 que se construyó desde el siglo XVIII en torno al “atraso” cultural de España.española bajo los cánones de Linneo y mentor de varias generaciones de naturalistas. Entre 1771 y 1801 fue director del Real Jardín Botánico de Madrid.15 El Real Hospital de San Andrés fue una de las instituciones científicas más modernas de la Ciudad de México, en que se practicó la medicina, la cirugía, la farmacia, la botánica y la anatomía. El edificio se ubicó en el antiguo Colegio jesuita de San Andrés, donde hoy se encuentra el actual Museo Nacional de Arte. Este hospital estuvo en funciones hasta finales de la década de 1890, cuando el gobierno ordenó su demolición. 16 Esta interpretación conocida como “leyenda negra” ha enfatizado que las culturas españo-la e hispanoamericana se han mantenido en un plano inferior al de los países anglosajones, El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 55El personal expedicionario se estableció en la Real Cédula de 13 de marzo de 1787 señalando la participación de los peninsulares Martín de Sessé (1751-1809) como director, José Longinos Martínez (¿?-1803) como zoólogo, Juan Die-go del Castillo (1744-1793) como farmacéutico, Vicente Cervantes (1755-1829)17 como catedrático de botánica y farmacéutico, y Jaime Senseve como naturalista. En Nueva España se incorporaron José Mariano Mociño (1757-1820), Atanasio Echeverría y Juan de Dios Vicente de la Cerda (Zamudio, 2005: 219-220).Desde su origen institucional, la Real Expedición Botánica de Nueva Espa-ña acogió a la educación científica mediante la señalada Real Cátedra de Botáni-ca en la que se impartirían lecciones naturalistas a semejanza de la dinámica del Real Jardín de Madrid. Esto estuvo a tono con los postulados de los ilustrados hispanos, para quienes la modernización de la explotación agrícola en todos los dominios de la monarquía española se lograría cuando el agricultor se convirtiera “en un cultivador competente. La divulgación y difusión de los últimos conoci-mientos en materia agrícola sería algo inherente” a la renovación de todo el siste-ma económico (Borrego, 1997: 234). Además, en la Cátedra se buscaría instruir, en la medida de lo posible, a artesanos, silvicultores y comerciantes.Mediante la Real Cédula de 20 de marzo de 1786, los reales Jardín Botánico y Cátedra de Botánica mexicanos se aprobaron y de momento se alojaron en el Palacio Virreinal, bajo el cuidado de Vicente Cervantes, alumno del mencionado Gómez Ortega. La Real Cátedra novohispana, a través del acopio de especies en el Jardín Botánico, hizo posible el inicio del inventario de las especies vegetales de la Nueva España a través de la enseñanza de las pautas “racionales” de la me-todología linneana con los cuales se escudriñaba cada planta en términos taxo-nómicos, fisiológicos, ciclos de vida, aprovechamiento económico y aclimatación (Zamudio, 1992: 57).Como se verá más adelante, la elaboración de dicho inventario natural con-tinuó de forma paulatina entre 1821 y 1867 a través de instituciones científicas de la Ciudad de México, como la Cátedra de Botánica, pero también en los estable-cimientos educativos de instrucción superior de casi todas las capitales estatales franceses y germanos por la predominancia del catolicismo, el absolutismo borbónico y el desinterés de los monarcas por el “progreso” modernizador de la ciencia y la tecnología. 17 Vicente Cervantes fue un naturalista y farmacéutico nacido en Ledrada, España. Trabajó al lado de Casimiro Gómez Ortega. También fue boticario mayor del Hospital General de Madrid. En 1787 arribó a Nueva España para desempeñarse como profesor de la Real Cá-tedra de Botánica y director del Real Jardín Botánico de México y más tarde boticario del Real Hospital de San Andrés. En 1792 concluyó su célebre Ensayo a la materia médica vegetal de México, impreso hasta 1889. Después de 1821 se mantuvo como director y catedrático. 56 . Rodrigo Vega y Ortegaen el mismo lapso. Entre 1867 y 1910 se fundaron algunos espacios científicos para tratar de coordinar las investigaciones naturalistas, como la Sociedad Mexi-cana de Historia Natural, la Escuela Nacional de Agricultura y Veterinaria o la Sociedad Mexicana de Agricultura, aunque hasta el día de hoy se ha carecido de un órgano que concentre dichas actividades científicas. El apoyo material a los reales Jardín Botánico y Cátedra de Botánica se hi- cieron visibles desde septiembre de 1787, cuando llegó el primer embarque de libros e instrumentos para que los estudiantes conocieran las pautas científicas empleadas en Europa para la determinación y envío de especímenes naturales rumbo a Madrid. Los libros merecen especial atención, pues muchos de ellos se utilizaron para la impartición de las lecciones en la Real Cátedra, entre los que sobresalen las obras de Linneo, Joseph Pitton de Tournefort (1656-1708) y Gó-mez Ortega. Otra remesa llegó a la Ciudad de México en julio de 1788 para la enseñanza de la botánica. La lista de libros suma 2870 pesos y 6 reales, lo que representó un esfuerzo de la Corona española por erogar una amplia cantidad de dinero para la educación botánica. Al final de ese año, Gómez Ortega remitió 26 títulos, casi todos impresos en la segunda mitad del siglo XVIII, como los de Jean Emmanuel Gilibert (1741-1814), Antonio José Cavanilles, Marcelo Malpi- ghi (1628-1694) y Conrad Gesner (1516-1565) (AGN/Reales cédulas/1788/vol. 140/exp. 139/ff. 205-207). Mediante estos libros, la naturaleza novohispana, a partir de la educación, inició su inserción en la práctica científica europea al ser clasificada, escudriñada, ordenada y valorada como materia prima de diversas actividades económicas.Durante el primer año desde que la Cátedra abrió sus puertas asistieron en- tre 50 y 60 alumnos de las áreas médicas, quirúrgicas, naturalistas y farmacéu-ticas, así como varios amateurs; y con el paso de los años mantuvo un promedio de 25 concurrentes (Peset, Mancebo y Peset, 2001: 222). De entre las decenas de estudiantes que asistieron a la Real Cátedra de Botánica entre 1787 y 1821, resaltan hombres que tuvieron una activa participación en el desarrollo científico novohispano y del México independiente como José Mariano Mociño, Antonio de la Cal y Bracho (1766-1833), Luis Montaña (1755-¿?), Daniel O´Sullivan, Ju-lián Cervantes, José Vargas, José Joaquín Altamirano, José Flores, Lucas Alamán (1792-1853), Miguel Bustamante y Septién (1790-1843), José Varela, Rafael Vega y José de Jesús Febles. También asistieron reconocidos hombres de ciencia que es-taban contratados en instituciones científicas como los catedráticos Luis Lindner (1763-1805), Juan José Oteyza, Francisco Bataller (1751-1800), Andrés Manuel del Río (1764-1849) y Miguel Constanzó (1741-1814). El desarrollo institucional,de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 57La reglamentación de la Cátedra fue recibida el 21 de noviembre de 1787 mediante las reales órdenes remitidas al virrey Manuel Antonio Flores que in-cluían el “Reglamento en calidad de ordenanza que por ahora manda su majestad guardar en el Real Jardín Botánico de México” y el “Plan de Enseñanza que seguiría el catedrático” de la autoría de Gómez Ortega. En el segundo de estos se detallaron varias cuestiones operativas para el catedrático y los conocimientos que se esperaba que los estudiantes adquirieran una vez que egresaran, así se ex- presó que 3. En la [parte] teórica se explicarán los elementos de la Botánica reduciéndolos a su definición y a las demás partes principales y más precisas a la integración de la economía de los vegetales así en su estructura exterior como en la interior, con las reglas de la vegetación, propagación, conservación y averiguación de las virtudes, usos, modo de secarlas y mantenerlas en herbario.4. La parte práctica se empezará con la explicación de las siete familias naturales que ha establecido Linneo en las plantas, subdividiéndolas en clases, órdenes, géneros y especies, pero como no es fácil adquirirlas todas, ni conservarlas, se demostrarán las que hubiere en el Jardín bien sea en el mismo de aquellas que sea preciso las vean los discípulos prendidas al terreno o bien en el aula de las otras que baste las reconozcan en rama, prefiriendo las oficinales y de uso co-nocido en los alimentos.…6. Las demostraciones de las plantas en los cuadros del Jardín y las herborizacio-nes en las inmediaciones de México se ejecutarán al fin del curso o alternando con los días de lecciones de práctica en el aula, siempre que el catedrático con-temple si no a todos, a lo menos a los discípulos más aplicados.…11. El curso general durará de cuatro a seis meses, los que se estimen más opor-tunos. Habrá tres lecciones cada semana en las horas proporcionadas a la esta-ción y a facilitar la concurrencia de los discípulos, en el concepto de que cada lección ha de durar dos horas con el repaso y demás ejercicios (Gómez Ortega, 1988: 87-88).58 . Rodrigo Vega y OrtegaA través de estos postulados se advierte que la organización de la cátedra mexicana siguió los pasos de la madrileña, especialmente en sus libros de texto, pues sólo así la Corona española lograría contar con naturalistas igualmente pre-parados en todos sus dominios, quienes se encargarían de inventariar la riqueza florística y desvelar su utilidad. Al mismo tiempo se estableció la duración del curso, el horario de las lecciones y las actividades previstas que dirigiría el cate-drático. De la misma forma es palpable el papel que el Jardín y las excursiones de colecta tuvieron en el adiestramiento científico de los estudiantes y la formación de colecciones.En abril de 1788, el virrey Flores se dirigió al Claustro universitario para notificarle que una vez que se inaugurara la Real Cátedra de Botánica, los estu-diantes de la Facultad de Medicina universitaria debían presentar examen en esta ciencia para obtener el grado. Esto se debía al interés de la Corona española por vincular a la Universidad con el Jardín Botánico, con el propósito de modernizar la instrucción científica. Esto significaba una vía para renovar los estudios mé-dicos mediante el estudio de nuevas disciplinas que apuntalaban la renovación educativa que se consolidó después de 1821. El Claustro protestó ante el virrey en numerosas ocasiones, ya que los doc-tores universitarios consideraban que la obligatoriedad de la Cátedra de Botánica para sus estudiantes violaba las constituciones universitarias y que era ominoso que se emplearan fondos universitarios para el sostén económico del Real Jardín (Aceves, 1990: 10). A pesar de las críticas, la Real Cátedra de Botánica se inau-guró el 1º de mayo de 1788 mediante un acto público que fue reseñado en el su- plemento de la Gazeta de México (véase Gazeta de México, 1788: 75-77). Martín de Sessé señaló en la Oración inaugural que para la apertura del real y nuevo estudio de Botánica dixo en esta Universidad el director del Jardín y expe-diciones (1788), la necesidad de apoyar los estudios botánicos para la “felicidad pública” y de la Corona, es decir, la sociedad novohispana junto con el rey se verían beneficiados directamente con la Cátedra, pues se aprecia el propósito del director de la expedición científica por convencer al público de los benéficos re-sultados de enseñanza de las ciencias al señalar la utilidad de los aprendizajes que adquirirían los estudiantes para facilitar la prosperidad del reino. Durante 1810-1821, Cervantes y sus alumnos resintieron la revolución de Independencia al disponer de menos recursos para sus colectas e investigaciones y el menoscabo de las instalaciones de la Cátedra. No obstante, las activida- des naturalistas se mantuvieron en dichos años. Desde 1821, la relación institucional entre el Real Jardín Botánico de Ma-drid y el Real Jardín Botánico y la Real Cátedra de la Ciudad México se transfor-El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 59mó en varios aspectos, pues el director-catedrático Vicente Cervantes tomó deci-siones propias para el funcionamiento de ambos establecimientos y se hizo cargo del intercambio de semillas, plantas e ilustraciones con otros jardines botánicos del mundo. Cervantes también empezó a solicitar el presupuesto anual al Poder Ejecutivo mexicano y se dio a la tarea de organizar las lecciones científicas de la Cátedra de acuerdo con los objetivos del Estado mexicano. Esto hace ver que, si bien en muchos aspectos de la vida científica de México hubo continuidad de la reglamentación hispana, en otras, como fue el caso de la Cátedra de Botánica, se establecieron cambios inmediatos para fundar la “ciencia nacional”. La continuidad de la Cátedra de Botánica (1821-1830)Después de la declaración de la Independencia en septiembre de 1821, tuvo lugar la reestructura de los grupos de poder del Imperio Mexicano, en los que destaca-ron algunos practicantes de la ciencia, como Lucas Alamán (1792-1853), el doc-tor Pablo de la Llave (1773-1833), José Justo Gómez de la Cortina (1799-1860),18 entre otros. El nuevo gobierno ratificó en varios casos a los catedráticos de las instituciones capitalinas, como el caso de Vicente Cervantes, quien se mantuvo en calidad de director del Jardín Botánico y catedrático de Botánica, debido a la fama científica que alcanzó en el periodo colonial. Desde los primeros días del régimen independiente, este naturalista se propuso normalizar la vida de la insti-tución a su cargo, tanto en el estudio de la flora nacional como en la impartición de las lecciones, pues entre 1810 y 1821 el Jardín Botánico se había mantenido en funciones, aunque en circunstancias adversas para efectuar con normalidad sus actividades. El Jardín y la Cátedra lograron sortear las dificultades bélicas, gracias a la disposición de Cervantes, los mozos, los alumnos y el gobierno virrei-nal que dotó de un ajustado presupuesto anual a la institución. Esto hacer ver la importancia de la educación científica para la Corona española en momentos de amplia crisis en Europa e Hispanoamérica, pues el Estado español debía erogar fuertes sumas en el ámbito bélico.18 José Justo Gómez de la Cortina nació en la ciudad de México. Su familia era de origen español y poseía una gran fortuna. Ostentó el título nobiliario de Conde de la Cortina que heredó del régimen colonial. Entre las notorias actividades culturales en las que participó figuraron la presidencia del Instituto Nacional de Geografía y Estadística y la designación de miembro de la Academia de la Lengua (1835). Publicó varias obras y escribió numerosos artículos en diversas revistas literarias.60 . Rodrigo Vega y OrtegaEl 18 de mayo de 1822, Agustín de Iturbide fue declarado soberano y al,día siguiente el Congreso Constituyente lo declaró emperador de México. Entre los planes del monarca y su gabinete destacó la reorganización del entramado edu- cativo de la Ciudad de México para encaminar los proyectos científicos y huma- nísticos que necesitaba la nación para modernizar la herencia colonial. La prime-ra iniciativa que se conoce es la circular dirigida al Congreso con fecha de 9 de marzo de 1823. En esta el monarca instó a los legisladores a reorganizar la ins-trucción pública. Por ello, se convocó a los letrados del país para que expresaran su parecer y necesidades al respecto (AGN/Gobernación sin sección/1823/c. 51/exp. 5/f. 2). Entre los intelectuales convocados por el Congreso destacaron Andrés del Río, Pablo de la Llave, Vicente Cervantes, José María Luis Mora (1794-1850), Lucas Alamán, Juan Bautista Arechederreta (1771-1836) y José María Torres To-rija (1786-¿?). Esta acción manifestó los designios del emperador encaminados a continuar con los proyectos ilustrados del siglo XVIII en las escuelas profesionales para explotar de mejor manera las riquezas naturales del país.El gobierno de Agustín I fue efímero y dio paso al régimen republicano me- diante la constitución del Supremo Poder Ejecutivo, aunque los letrados se man-tuvieron cercanos a los nuevos gobernantes para encaminar el proyecto moder-nizador basado en la educación científica.19 Una situación heredada del régimen colonial, cuando los intelectuales, es especial los universitarios, estaban en el cen-tro del poder político y social del virreinato. De hecho, esto no podía ser de otra forma si se toma en cuenta que los letrados mexicanos fueron poco tiempo atrás los letrados novohispanos, no sin un reacomodo dentro de la élite al concluir la guerra de Independencia y de acuerdo con los grupos que resultaron victoriosos. El espíritu ilustrado de este primer intento por modernizar la educación en todos sus ámbitos, en especial el profesional, fue retratado por el connotado doc-tor José María Luis Mora en “Pensamientos sueltos sobre educación pública” den- tro de sus Obras sueltas (1837). En este breve escrito, Mora señaló la confianza de los nuevos tiempos por la “libertad que tiene todo ciudadano para cultivar su entendimiento… En el sistema republicano, más que en los otros, es de necesi-19 Las dificultades acaecidas entre Agustín I y sus detractores tras la proclamación del Plan de Casa Mata por Antonio López de Santa Anna provocó su abdicación el 19 de marzo, pocos días después de la expedición de la circular señalada. Ante el vacío del Poder Ejecutivo, se reinstaló el Congreso Constituyente, el cual decretó el 31 de ese mes la erección del Supremo Poder Ejecutivo a cargo de Pedro Celestino Negrete, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria. Este se mantuvo en funciones hasta que resultó electo Guadalupe Victoria, quien tomó po-sesión de la presidencia el 10 de octubre de 1824.El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 61dad absoluta proteger y fomentar la educación… así el interés general exige que las leyes sabias remuevan los obstáculos que impiden la circulación de las luces” (Mora, 1837: 104-105). El naciente Estado mexicano tendría como uno de sus propósitos principales la conformación de un marco legal que sentara las bases para renovar la educación, para protegerla y dotarla de los instrumentos intelec-tuales y materiales para robustecer al sistema republicano. El interés por la reforma educativa se mantuvo en el nuevo escenario políti-co, pues el 23 de abril de 1823, la Secretaría de Relaciones expidió la “Circular sobre la formación de un Plan General de Instrucción y Educación Pública” para volver a reunir a los intelectuales en torno a la discusión de un mismo proyecto de instrucción. Este plan pretendía reunir información científica mediante los pa- receres de los catedráticos y rectores de instituciones de instrucción pública, entre ellos Vicente Cervantes. El Supremo Poder Ejecutivo efectuó una junta el 10 de junio de ese año que fue presidida por Lucas Alamán y Pablo de la Llave, a la que asistieron cate-dráticos como Cervantes. La junta acordó elaborar un plan de trabajo y formar comisiones para conformar un informe dirigido a las Cámaras sobre el estado de la educación en el país y las vías en que podría mejorarse. El informe se presentó a los legisladores a principios de 1824, pero la reestructuración de la instrucción pública no se concretó (Rodríguez Benítez, 1992: 147-148). La participación de Cervantes en las reuniones fue un reconocimiento del valor de la educación bo-tánica en el futuro del país y de la importancia de los catedráticos de disciplinas científicas en los proyectos gubernamentales para el “progreso” del país. Sobre esta iniciativa gubernamental, Mora expresó su opinión en “Mejora del estado moral de las clases populares, por la destrucción del monopolio del cle- ro en la educación pública, por la difusión de los medios de aprender y la inculca-ción de los deberes sociales, por la formación de museos, conservatorios de artes, y por la creación de establecimientos de enseñanza para la literatura clásica, de las ciencias y la moral”, como parte de la Revista política de las diversas adminis-traciones que ha tenido la República hasta 1837 (1837). Mora reconoció que en los primeros años de la vida soberana del país “se empezaron también a advertir ten-dencias bien marcadas a la reforma de la educación científica y literaria”, gracias al interés de la élite que “deseaba y promovía” estos cambios, pero de los cuales no “se tenía por entonces una idea precisa en orden a su naturaleza y resultados” (Mora, 1986: 143). Ante la falta de un acuerdo por modernizar la educación pro-fesional, la señalada junta reunió a varios intelectuales para alcanzar un acuerdo institucional bajo el señalado Plan General que sirviera de marco jurídico que reemplazará al sistema colonial. 62 . Rodrigo Vega y OrtegaLucas Alamán, secretario de Relaciones, en noviembre de 1823 presentó al Congreso la Memoria… relativa al estado en que se encontraban los asuntos po-líticos de la República. Entre los diversos temas abordados, el secretario se refirió a la Cátedra de Botánica, la cual apenas se reponía de la coyuntura bélica que menguó su presupuesto y espacio dentro del Palacio Nacional, aunque se man-tenía “la enseñanza de los primeros rudimentos de esta hermosa y útil ciencia”, gracias a Cervantes y sus alumnos (Alamán, 1823: 37). El testimonio de Alamán hace ver la importancia que el gobierno otorgó a la instrucción de los jóvenes mexicanos en el ámbito naturalista, ya que la Botánica era una disciplina necesa-ria para la formación científica de varios profesionistas (médicos, farmacéuticos e ingenieros), continuando con los proyectos borbónicos encaminados a reformar las escuelas de instrucción superior (Facultad de Medicina de la Nacional y Pon-tificia Universidad de México, Colegio de Minería y Cátedra de Botánica). Alamán, como otros letrados, se basaban en las obras de Alexander von Humboldt (1769-1859), para considerar que México desarrollaría sus capacida-des productivas a través de la ciencia; por ejemplo, con la modernización de la agricultura. Sólo con la ciencia se podría “sostener una población más grande, un mayor número de ciudades y además contribuir al beneficio de los metales, todo la cual colocaba [a México] en mejor posición dentro de las [naciones] hispa-noamericanas” (Cervantes, 2012: 144). Las plantas agrícolas serían las primeras sujetas al futuro estudio racional por parte de los nuevos cuadros científicos de México, como el maíz, trigo, hortalizas y legumbres, plátano, yuca, cereales, ma- guey, añil, algodón, cacao, cactus para la cochinilla, vainilla, así como la aclima-tación de lino, morera, vid, olivo, cáñamo, caña de azúcar y café.En la Memoria… sobre el año 1824, presentada por Alamán, se aprecia que las actividades educativas,de la Cátedra funcionaron con normalidad, a pesar de la falta de dinero para su traslado al Hospital de Naturales,20 junto con las colecciones del Jardín Botánico. En la Cátedra continuaba con regularidad “la enseñanza de aquel ramo precioso de la Historia Natural que facilita el conoci-miento de los vegetales, tan necesario para la Medicina y la Farmacia” (Alamán, 1825: 33). Es de resaltar que en el informe oficial del secretario dirigido a los legisladores se dedicaran algunas líneas a la Cátedra de Botánica como muestra 20 El Hospital de Naturales se consideró en varios proyectos urbanos de las décadas de 1820 y 1830 como una posible sede de instituciones científicas, como el Jardín Botánico y la Cá-tedra, el Museo Nacional, el Observatorio Nacional y la Cátedra de Cirugía. No obstante, el gobierno federal careció de los recursos para llevar a cabo este plan.El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 63de la normalización de las tareas educativas a pesar de las disputas políticas de la época. En la primera elección presidencial del país resultó ganador Guadalupe Vic-toria, quien gobernó del 10 de octubre de 1824 al 31 de marzo de 1829. En estos años el presidente Victoria apoyó a la ciencia mexicana, como lo demuestran los decretos de fundación del Museo Nacional y del Instituto Nacional de Ciencias, Literatura y Artes (véase Anónimo, “México 3 de abril de 1826”, 1826: 1176), además del interés gubernamental por mejorar la situación del Colegio de Mi-nería, el Jardín Botánico y la Cátedra. No obstante, el marco normativo de la educación se mantuvo sin cambios respecto de la herencia colonial. En la presidencia de Vicente Guerrero el Jardín Botánico mantuvo sus ac-tividades sin contratiempos y de acuerdo con los reglamentos dieciochescos.21 En 1829, Vicente Cervantes falleció y lo sucedió en el cargo Miguel Bustamante (1790-1844),22 uno de sus discípulos que lo auxiliaba en el curso entre 1826 y 1829. Este había llevado a cabo sus estudios superiores en establecimientos de origen colonial; proveniente de una familia acomodada y culta; se había ganado un lugar en el medio letrado, gracias a los escritos publicados en la prensa de la Ciudad de México (véase Vega y Ortega, 2016: 52-72).23Tras los problemas políticos del gobierno de Vicente Guerrero, el vicepre-sidente Anastasio Bustamante se hizo cargo del Poder Ejecutivo desde el 1° de enero de 1830.24 En el nuevo gabinete figuró de nuevo Alamán como secretario de Relaciones, quien nuevamente favoreció el desarrollo de la Cátedra, junto con otras instituciones científicas. En la Memoria… concerniente a 1829, el secretario 21 En marzo de 1829 se efectuaron las elecciones presidenciales en las que resultó ganador Manuel Gómez Pedraza para el periodo del 1º de abril de 1829 al 31 de marzo de 1833. No obstante, diversos grupos políticos de la República estuvieron inconformes con el resultado y se rebelaron. Lo anterior provocó que el presidente electo huyera de la Ciudad de México y el Congreso designó a Vicente Guerrero como mandatario (Costeloe, 1975: 195-200)22 Miguel Bustamante y Septién nació en la ciudad de Guanajuato dentro de una familia acaudalada. Llevó a cabo estudios en el Real Seminario de Minería y en el Real Jardín Botá-nico de la Ciudad de México bajo la tutela de Vicente Cervantes. 23 Algunos impresos fueron Registro Trimestre. O Colección de Memorias de Historia, Litera-tura, Ciencias y Artes (1832-1833), Revista Mexicana (1835-1836), El Mosaico Mexicano (1836-1842), El Siglo Diez y Nueve (1841-1896) y El Museo Mexicano. O Miscelánea Pintoresca de Amenidades Curiosas e Instructivas (1843-1845).24 En los siguientes meses de la presidencia de Guerrero tuvo lugar un serie de revueltas con-tra su gobierno, especialmente la del 4 de diciembre impulsada mediante el “Plan de Jalapa” que pedía la restauración del “orden constitucional”. El día 16 del mismo mes el mandatario64 . Rodrigo Vega y Ortegadio a conocer que el catedrático Miguel Bustamante dictaba las lecciones cien-tíficas sin contratiempos y continuaba con la recolección de plantas del Valle de México. Alamán expuso a los legisladores el proyecto destinado a unir al Jardín Botánico con el Museo Nacional, ya que hasta entonces ambos se encontraban como instituciones científicas de carácter autónomo (Alamán, 1830: 43-44). El proyecto buscaba unir a ambas instituciones para formar un solo establecimien-to científico dividido en las secciones de Antigüedades, Productos de Industria, Historia Natural y Jardín Botánico, como sucedía en varias ciudades europeas.El primer periodo de la Cátedra, 1821-1830, se caracterizó por la vigencia de la reglamentación institucional con las que se originó en el siglo XVIII, pues a pesar de los esfuerzos de los intelectuales y los gobiernos nacionales por confor-mar nuevas disposiciones educativas, esto no se logró de momento. No obstante, resalta el interés de los catedráticos Cervantes y Bustamante por normalizar las actividades científicas de la Cátedra, sobre todo la generación de nuevos cuadros naturalistas para el país. También se advierte que la condición de las instituciones novohispanas se mantuvo intacta hasta 1830, ya que los reglamentos, dotaciones económicas anuales y su dependencia directa del Poder Ejecutivo, antes virrey, fue una cons-tante en esta época, aunque con matices, pues el primero regía en la nueva na-ción, mientras que el segundo rendía cuentas al monarca europeo.La Cátedra de Botánica, la Junta Directiva y el liberalismo(primera reforma, 1831-1834)El primer cambio institucional que sufrió la Cátedra se originó en la notifica-ción que recibió el doctor Pablo de la Llave con fecha de 2 de marzo de 1831 de parte del secretario Alamán, quien también escribió al doctor Isidro Ignacio Icaza (1783-1834)25 (conservador del Museo Nacional), a Miguel Bustamante salió de la Ciudad de México para derrotar a los rebeldes sin éxito. Desde el 1° de enero de 1830 el vicepresidente Anastasio Bustamante se hizo cargo del Poder Ejecutivo y el 4 de febrero el Congreso declaró a Guerrero imposibilitado para gobernar la República Mexicana (Ávila, 2008: 96-95).25 Isidro Ignacio de Icaza fue hijo de acaudalados comerciantes. Llevó a cabo estudios en la Real y Pontifica Universidad de México, en donde obtuvo los grados de Licenciado en Artes (18 de agosto de 1803), Maestro en Artes (4 de septiembre de 1803) y Licenciado y Doctor en Teología (29 de noviembre y 21 de diciembre de 1806). En 1812 figuró como catedrático de Filosofía del Colegio de San Ildefonso (1813). También fue Rector de las Escuelas de la El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 65(catedrático de Botánica) y al Cabildo Eclesiástico de Valladolid, para informar-les que el vicepresidente Anastasio Bustamante había comisionado al doctor De la Llave para que conformara y dirigiera la Junta Directiva del Museo Nacional y el Jardín Botánico (AGN/Gobernación Legajos/1831/secc. 2ª/vol. 102/exp. 18/ff. 1-2).26 Como se ha visto en las páginas previas, de la Llave fue un conocido practicante de la botánica desde años atrás y uno de los letrados capitalinos más conocidos en la esfera pública, además de su trayectoria en los asuntos políticos.En los siguientes meses, Pablo de la Llave desarrolló el nuevo marco insti- tucional en que operarían el Museo, el Jardín Botánico y la Cátedra. Esto se concretó el 21 de noviembre, cuando el secretario Alamán comunicó a Francisco fa*goaga, alcalde primero del Ayuntamiento de la Ciudad de México y encargado del gobierno del Distrito Federal, el “Decreto de creación del Museo y Jardín Bo-tánico” (“Ley de Formación de un establecimiento científico”, 1876: 404). Este señaló en dieciocho artículos la vía en que se desarrollarían las actividades cien-tíficas de dichos establecimientos, incluyendo el aspecto educativo, por ejemplo:Art. 11°. La,cátedra se dará por oposición en la forma que prescribe el plan de estudios. Entre tanto, la desempeñará en calidad de interino el individuo que nombre el gobierno a propuesta en terna de la Junta Directiva.Art. 12º. La Junta revisará la ordenanza del Jardín y plan de enseñanza de Bo- tánica, mandados a observar por el gobierno español el 22 de noviembre de 1787 y propondrá al Supremo Gobierno, para su aprobación las reformas que sean convenientes (AHDF/Gobierno de México/1831/bandos/c. 4/exp. 85/f. 1).En el decreto resalta que la Junta Directiva tomaría decisiones de importan-cia que hasta entonces sólo correspondían al conservador del Museo y el director del Jardín, por lo que a ambos actores institucionales se les menguaba poder con respecto al funcionamiento de sus instituciones. La Junta desde 1831 se constitu-yó por individuos reconocidos por su quehacer científico y humanístico en térmi-nos del coleccionismo y la educación. Dentro de las obligaciones de los miembros Universidad (10 de noviembre de 1815 a 28 de mayo de 1816). Hacia 1821 se encuentra entre los firmantes del Acta de la Independencia Nacional y fue miembro de la Junta Provisional Gubernativa del Imperio Mexicano (1822). Participó en las reuniones para elaborar el Plan de Estudios del Imperio. Dentro de la Corte ocupó los cargos de capellán y Maestro de Ce-remonias. Además fue nombrado Caballero de la Orden Imperial de Guadalupe.26 El Cabildo Eclesiástico de Valladolid estaba compuesto de Juan José de Michelena, Mar-tín García, Ángel Mariano Morales y Domingo García y Moreno.66 . Rodrigo Vega y Ortegade la Junta se encontraba la formación de reglamentos y planes de enseñanza de la Cátedra naturalista. Esta fue la primera reestructuración en la organización y administración del establecimiento botánico que lo adecuó a los tiempos repu- blicanos, manteniendo algunos aspectos novohispanos y reformando otros. De momento, la reunión del Museo, el Jardín y la Cátedra reforzó los esfuerzo gu-bernamentales en torno a la historia natural para conformar el inventario de los recursos naturales del país. El 16 de mayo de 1833, Antonio López de Santa Anna y Valentín Gómez Farías, tomaron posesión de los cargos de presidente y vicepresidente respecti- vamente, quienes a través de la ley impactarían de forma institucional en la Cá-tedra de Botánica en el lapso de abril de 1833 a mayo de 1834, cuando se imple-mentaron las llamadas reformas liberales (Tella, 1994: 248-249). En estos años, la educación científica se modificó en algunos aspectos, como la tendencia a se-cularizar la enseñanza, extinguir corporaciones coloniales como la Universidad (véase Alvarado, 2000: 129-160), y el Protomedicato, reorganizar los estudios médicos, farmacéuticos y mineros, y apoyar a los estudios geográficos y estadísti-cos mediante el establecimiento del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INGE)27, cuyo primer director fue José Gómez de la Cortina. Entre sus socios fundadores destacó el catedrático Miguel Bustamante.28 Durante la intermitencia de López de Santa Anna en la presidencia, Gómez Farías se encargaba del Poder Ejecutivo para poner en marcha las mencionadas reformas del ámbito educativo, iniciando con el bando titulado “Sobre la supre-sión de la Universidad”, fechado el 19 de octubre de 1833. En el artículo 1° se señaló que tras la desaparición de esta corporación se establecía la Dirección Ge-neral de Instrucción Pública para el Distrito y Territorios de la Federación. Esta se relacionó con la Cátedra mediante el artículo 3° que señaló que la Dirección General tendría a su cargo todos los establecimientos públicos de enseñanza y lo perteneciente a la instrucción pública. El bando reconoció la importancia de modernizar la estructura institucional y normativa de los establecimientos de ins-titución pública, como los de carácter científico, bajo el proyecto liberal. A partir del bando, se confirmó que la Cátedra ya no dependería de forma directa de la 27 El INGE vivió un periodo de inactividad entre 1833 y 1847, cuando se reestableció como Comisión de Estadística Militar y en 1850 se le denominó Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. 28 Otros socios del INGE vinculados al Jardín Botánico fueron Lucas Alamán, Mariano de la Cal, Rafael Camacho, Isidro Rafael Gondra, Bernardo González Angulo, Federico Geroldt, Domingo Lasso de la Vega, Ignacio Mora, José Morán, Juan de Orbegozo, Andrés del Río, Manuel Robles, Mariano Sánchez y Mora y Francisco Vecelli (véase Redactores, 1839: 55-56).El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 67Secretaría de Relaciones, pues ahora estaba bajo la tutela de la Dirección General, la cual intervendría en su organización, junto con la Junta Directiva. También se estableció que la Dirección General designaría a los directores y catedráticos de las instituciones educativas, además de establecer los nuevos reglamentos (“Ban-do. Publica el decreto del día 19. Supresión de la Universidad”, 1876: 564-565). Con este bando, los liberales se propusieron reestructurar la vida institucional de la educación pública para construir una nación moderna, en que la ciencia se pen- saba que jugaría un amplio papel para reactivar las actividades económicas. El 26 de octubre de 1833, Gómez Farías emitió la circular sobre “Erección de establecimientos de instrucción pública en el Distrito Federal y prevenciones relativas”. El capítulo I De los establecimientos de instrucción pública en el Distrito señaló en el artículo 1° que se reorganizarían las carreras profesionales hasta en-tonces vigentes a partir de nuevos establecimientos educativos. Las ciencias na-turales estuvieron presentes en dos ámbitos profesionales. El primero se encontró en el Establecimiento de Ciencias Físicas y Matemáticas, ubicado en el antiguo Colegio de Minería. Las cátedras que se impartirían fueron: dos de Matemáticas Puras, una de Física, una de Historia Natural, una de Química, una de Cosmo-grafía, Astronomía y Geografía, una de Geología, una de Mineralogía, una de Francés y una de Alemán (“Bando. Contiene la circular de la 1ª Secretaría de Es- tado, del día 23, que inserta el decreto de la misma fecha. Erección de estableci-mientos de instrucción pública en el Distrito Federal y prevenciones relativas”, 1876: 572). En el nuevo plan de estudios, la Botánica se implementó junto con la Zoología en la Cátedra de Historia Natural, como una ciencia auxiliar para los futuros ingenieros. El gobierno federal se propuso reestructurar las carreras cien-tíficas con miras a formar los cuadros profesionales de jóvenes mexicanos adies- trados en el reconocimiento de la riqueza natural de México.Un currículum innovador se aprecia en la segunda área naturalista que fue acogida en el Establecimiento de Ciencias Médicas, de nueva creación, pues hasta entonces la medicina se impartía en la extinta Nacional y Pontificia Universidad de México. El nuevo establecimiento carecía de un inmueble propio, aunque el gobierno consideró oportuno que se apropiara del ex convento de Belén.29 Las cátedras fueron una de Anatomía General Descriptiva y Patológica, una de Fisio-logía e Higiene, Primera y Segunda de Patología Interna y Externa, una de Ma- teria Médica, Primera y Segunda de Clínica Interna y Externa, una de Operacio-nes y Obstetricia, una de Medicina Legal y una de Farmacia Teórica y Práctica. 29 El inmueble se encuentra a escasos metros del Hospital de San Andrés y del Colegio de Minería. En la actualidad el ex convento alberga al Museo Interactivo de Economía.68 . Rodrigo Vega y OrtegaEn esta última se abordaría la utilidad de la botánica para restaurar la salud de los enfermos (“Bando. Contiene la circular de la 1ª Secretaría de Estado, del día 23, que inserta el decreto de la misma fecha. Erección de establecimientos de ins- trucción pública en el Distrito Federal y prevenciones relativas”, 1876: 573). Con,esta medida, el gobierno liberal intentó modernizar la educación botánica de los médicos y farmacéuticos mexicanos, como se hacía en Europa occidental. Para ello, el currículum debía actualizarse tanto en los contenidos de las profesiones, la planta docente y la legislación educativa como en lo concerniente a los inmuebles en que se impartirían las clases, los instrumentos y libros para dotar a cada cáte-dra y el presupuesto anual para que estas funcionaran con normalidad. La mencionada circular del 26 octubre designó al Hospicio y huerta de San-to Tomás de Villanueva30 como la sede de tres cátedras independientes: de botá-nica, de agricultura práctica y de química aplicada a las artes (“Bando. Contiene la circular de la 1ª Secretaría de Estado, del día 23, que inserta el decreto de la misma fecha. Erección de establecimientos de instrucción pública en el Distri-to Federal y prevenciones relativas”, 1876: 571). El proyecto era que la antigua Cátedra de Botánica abandonara el Palacio Nacional para situarse en el nuevo inmueble. Además, esta se relacionaría con otras dos cátedras útiles a la sociedad, pues de ahí egresarían el primer grupo de agricultores y artesanos instruidos aca- démicamente en cuestiones científicas. Esto reforzaría a los agricultores empíri-cos, pues era común que algunos hacendados se dedicaran a la agricultura cien-tífica a partir de la experiencia directa con los cultivos. Esto también fue un aspecto compartido con los proyectos ilustrados del régimen colonial. No obs-tante, la creación de las tres cátedras debió esperar mejores tiempos políticos, como sucedió con buena parte de los proyectos culturales. En el artículo 14° del capítulo IV Del orden sucesivo de los estudios se expresó que los jóvenes que desearan ingresar a la carrera de Medicina debían aprobar los cursos preparatorios de Historia Natural y Botánica en la Cátedra de Botánica, pues era el único establecimiento público en que tal conocimiento especializado se impartía en aquel año (“Bando. Contiene la circular de la 1ª Secretaría de Es- tado, del día 23, que inserta el decreto de la misma fecha. Erección de estableci-mientos de instrucción pública en el Distrito Federal y prevenciones relativas”, 1876: 572). Se aprecia que el grupo liberal diseñó una serie de reformas tendien-tes a transformar las instituciones educativas de la Ciudad de México, como el 30 Los antiguos huerto y hospicio se fundaron en 1665 y se encontraban frente a la Alameda, cerca de la esquina noroeste. El Hotel “Cortés” actualmente se encuentra en parte del anti-guo hospicio. El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 69caso de las profesiones científicas y los conocimientos de espectro más amplio útiles a agricultores y artesanos, para modernizar a la sociedad mexicana.Sobre las reformas de 1833 y su desenlace al siguiente año, José María Luis Mora emitió su opinión en la Revista política… acerca de que los proyectos de po-lítica educativa de la década anterior habían obtenido resultados escasos, ya que “ni el derecho patrio, ni la historia profana, ni el comercio, ni agricultura tienen cátedras para aprenderse, ni son enseñadas en México por principios” (Mora, 1986: 151). Esto significaba en la época que tales ámbitos intelectuales se desarro-llaban de forma empírica por los individuos interesados en ellos, por lo que para Mora, y otros intelectuales, era indispensable para el futuro del país que estos fueran institucionalizados por medio de cátedras, algo similar a lo sucedido al final del siglo XVIII con la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México. La renovación educativa del ámbito profesional requería de nuevas leyes que crearan, a su vez, otras instituciones distintas a las de origen colonial, como la Universidad. Esta, para el grupo liberal radical, era un establecimiento en que “había algunas cátedras en que se daban lecciones puramente especulativas, re-ducidas no pocas veces a la lectura de un libro que el catedrático, decía ser de un autor célebre” y los jóvenes carecían de la oportunidad de cursar cátedras con disciplinas útiles al país, como química y botánica, “nada de disecciones anató-micas, de clínica, de examen del cuerpo viviente o de los cadáveres, nada en fin de cuanto hay en Europa, y aún no basta para construir un perfecto y verdadero médico” (Mora, 1986: 152). Las ciencias útiles impulsadas en el siglo XVIII man-tuvieron su lugar en los proyectos educativos mexicanos como conocimientos in-dispensables para que el país “progresara” en términos materiales y así equiparar a México con las naciones “civilizadas” del orbe. El proyecto de fundar nuevas cátedras que apuntalaran a las profesiones cien- tíficas en detrimento de la Universidad aportaría a los jóvenes estudiantes “el es-píritu de investigación y de duda que conduce siempre y aproxima más o menos el entendimiento humano a la verdad” y así extinguir la escolástica universitaria que a estos “les inspira el hábito de dogmatismo y disoluta, que tanto aleja en los conocimientos puramente humanos” (Mora, 1986: 155). El espíritu señalado por Mora era parte de la concepción ilustrada de la educación científica moderna de inculcar entre los jóvenes el cuestionamiento de las verdades tradicionales y la curiosidad por “descubrir” los misterios del mundo natural que la escolástica había sido incapaz de encontrar. De ahí que las reformas educativas de la primera mitad del siglo XIX, de las que fue parte la Cátedra de Botánica, trataran de cam-biar la manera en que se formaban los jóvenes mexicanos en los establecimientos educativos de origen colonial. 70 . Rodrigo Vega y OrtegaDesde el inicio de 1834, la presión política contra las reformas liberales se hicieron sentir en varias partes del país mediante planes político-militares. Fue tanta la presión política en la opinión pública que Antonio López de Santa Anna retomó la presidencia el 24 de abril. El día 29, el presidente dio muestras de no estar de acuerdo con todas las iniciativas de Gómez Farías para contener el des-contento de los grupos políticos (Vázquez, 2008: 110-113). Mientras tanto, el 2 de junio de ese año, la Dirección General dio a conocer el “Reglamento gene-ral para sistemar la instrucción primaria en el Distrito Federal”. En el Capítulo Único de la Sección Primera De la Dirección General, artículo 5°, se estableció que esta tendría a su cargo las instituciones de instrucción pública, cuestión que abarcaba a la Cátedra de Botánica (Talavera, 1973: 180). En la Sección Décima Establecimiento de Santo Tomás se estableció que:Artículo 343°. En el Hospicio y huerta de Santo Tomás habrá las cátedras si-guientes: una de Botánica, una Agricultura Práctica y una Química Aplicada a las Artes.Artículo 344°. El director de este establecimiento, lo será el catedrático de His-toria Natural.Artículo 345°. El terreno de la huerta se dividirá en dos secciones, la una para los plantíos de Botánica y la otra para los ensayos de Agricultura Práctica.Artículo 346°. Cada una de estas secciones estará a cargo del profesor respectivo.A partir de esta disposición, el gobierno esperaba que el catedrático de botá-nica, en este caso Miguel Bustamante, conviviera con otro profesor dedicado a la enseñanza de la agricultura práctica, para así ampliar los espacios capitalinos en que estas ciencias se enseñaban. El término “catedrático de Botánica” sería reem- plazado por la generalidad de “catedrático de Historia Natural”, ya que las lec-ciones botánicas se complementarían con las de zoología y mineralogía. También se confirmaba el proyecto relativo a que la antigua Cátedra tuviera un nuevo emplazamiento más amplio, fuera del Palacio Nacional, que gozaría de un huer-to para cultivar plantas que se utilizarían en las lecciones semanales. De hecho, la agricultura también estuvo presente en los proyectos políticos encaminados a atraer colonos europeos para aumentar la,población útil de México en el medio rural y semirural. Cabe mencionar que el ímpetu de la agricultura científica se reavivó en la década de 1870 tras la depreciación de la plata. El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 71Los proyectos de 1833-1834 carecieron de la contundencia política y econó-mica por parte del Poder Ejecutivo para renovar el marco legal de la instrucción superior a partir de las instituciones de la Ciudad de México, aunque algunas pautas se concretaron, como la fundación del Establecimiento de Ciencias Médi-cas que acogió a la botánica por los vínculos con la farmacia. El 12 de noviembre, la Secretaría de Relaciones dio a conocer el “Plan pro-visional de arreglo de estudios” como media que continuó la renovación iniciada por la efímera Dirección General, pero sin la radicalidad de las iniciativas li- berales anteriores (“Circular de la Secretaría de Relaciones. Plan provisional de arreglo de estudios”, 1876: 755). En el Título II del “Plan Provisional” se estable-ció que en el ex convento de Belén se establecería la Escuela de Medicina. En esta se abrirían las cátedras de Anatomía y Medicina Operatoria, Fisiología e Higie-ne, Patología Externa, Clínica Externa, Patología Interna, Clínica Interna, Obs- tetricia y Enfermedades de mujeres y niños, Terapéutica y Materia Médica, y Elementos de Botánica y de Farmacia (“Circular de la Secretaría de Relaciones. Plan provisional de arreglo de estudios”, 1876: 756). Las dos últimas cátedras se especializarían en la práctica botánica, tanto general como especializada en la salud, de acuerdo con lo que en Europa se consideraba que requerían los futuros profesionales de la medicina y la farmacia. Esto recuerda el objetivo médico de la Cátedra de Botánica al final del siglo XVIII. En los siguientes años, las cátedras de la Escuela de Medicina fueron independientes de la Cátedra de Botánica que se mantuvo unida al Jardín Botánico y al Museo Nacional.El “Plan provisional” estableció que los alumnos de la carrera de Farmacia estudiarían los aspectos teóricos de su profesión en las cátedras de Farmacia y Botánica, mientras que el aspecto práctico se conocería trabajando en una oficina pública por dos años bajo la tutela de un individuo aprobado por la Escuela de Medicina. El gobierno también señaló que aquellos catedráticos que ostentaran un nombramiento oficial vigente seguirían impartiendo sus clases, mientras se ponía en práctica la nueva estructura institucional de la educación pública, lo que incluía a Miguel Bustamante (“Circular de la Secretaría de Relaciones. Plan provisional de arreglo de estudios”, 1876: 758).Una vez que las reformas liberales fueron derogadas, el presidente López de Santa Anna se ausentó de nuevo del Poder Ejecutivo en enero de 1835. Miguel Barragán, nuevo presidente interino, instruyó al secretario de Relaciones, José María Gutiérrez de Estrada, para que notificara al catedrático Miguel Bustaman- te que José Justo Gómez de la Cortina había designado nuevo presidente de la Junta Directiva del Museo y Jardín Botánico en lugar del difunto Pablo de la Llave (AGN/Gobernación legajos/1835/vol. 102 (2)/exp. 19/f. 2). En relación con 72 . Rodrigo Vega y Ortegala Cátedra de Botánica, la documentación no expresa ningún cambio en sus ac-tividades ni en su organización por parte de Gómez de la Cortina.De 1836 a 1842, en términos del desarrollo institucional de la Cátedra, la normatividad histórica no expresa nuevas reformas a su organización, adminis-tración y aspectos educativos.31 La Cátedra siguió unida al Museo Nacional y al Jardín Botánico a través de la mencionada Junta Directiva. Esto reforzó la red de la práctica naturalista auspiciada por el Estado y acogida por los intelectuales, quienes valoraban a la ciencia como un camino certero para alcanzar la “felici-dad” y el “progreso” del país. Para ello, los sucesivos gobiernos dotaron a la edu-cación científica de las bases legales para que funcionaran de forma institucional, aunque hacía falta que varios de los proyectos gozaran de los recursos materiales para concretarse, una cuestión que algunos momentos críticos del país provocó que se pospusiera en varias ocasiones. La Cátedra de Botánica y el Colegio de Minería(segunda reforma, 1843)El 18 agosto de 1843, la Cátedra tuvo un cambio fundamental en cuanto a la forma en que se impartieron las lecciones científicas y su papel en la formación de naturalistas especializados. Esto se debió a la puesta en vigor del Plan General de Estudios de la República Mexicana, cuyo objetivo general fue transformar a la instrucción pública, “de uniformarla y de que se hace cierta y efectiva su me- jora presente, como progresivos y firmes sus adelantos futuros” (“Decreto del gobierno. Plan General de Estudios de la República Mexicana”, 1876: 515). Esta reforma corrió con mejor suerte que la de una década atrás, pues estuvo vigente hasta la década de 1860 y dio pie a la modernización de las profesiones científicas en la Ciudad de México. Varios de los ingenieros, médicos y farmacéuticos que promovieron el ensanche de la ciencia mexicana en la segunda mitad de la centu-ria se formaron bajo este marco normativo. 31 Resalta el último periodo de Anastasio Bustamante (19 de julio de 1839 al 22 de septiem-bre de 1841), pues provocó numerosos alzamientos por varias regiones del país, entre ellas la revuelta santannista. Fue tanta la presión político-militar que el presidente renunció al cargo y Antonio López de Santa Anna lo sucedió gobernando tres años, durante los cuales convocó a una Junta Legislativa compuesta por 68 individuos que propuso las llamadas “Ba-ses Orgánicas” que dieron pie a la Segunda República Centralista. En el periodo de marzo a octubre de 1843, Santa Anna supervisó el desempeño de la Junta de Notables que elaboró la Constitución de 1843 (Costeloe, 2000: 230-232).El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 73El artículo 5° del Título I Bases generales señaló que la carrera de Ciencias Naturales, cuya sede sería el Colegio de Minería, se estructuraría a partir de las cátedras de Matemáticas, Física, Astronomía, Química, Geología, Orictognocia, Mineralogía, Botánica y Zoología (“Decreto del gobierno. Plan General de Estu-dios de la República Mexicana”, 1876: 515). En el artículo 79° del Título VI De la Junta Directiva General se explicaron las atribuciones y obligaciones del Colegio de Minería:Décima. Ponerse en relación con los establecimientos científicos y sociedades sabias de Europa y de los Estados Unidos del Norte, para que se aprovechen los adelantos de las ciencias en cualquiera parte que los hubiere.Undécima. Formar anualmente una Memoria que comprende el estado de la ins- trucción pública; el que tenga en el resto del mundo civilizado, según las rela-ciones que haya conservado, con explicación de cuáles son éstas, los adelantos que se puedan aprovechar, medios de verificarlo y un juicio crítico sobre las obras que sirven para la enseñanza, y sobre las que puedan adoptarse. Esta Me-moria se dirige al gobierno.Decimoquinta. Decretar expediciones científicas, tanto para ampliar los co-nocimientos de las ciencias naturales, como para reconocimientos arqueoló-gicos. Mientras no haya fondos debe auxiliar estas expediciones el Colegio de Minería.32Decimosexta. Revisar los libros elementales que formen los catedráticos de las Universidades y dar cuenta al gobierno del resultado (“Decreto del gobierno. Plan General de Estudios de la República Mexicana”, 1876: 516).La Junta Directiva General participó en el nuevo plan de instrucción, pues se intentó materializar algunos de los anhelos educativos originados en 1821, por ejemplo la posibilidad de constituir una carrera de naturalista (que nunca se con- cretó en la Ciudad de México), emprender nuevas expediciones naturalistas por aquellas regiones del país que,estaba inexploradas, mantener relaciones institu-cionales con los espacios científicas de las principales ciudades europeas y ame-ricanas, además de comprar materiales académicos imprescindibles para que los 32 Hasta el momento no se han encontrado documentos del Archivo Histórico del Palacio de Minería-UNAM que aborden el tema del financiamiento de las expediciones.74 . Rodrigo Vega y Ortegaprofesores impartieran los conocimientos más modernos. En el Plan General se resalta al Colegio de Minería como la institución educativa de más renombre aca-démico, por lo que se consideraba “natural” que atrajera a su órbita científica a la Cátedra de Botánica. También es relevante que se intentara formar un recuento anual de las actividades del Colegio para que se pudieran tomar decisiones por parte de la Dirección y del Estado para modificar en el futuro los planes de es-tudio o el interés por conformar libros de texto para las cátedras y así menguar la dependencia hacia la ciencia extranjera. Dicha memoria anual se imprimió a manera del Anuario del Colegio de Minería en los años 1845, 1848, 1859 y 1863.En el artículo 51° del Título VII de Aplicaciones de estas bases a los colegios de esta capital se determinó que en el Colegio de Minería se enseñarían las ciencias naturales a partir de las cátedras expresadas en el artículo 9°. Mientras que en el artículo 86° se asentó que el Museo Nacional, el Jardín Botánico y la Cátedra de Botánica se unirían a dicho Colegio (“Decreto del gobierno. Plan General de Es-tudios de la República Mexicana”, 1876: 520). Desde 1843, este se valoró por la élite del país como el eje de la educación científica mexicana, pues ofrecía varias cátedras que hasta entonces eran poco conocidas en otras partes de la nación, co- mo la Geología, la Paleontología o la Física del Globo (véase Ramos, 2013). A partir de esta ley, el catedrático de Botánica rendiría cuentas al director del Co-legio de Minería. José María Tornel (1789-1853) fue casi el único director entre 1843 y 1852.El 3 de octubre de 1843, el presidente López de Santa Anna firmó el decreto relativo a las carreras que se cursarían en el Colegio de Minería, como agrimen-sor, ensayador, apartador de oro y plata, beneficiador de metales, ingeniero de mi- nas, geógrafo y naturalista. En el artículo 9° del decreto se habló de que la carrera de naturalista se cursaría en siete años, de los cuales los seis primeros serían los mismos que para el ingeniero de minas y el último se dedicaría al estudio de bo- tánica y zoología (“Decreto del gobierno. Designando las carreras que se han de seguir en el Colegio de Minería, y los estudios preparatorios para cada una de ellas”, 1876: 621). A pesar de esta nueva disposición, en la Ciudad de México nunca se puso en marcha dicha carrera profesional durante el siglo XIX, aunque la Botánica se enseñó a través de la Cátedra unida al Colegio de Minería. Dos días después, el 5 de octubre, López de Santa Anna se separó del Poder Ejecutivo y se designó a Valentín Canalizo como presidente interino, quien el 30 de diciembre expidió el “Reglamento del Colegio de Minería formado por su director”. En el artículo 1° del Capítulo I Del director se estableció como una de sus obligaciones visitar una vez al mes las cátedras del establecimiento educativo para conocer sus necesidades, en especial las nuevas cátedras, como la de Botá-El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 75nica (“Decreto del gobierno. Designando las carreras que se han de seguir en el Colegio de Minería, y los estudios preparatorios para cada una de ellas”, 1876: 626). De nuevo, la Cátedra se ajustó a los cambios institucionales decretados por el Poder Ejecutivo. Es de resaltar que Canalizo al poco tiempo de haber sido designado presidente interino ya se ocupaba de la educación científica, lo que demuestra la importancia de ésta para los grupos políticos más allá de las dispu- tas en otros ámbitos. En el Capítulo XV Del profesor de Botánica y director del Jardín y del Gabinete de Historia Natural se expresó que: Artículo 62°. Estará, igualmente a su cargo el Gabinete de Historia Natural, cuyo reglamento formará dentro de tres meses y presentará al director para su aprobación.Artículo 63°. Entretanto que puede proporcionarse un local más extenso y ade-cuado para el establecimiento del Jardín Botánico, continuará como tal el que existe en el Palacio Nacional, pagándose la dotación del jardinero y mozos, por la Tesorería General, en los términos acostumbrados, con arreglo a la del 21 de noviembre de 1831 (“Decreto del gobierno. Designando las carreras que se han de seguir en el Colegio de Minería, y los estudios preparatorios para cada una de ellas”, 1876: 627). Ambos artículos señalan la continuidad de la enseñanza botánica a través de la Cátedra, ahora reforzada por la colección naturalista del Museo Nacional, co-nocida como Gabinete de Historia Natural, y la impartición de clases en la sede del poder político nacional, mientras se trasladaba a otra sede, que a la postre se- ría un aula del Colegio de Minería.Entre 1843 y 1846, la Cátedra robusteció el papel del Colegio como centro de la educación científica mexicana encaminada al reconocimiento de los recur-sos naturales, a pesar del desarrollo y consecuencias de la guerra entre México y Estados Unidos (1846-1848). En 1844, Pío Bustamante y Rocha sustituyó a su tío Miguel Bustamante por su fallecimiento, en la conducción de la Cátedra de Botánica en el Colegio de Minería. El nuevo catedrático enfrentó los problemas que la guerra entre México y Estados Unidos produjo en la Ciudad de México en 1847-1848, por ejemplo la suspensión de los cursos de instrucción primaria y profesional por varios meses, además de la destrucción del Jardín Botánico. Entre 1848 y 1850, la Cátedra, como el entramado científico capitalino, paulatinamen-te se recompuso tras los daños ocasionados por la guerra. En estos años, para la 76 . Rodrigo Vega y OrtegaCátedra, el Colegio significó una base institucional con la cual pudo continuar los cursos ante la carencia de las colecciones de plantas vivas destruidas durante la toma del Palacio Nacional por los invasores. La Cátedra de Botánica se desvincula del Colegio de Minería(tercera reforma, 1851, 1858 y 1861)Después de una década, la Cátedra de Botánica se consideró ajena a las carreras profesionales impartidas en el Colegio de Minería, como se aprecia en las pro-puestas y disposiciones legales sobre dichos estudios. El 23 de marzo de 1851, en El Siglo Diez y Nueve, se dio a conocer el “Proyecto de ley y parte expositiva… sobre arreglo del Colegio Nacional de Minería” mandado a la Cámara de Dipu-tados por parte del connotado ingeniero Antonio del Castillo (1820-1895). En esta propuesta, en el establecimiento científico se impartirían las carreras de In-geniería Civil, Ingeniería de Minas, Agrimensura de Tierras y Aguas, Ingeniería de Caminos, Ingeniería Mecánica, Agrimensura y Medición de Minas, Ensa-yaduría de Plata, Perito Beneficiador de Metales y Perito Facultativo de Minas. En el artículo 17º, Del Castillo expresó que la Cátedra de Botánica y el Museo Nacional “que se agregaron al Colegio por ley de 18 de agosto de 1843, quedan segregados de él, y la primera se incorpora a la Escuela de Medicina, quedando los segundos, bajo la protección y fomento del Ministerio de Instrucción Pú-blica” (Del Castillo, 1851: 325). Es notable que en este proyecto, a la botánica se le reconoció su valor en la terapéutica científica como base para los estudios de medicina y farmacia, pero se desconoció su larga relación con las ingenierías en términos paleontológicos, paisajísticos y agronómicos que por varias décadas formaron parte del plan de estudios de las carreras impartidas en el Colegio de Minería.La propuesta de 1851 alude a la reorganización epistemológica de las Cien-cias de la Tierra (geografía, geología,,cartografía, meteorología, paleontología, cosmografía y mineralogía) que se llevó a cabo a mediados del siglo XIX en varias partes del mundo, sobre todo entre las escuelas de minas de Europa y América, de la que no escapó México. No obstante, en dicha reorganización se mantuvo el lazo con otras disciplinas como la historia natural, a través de la paleontología, la astronomía, mediante la cosmografía, y la farmacia, por la mineralogía. El 24 agosto 1852, el presidente Mariano Arista ordenó reconstituir la ter-cera Junta Directiva del Museo y el Jardín, integrándola con José María Tor-nel (director del Colegio de Minería), Lucas Alamán (presidente de la Sociedad El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 77Mexicana de Geografía y Estadística), Benigno Bustamante (vicepresidente de dicha agrupación), Mariano Gálvez (secretario de la Dirección de Industria), José Fernando Ramírez (conservador del Museo), Pío Bustamante y Rocha (catedrá-tico de Botánica) y dos letrados que nombraría el gobierno. Las tareas de esta instancia serían designar y distribuir “los ramos que deben profesarse en el esta-blecimiento, proponer los medios de cubrir sus gastos y postular a los profesores que formen] la Junta Directiva”, bajo la supervisión de la Secretaría de Relaciones (“Decreto. Reglamento y planta de los ministerios de Relaciones y Justicia”, 1876: 243). La normatividad educativa de la época no refiere que esta Junta haya tenido algún papel en la Cátedra de Botánica, aunque sí se inmiscuyó en la dotación de recursos para impartir las lecciones anuales. José María Zaldívar, ministro de Fomento, estipuló en la ley de 20 de di-ciembre de 1858 sobre la instrucción en el Colegio de Minería que, por órdenes del presidente interino Félix Zuloaga, la Cátedra de Botánica sólo se impartiría en el quinto año de la carrera de Ingeniería de Minas, junto con Química Gene-ral y Docimasia, Zoología y Anatomía Comparada, y Alemán (Zaldívar, 1998: 2188). El resto de carreras quedarían eximidas de tal cátedra. La nueva ley redujo considerablemente el papel de los estudios botánicos en la formación de nuevos ingenieros mexicanos, aunque no los eliminó por completo como deseaba el in-geniero Del Castillo varios años antes. La década de 1850 significó el tránsito de la Cátedra de Botánica dentro del Colegio de Minería hacia otras escuelas pro- fesionales, como la de Medicina y la de Agricultura, aunque mantuvo una rela-ción con las ingenierías. El 15 de abril de 1861, el presidente Benito Juárez emitió el “Decreto sobre arreglo de la instrucción pública”, que estipuló en el artículo 9º del apartado “De la instrucción secundaria” que, en el Colegio de Minería, se enseñaría “Ma-temáticas en los diversos ramos y aplicaciones que se dicen en su lugar, Mecáni-ca Racional, Topografía, Geografía, Física, Geografía Económica, Astronomía Práctica, Química, Geología, Mineralogía y Paleontología, Dibujo de Paisaje y Lineal, Laboreo de Minas Teórico-Práctico y Principios de Construcción y Prác-tica de Metalurgia” (“Decreto sobre arreglo de la instrucción pública”, 1876: 150). Como se aprecia, sólo tres años después de la ley de Zuloaga, se eliminó a la Botánica del plan de estudios de todas las carreras del Colegio de Minería, después de casi dos décadas de que la Cátedra estuviera unida a este por la men-cionada reorganización epistemológica de las Ciencias de la Tierra. Lo anterior afectó institucionalmente a la Cátedra que de momento quedó fuera de la red científica de la Ciudad de México, pues desde 1848 había sido desalojada del Palacio Nacional. Mientras el gobierno federal designaba una nueva sede de esta, 78 . Rodrigo Vega y Ortegala Cátedra se mantuvo en el Colegio, pero sin alumnos, tal vez porque sus futuros intereses profesionales estarían más cercanos a las Ciencias de la Tierra.En dicha ley, el artículo 10º estableció que en la Escuela de Medicina se impartiría la Cátedra de Botánica y Zoología durante el Tercer Año de cursos de los estudiantes de Medicina y de Farmacia, mientras que en el artículo 12º se especificó que en la Escuela de Agricultura se abriría la Cátedra de Botánica tam-bién durante el tercer año y se contratarían profesores para las nuevas cátedras de Agricultura Teórico-Práctica y Economía Rural, ambas ubicadas en el sép- timo año (“Decreto sobre arreglo de la instrucción pública”, 1876: 151). La pro-puesta de Del Castillo de 1851 se materializó una década después al reorientar a la Cátedra de Botánica hacia los estudios médico-farmacéuticos y agrícolas. Una situación que también se había puesto en marcha por poco tiempo desde las reformas liberales de 1833. Sin embargo, el decreto careció de los recursos eco- nómicos para concretarse.La botánica fue una ciencia con tantas aplicaciones para los estudios pro-fesionales de la primera mitad del siglo XIX que se le ubicó en los planes de es- tudios de varias escuelas de la Ciudad de México. Esta peculiaridad permitió su supervivencia en el ámbito educativo, a la vez que la hizo vulnerable en las dis-tintas reformas y proyectos de instrucción pública que no valoraron a esta ciencia como parte fundamental de las carreras profesionales, sino como una disciplina auxiliar. La Cátedra de Botánica se reintegra al Colegio de Minería(cuarta reforma, 1863-1864)La crisis sociopolítica originada durante la Guerra de Reforma (1857-1861) difi-cultó la puesta en marcha de la ley de instrucción pública de 1861 después de las tensiones diplomáticas entre México y Francia que desembocaron en la Interven-ción Francesa (1862-1863) y el inicio del Segundo Imperio (1864-1867). Por ello, en una escaso lapso se reorganizaron los estudios en el Colegio de Minería, ahora denominado Escuela de Minas, en 1863 y 1864.En las tres disposiciones legales, la Cátedra de Botánica regresó a la Escuela de Minas en los objetivos educativos de republicanos y monarquistas. En 1863, el ingeniero José Salazar Ilarregui, director de la Escuela, publicó la novedosa “Distribución de los estudios en la Escuela de Minas” que ya habían sido aproba-El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 79dos por la Regencia del Imperio33 mientras llegaba el emperador Maximiliano de Habsburgo. En el nuevo plan de estudios, durante el Quinto Año se impartiría la Cátedra de Botánica y Zoología, con el libro de texto de Antoine-Laurent Jussieu (1748-1836) (Salazar Ilarregui, 1864: 31).El 31 de diciembre de 1864, Salazar Ilarregui publicó en La Sociedad el “Programa de estudios que deberá observarse en la Escuela Imperial de Minas el próximo año de 1865”. En este se estableció de nuevo que en el quinto año se impartiría el Curso de Botánica compuesto de los siguientes temas: a) Órganos de la vegetación, en que el alumno conocería los “elementos y compuestos, prefo-liación o estivación, ramificación, órganos accesorios o transformados, fisiología vegetal”; y b) Órganos de la reproducción, en que se abordarían la “inflorescen- cia, flor considerada en general, cubiertas de la flor, fruto, óvulos y grano, em-brión, diseminación, germinación, órganos de la reproducción en los vegetales acotiledóneos, clasificación, estudio de las principales familias del reino vege-tal, geografía botánica”. El Curso de Botánica se basaría en los libros de Jussieu (Dirección de la Escuela Imperial de Minas, 1864: 2). Durante el gobierno de los monarquistas, la Botánica se reintegró a los estudios profesionales de las in-genierías y, por primera vez, se explicitó la gama de contenidos temáticos que se impartirían. Estos se orientaron hacia el estudio de las angiospermas (plantas con flores) como sucedía en Europa y el resto de América.La Cátedra de Botánica se extingue (1867)El 7 de diciembre de 1867, el presidente Benito Juárez dio a conocer la “Ley or-gánica de la Instrucción pública en el Distrito Federal” en el Diario Oficial del,Gobierno Supremo de la República, que había sido expedida el día 2 anterior. En el Capítulo I. “Escuela de Ingenieros”, se estipuló en el artículo 12º que en la Escuela de Ingenieros los estudiantes de Ingeniería de Minas cursarían la Cá-tedra de Botánica, pero no los alumnos de las carreras de Ingeniería Mecánica, Ingeniería Civil, Ingeniería Topográfica e Hidromensura e Ingeniería Geográfica e Hidrográfica (Juárez, 1867: 1). La instrucción secundaria basada en los pos-tulados positivistas únicamente reconoció el valor de la botánica en el plan de estudios para los estudiantes de Ingeniería de Minas, como había sucedido por 33 La Regencia estuvo en funciones entre el 11 de julio de 1863 y el 10 de abril de 1864. Se compuso de Juan Nepomuceno Almonte, José Mariano Salas y Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos. 80 . Rodrigo Vega y Ortegavarias décadas en la Escuela de Ingenieros, para el estudio de los fósiles y los yacimientos de carbón, aunque desconoció que los futuros geógrafos requerían del estudio de la flora para la caracterización de los paisajes de México. La ley de 1867 reafirmó la separación epistémica entre las Ciencias de la Tierra y el resto de disciplinas que parecían superfluas o auxiliares para los estudiantes de las dis- tintas ingenierías. Además, con esta medida la Cátedra de Botánica quedaba relegada de los espacios de la ciencia de la Ciudad de México, lo que significó su desaparición institucional. Como se ha visto, la Cátedra de Botánica en la década de 1860 se mantuvo en funciones dentro del Colegio de Minería, bajo la directriz de Pío Bustamante y Rocha, quien impartió las lecciones. Estas se efectuaban en un aula colegial donde se exhibía el herbario y el semillero, a la vez que se programaban excur-siones anuales a los alrededores de la Ciudad de México para que los alumnos aprendieran a reconocer a las especies vivas para suplir la carencia del Jardín. Si en la década de 1840 la adhesión de la Cátedra al Colegio significó su per-vivencia institucional a pesar del ocaso del Jardín Botánico en Palacio Nacional, en la década de 1860 esta unión se transformó en la desaparición de la Cátedra al mantenerse endeble en las leyes de instrucción hasta carecer de personalidad jurídica en la ley de 1867.Consideraciones finalesEl origen de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México al final del siglo XVIII fue posible mediante el concurso de los intereses peninsulares y novohispa-nos por cientifizar los ramos de la economía del virreinato, como la agricultura y las manufacturas, además de las actividades terapéuticas. Este fue el primer pe- riodo que asentó el desarrollo educativo por casi un siglo. La historia institucional de la Cátedra se divide en distintos periodos a partir de los marcos normativos que incidieron en su día a día, como las señaladas re-formas, dependiendo de lo que los gobernantes e intelectuales consideraban que era la educación científica, sus objetivos en relación con el futuro del país y las vías adecuadas para conformar nuevos cuadros de profesionales de la ciencia. A partir de 1821, la Cátedra y el Jardín reorientaron sus objetivos para cum-plir los propósitos nacionales, dejando de lado los intereses españoles. No obstan-te, las lecciones se siguieron impartiendo a la usanza colonial hasta las reformas liberales de 1833, lo que refleja la permanencia de la normatividad anterior por dos razones. La primera se debió a que era un marco normativo que aportaba El desarrollo institucional de la Cátedra de Botánica de la Ciudad de México, 1821-1867 . 81elementos de continuidad de las instituciones en un periodo de crisis política. La segunda se basó en la incapacidad de los intelectuales por llegar a acuerdos que abrieran la puerta a la renovación de las profesiones.Los cambios en la instrucción profesional en la Ciudad de México a partir de las leyes de 1833 y 1843 vincularon a la Cátedra de Botánica con nuevos esta- blecimientos científicos, en especial con el Colegio de Minería, y en menor me-dida con la Escuela de Medicina. Esto revela la permanencia del interés de los intelectuales mexicanos por el saber botánico en torno a la generación de nuevos cuadros de practicantes de la ciencia profesional, como se había propuesto desde el siglo XVIII. Las iniciativas de 1851, 1858 y 1861 para desarticular la Cátedra de Botánica del Colegio de Minería señalan la revisión curricular de la enseñanza de las inge-nierías a partir de aquellas cátedras consideradas fundamentales para los alumnos y aquéllas valoradas como auxiliares, por ejemplo la Botánica, que para algunos docentes de la institución eran superfluas si se les comparaba con nuevas asigna-turas prácticas. No obstante, la Cátedra se mantuvo en el programa científico de los intelectuales como es claro en los planes de incorporarla a las escuelas médico-farmacéutica y agrícola. Sin embargo, la carencia de recursos económicos detuvo todos los proyectos, pues implicaba conseguir dinero para trasladar los objetos que empleaba el catedrático Bustamante y Rocha, además de las crisis política que desembocó en la Guerra de Reforma.En la década de 1860, las políticas monarquistas y republicanas reconside- raron la importancia de la Cátedra de Botánica en la Escuela de Minas, aun-que también se impartieron estudios en la Escuela de Medicina y la Escuela de Agricultura. Esto hizo que la Cátedra de Botánica se diversificara hacia nuevos espacios educativos en la Ciudad de México para integrar a la formación de los futuros profesionistas de la ciencia, aunque como una materia auxiliar. La presente investigación da pie a la comprensión de aspectos de la vida cien-tífica mexicana en los ramos institucionales de instrucción, economía y política científica. A la par, se revalora el entramado académico de dicho lapso y aporta nuevos elementos para explicar el devenir de la ciencia en la primera mitad del siglo XIX como base del desarrollo de varias profesiones en el último tercio de la centuria que se ha juzgado como un momento de esplendor equiparable al final del siglo XVIII.La figura del catedrático deja ver la continuidad de los objetivos de la ins-titución en cuanto al acopio, valoración, estudio y aprovechamiento de la flora mexicana durante un ambiente político adverso. No obstante, en el terreno de 82 . Rodrigo Vega y Ortegalas ciencias, los intelectuales mantuvieron acuerdos sobre su importancia para el futuro nacional. La reorganización institucional fue una constante en el entramado científico capitalino, en el que siempre se consideró a la Cátedra de Botánica como parte de los proyectos educativos que tuvieron por objetivo conformar un espacio sólido para el desarrollo de las ciencias útiles, el coleccionismo público, la enseñanza profesional, entre otras cuestiones. De ahí que la Cátedra institucionalmente es-tuviera unida al Museo Nacional, al Colegio de Minería, la Escuela de Agricul-tura y la Escuela de Medicina.La relevancia de estudiar a la Cátedra de Botánica entre 1821 y 1867 se debe a la escasez de investigaciones al respecto y la ausencia de explicaciones sobre el devenir de uno de los espacios científicos de mayor tradición para la formación de nuevos practicantes de la ciencia en el México independiente. Esta investigación aporta elementos institucionales para conocer de mejor manera el marco nor-mativo que hizo posible la actividad científica mexicana de la primera mitad del siglo XIX, en particular la botánica, que hasta años recientes ha sido considerada como inexistente debido a la atención que han concentrado los temas políticos, bélicos, económicos y sociales.Capítulo 4. México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de los meridianos de referencia34 Luz Fernanda AzuelaInstituto de Geografía-UNAMAndrés Moreno NietoFacultad de Filosofía y Letras-UNAMIntroducciónA partir del incremento en los intercambios técnicos,,la producción y circulación masiva de mercancías, derivados de la Revolución Industrial, se intensificó la ne- cesidad de contar con medidas estandarizadas, tanto para los instrumentos cien-tíficos y sus procedimientos como para las máquinas, los medios de comunica-ción y las operaciones entre los estados.Históricamente los primeros estándares estuvieron relacionados con las me-didas del tiempo y el espacio en todas las culturas ancestrales. Con frecuencia, su definición y generalización estaba vinculada con el prestigio y el poder de los gobernantes. De tal manera que para el caso de la cartografía, como expresión del dominio territorial, la elección del meridiano inicial estaba asociada con con-sideraciones políticas, ubicándolo usualmente en el centro de poder, donde se encontraba su observatorio astronómico principal. En la cultura occidental los estándares relacionados con la cartografía pro-vienen de la Geographia de Claudio Ptolomeo (siglo II), quien utilizó por primera vez los términos de latitud y longitud para ubicar los sitios en el mapa, estable-ciendo un sistema reticular de paralelos y meridianos distribuidos a intervalos regulares y calibrados en grados. El meridiano cero se emplazó en el límite occi-34 Esta investigación es parte del proyecto PAPIIT núm. IN 302416: “Las investigaciones geo-gráficas y naturalistas en México (1786-1950)”. Responsable Dra. Luz Fernanda Azuela, Ins-tituto de Geografía-UNAM. Este capítulo en parte es resultado de Moreno (2016).84 . Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno Nietodental de las Islas Canarias, mientras que el paralelo base se situó en la línea del Ecuador. Estas coordenadas se mantuvieron como referencia en gran parte de la cartografía europea durante muchos años. Pero, con el paso del tiempo y con la instauración de observatorios en las capitales más importantes, entre otros sitios estratégicos, se multiplicaron los meridianos de referencia. De manera que para el siglo XIX en algunos países, como México y los Estados Unidos, se construye-ron mapas que utilizaban indistintamente alguno de aquellos meridianos como referente. Una situación, que incidía directamente en la integración de una carto-grafía general hom*ogénea, tanto para la producción y difusión del conocimiento geográfico a nivel local e internacional, como para la acción gubernamental y las actividades de navegación e intercambio comercial. Este trabajo discutirá el uso de los diversos meridianos en la cartografía de la Nueva España y México a lo largo de los siglos XVI-XIX, con el objeto de deter-minar el papel que desempeñó el de Greenwich, previo al acuerdo internacional que instauró su generalización global en 1884. La discusión se enmarcará en el proceso de estandarización científico-técnica que se robusteció durante esa cen-turia, tomando en consideración sus antecedentes históricos y los argumentos epistemológicos que se expresaron en torno a la cuestión.El proceso de estandarización científico-técnica del siglo XIXDesde el surgimiento de la ciencia moderna en el siglo XVII, los procedimientos de laboratorio y sus instrumentos habían demandado la construcción de redes de distribución de valores y estándares para la reproducción de los experimentos –y su ulterior validación– a nivel internacional. En otras palabras, el desarrollo de la ciencia se vio acompañado de largos procesos cargados de ingredientes po-líticos y consideraciones epistemológicas para la normalización de sus prácticas (véase Schaffer, 1999: 457-478). Los obstáculos que representaba la ausencia de estándares consensuados, han sido estudiados por numerosos historiadores de la ciencia, quienes han abordado los procesos particulares de ciencias como la física, la química y la estadística, entre los más examinados.35De acuerdo con Gillispie, en las últimas décadas del Antiguo Régimen se había alcanzado un acuerdo generalizado entre la comunidad científica y los le-35 La obra que aborda tales dificultades para el caso de los experimentos de Boyle en la Royal Society, y que se ha constituido en un referente historiográfico es El Leviathan y la bomba de vacío. Hobbes, Boyle y la vida experimental (Shapin, 1985).México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de… . 85trados sobre la urgente necesidad de reemplazar “el caótico complejo de pesos y medidas heredado de la Edad Media, por un sistema estandarizado…, que in-cluyera tanto unidades científicas como comerciales y estuviera basado… en una unidad lineal que sería invariable si derivaba de la naturaleza” (Gillispie, 2007: 788).Como es sabido, a partir de las mediciones realizadas por destacados astró-nomos franceses,36 el metro se definió como la diezmillonésima parte de la dis-tancia que separa el polo de la línea del ecuador, a través de la superficie terrestre. De acuerdo con Félix H. Pezet, con la definición del metro como sustento de un sistema decimal de pesas y medidas, Francia ofreció al mundo civilizado “un sistema único, universal, que sustituiría a todos los demás sistemas imprecisos y arbitrarios que, bajo la oscuridad del caos y del fraude, se utilizaban en todo el mundo” (Pezet, 2011: 123). Evidentemente, entre las premisas que se pondera-ron como ventajas para adoptarlo, destacaron las virtudes de su origen “natural y racional”, no menos que su papel clave para el avance económico, político y científico.Bajo los argumentos nacionalistas y de otro orden que caracterizaron las dis- cusiones suscitadas por la propuesta francesa de extender el uso del sistema mé-trico decimal en todo el mundo, subyacía el clamor de científicos y comerciantes para estandarizar las medidas involucradas en sus actividades, por lo que en las primeras décadas del siglo XIX se multiplicaron las iniciativas para que los go-biernos tomaran cartas en el asunto. En ese ambiente tuvo lugar el surgimiento de la metrología, como la ciencia encargada de estudiar los aspectos teóricos y prácticos de la medición. De acuerdo con Schaffer, el término apareció por pri-mera vez en inglés en un texto del matemático y contador Patrick Kelly, “apóstol de la ciencia del intercambio y miembro fundador de la Sociedad Astronómica”. El escrito, de 1816, afirmaba que “los mercaderes expansionistas exigían que el estado garantizara la confiabilidad de las cifras en la nueva economía mundial de los imperios comerciales de aquellos años” (Schaffer, 1997: 440).Entre los ámbitos científico-técnicos y comerciales que requerían la intro-ducción de normas universales, destacaban la cartografía, la navegación y la na-ciente industria ferroviaria, ya que independientemente de las demás variables métricas que cada una de ellas requería uniformar, la ausencia de un meridiano patrón presentaba dificultades mayúsculas para su ejercicio eficiente. Fue así que 36 La Comisión Científica de la Academia Francesa que emprendió las mediciones estuvo integrada por los astrónomos Jean-Baptiste Joseph Delambre (1749-1822) y Pierre François André Méchain (1744-1804).86 . Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno Nietola exhortación de las diversas voces para la adopción de un meridiano universal alcanzó dimensiones globales. Evidentemente, el problema no se limitaba a la lo-calización geográfica uniformada, también involucraba la medición del tiempo. De modo que el problema atañía no sólo a la cartografía sino a las costumbres locales de computación del tiempo civil, una cuestión que merece profundizarse, por lo que en este trabajo sólo se mencionará tangencialmente.México no fue ajeno al proceso global de estandarización que hemos refe- rido, ya que en lo que toca al sistema métrico decimal, Vera y García Acosta afirman que a través de la Memoria elemental sobre los nuevos pesos y medidas de- cimales fundados en la naturaleza (1800), escrita por “el marino de guerra y ma-temático español Gabriel Ciscar y Ciscar”, llegaron a Iberoamérica las primeras noticias del,tema. Presumiblemente, su valor para los intercambios científicos y comerciales fue justipreciada localmente y suscitó tal interés que en 1825 la im- prenta de Ontiveros de la Ciudad de México publicó una Guía para el conoci-miento de monedas y medidas de los principales mercados de Europa, en las opera-ciones de comercio… De acuerdo con los autores, después de la Guía… “al menos otros treinta manuales y tablas de conversión fueron publicados en las siguientes décadas” en nuestro país (Vera, 2011: 13).No obstante, su aceptación social y la generalización de su uso tuvieron que esperar más de un siglo, pese a los esfuerzos gubernamentales para ponerlo en vigor y prescribir su obligatoriedad, a través de los sucesivos decretos que se pro-mulgaron desde 1857.37En lo que concierne al tema del meridiano universal, como mencionamos, el desarrollo de la cartografía mexicana involucró la referencia a diversos meridia-nos desde el siglo XVI, hasta la relativa hom*ogeneización en el uso de Greenwich en el siglo XIX, que culmina con la firma de los acuerdos de la Conferencia de Washington en 1884, como detallaremos en las siguientes páginas.Los meridianos en la cartografía de la Nueva EspañaEntre 1726 y 1739 la Real Academia Española publicó su primer repertorio lexi-cográfico, titulado Diccionario de la lengua castellana, en que se explica el verda-dero sentido de las voces, su naturaleza y calidad, con las phrases o modos de hablar, 37 El citado estudio de Félix H. Pezet refiere los pormenores del proceso, mientras que el tra-bajo de Laura Cházaro, en el mismo volumen, se centra en las controversias que se suscitaron (véase Pezet, 2011: 123-136 y Cházaro, 2011: 137-157).México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de… . 87los proverbios o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la lengua…, conocido como el Diccionario de autoridades, por referir las citas de los más distinguidos intelectuales del imperio. Y aunque la Academia convino en elaborar una obra independiente para integrar “las voces propias pertenecientes à Artes liberales y mechánicas”, entre los vocablos registrados se incluyeron términos científicos y técnicos, tanto tradicionales y locales, como los correspondientes a algunas no-vedades de la época. Para el tema que nos ocupa, vale la pena citar la definición que ahí se estableció:Meridiano primero. Es aquel que arbitrariamente se toma como principio para contar los grados de longitud geográfica en que está cada lugar de la Tierra, y la diferencia entre unos y otros, por no haber punto fijo en ella de donde se pueda tomar este principio. Los autores difieren mucho en la elección de este círculo, aunque todos convienen en señalarle en la parte Occidental del orbe antiguo: y el Padre Ricciolo en su Almagesto… le establece en la Isla de Palma, cuyo me-ridiano pasa por la parte Oriental de la Isla de Thule o Islandia, casi por Cabo verde y por la isla de Santa María (Diccionario de la lengua castellana, 1734: 551).Como puede advertirse, la definición hispánica dieciochesca de primer meri-diano manifestó la arbitrariedad que regía en la elección de un lugar determinado para el registro de longitudes y excluyó consideraciones científicas. En todo caso, la antigua tradición cartográfica europea basaba sus cálculos en la Geografía de Ptolomeo, donde se emplearon por primera vez los términos de latitud y longi-tud para ubicar los sitios en el mapa. Para ello estableció un sistema reticular de paralelos y meridianos distribuidos a intervalos regulares y calibrados en grados, divididos estos a su vez en minutos. Las líneas de longitud se definieron partien-do de un meridiano principal de valor 0º que se situó en el límite occidental de las Islas Canarias. Esta posición ganó prestigio entre los teóricos de la cosmografía, debido a que se consideraba como la región limítrofe más occidental del mundo conocido, de manera que se conservó como referente los siglos posteriores. En el mundo hispánico, el punto estratégico adquirió mayor legitimidad cuando los Reyes Ca-tólicos se hicieron con el dominio del archipiélago de las Canarias en el siglo XV, en plena expansión colonial y durante la búsqueda de nuevas rutas comerciales.38 38 Los viajes de Cristóbal Colón muestran algunos ejemplos del papel de dicho meridiano para la navegación y el posicionamiento geográfico (véase Fernández, 1992: 55).88 . Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno NietoLegitimidad que se consolidó institucionalmente a través de las instrucciones y entrenamiento de los navegantes, que se efectuaba en la Casa de Contratación de Sevilla, con el objeto de construir y perfeccionar el Padrón Real (véase Harris, 1998: 269-304). Un artefacto científico que comprendía todos los elementos de los procesos de estandarización que explicamos con anterioridad. Evidentemente, el acervo científico y cultural que se difundió en Iberoamé-rica, contenía los principios de la tradición cartográfica hispánica, de modo que el uso de los meridianos canarios se extendió a todo lo ancho del imperio, desde la llegada de los conquistadores. Sin embargo, los mapas y textos del siglo XVI que se ocuparon de definir la posición geográfica del territorio, si bien contienen da-tos de la latitud de diversos emplazamientos, omiten cualquier referencia a los de longitud, por lo que el tema del meridiano, con las dificultades que implicaba su cálculo, permaneció ausente.39 Ejemplo de ello es la siguiente cita de la Historia de la Nueva España de Hernán Cortés: tomó a su cargo el referido Señor Virrey D. Antonio de Mendoza, hacer dos ar-madas, una para descubrir tierras hacia el norte, de que nombró capitán a Fran- cisco Alarcón… después nombró a Francisco Vázquez Coronado, este pasó con dos mil hombres a Sinaloa y Sonora, pasó de aquí a Tigue, sobre un río donde supo de un gran rey de tatarrax, señor de Axa y Quivira… la Quivira dijeron estaba situada a 40 gr. de Latitud (Cortés, 1775: 325).Pese a sus limitaciones, el cálculo de la latitud sirvió tanto para dar indicios de la ubicación de las tierras conquistadas como para contrastar las condiciones geográficas y climáticas entre las regiones americanas y las europeas situadas a la misma altura latitudinal. No obstante, la riqueza cartográfica en esos años fue abundante y, evidentemente, sirvió como instrumento indispensable para la con-solidación del poder imperial en el Nuevo Mundo.Las necesidades de la Corona y de los gobiernos locales, así como el interés personal de algunos letrados en el conocimiento del territorio, dieron lugar a una amplia producción de estudios y mapas durante el período colonial, que hacia el siglo XVII comenzaron a adquirir los rasgos de precisión propios de la ciencia moderna. Ejemplo de ello es la labor de Enrico Martínez (1550-1632), quien se 39 Aquí hay que recordar que para el cálculo preciso de la longitud es indispensable relacionar el tiempo local con el tiempo de referencia, problema que se solucionó hasta los siglos XVIII y XIX, cuando se construyeron relojes suficientemente precisos y estables para que no se vieran afectados por los vaivenes de la navegación o por los cambios de presión y temperatura. México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de… . 89desempeñó como Cosmógrafo Real en la Nueva España, a partir de 1589. Entre sus trabajos en el campo de la geografía destaca su estudio de las Californias, que comprende 35 cartas integradas en la obra Mapas de la Costa Occidental de la Nueva España y California (1603).40 Su proceder cosmográfico y cartográfico quedó plasmado en su obra Reper-torio de los tiempos e Historia Natural de la Nueva España, donde propone algunos ejercicios para el cálculo de la longitud, mediante la observación de fenómenos astronómicos:Año de 1610, sucede un eclipse lunar a los 9 de enero por la madrugada, en el meridiano de México, donde será el principio,a las dos horas y media de la mañana. Pongo por caso que se ve el principio de este eclipse en Manila, ciudad situada en la isla de Luzón, en el día precedente a 8 de enero a las 7 horas des-pués de medio día, y que se hallase ser la diferencia 7 horas y media, que es el intervalo de tiempo que se presume haber entre México y Manila. Queriendo pues por medio de esta noticia saber la longitud de Manila, se tomarán por 7 horas, siete veces 15 grados y serán 105 y por la media hora se ha de tomar 7 grados y medio, que todo junto son 112 grados y medio, que propongo ser la diferencia de longitud entre las referidas dos ciudades, la cual diferencia restada de 267 grados y 12 minutos, longitud conocida de México, que dan 152 grados 42 minutos que es la longitud estimada de Manila, según el meridiano fijo antiguo. Hase dicho meridiano fijo antiguo, que es el que señala Ptolomeo… (Martínez, 1606: 183).En la cita anterior se hace patente el esfuerzo de Enrico Martínez por mos-trar las relaciones geográficas entre distancia, tiempo y el cambio de las mismas, conforme aumenta o disminuye la longitud, a partir de la observación precisa de fenómenos celestes. También deja en claro que para el cálculo de las diferencias matemáticas entre dos posiciones longitudinales, se debía tomar en cuenta el me- ridiano ptolemaico, ubicado en las Islas Canarias.Otro personaje que se destacó en el campo de la cartografía de precisión fue matemático y polígrafo Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), quien igual que Martínez se desempeñó en el cargo de Cosmógrafo Mayor del Reino. De manera que entre sus obligaciones se incluía la determinación de ubicaciones geográficas, con base en la astronomía y la construcción de mapas, entre otras 40 Sobre esta obra, véase el texto de Leandro González: seminariodeinstrumentos.files.word-press.com/2012/07/articulolagm.pdf [consultado el 17 de septiembre de 2016].90 . Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno Nietoactividades. Como resultado de estas tareas, entre 1670 y 1690 se dieron a la im- prenta trabajos cartográficos como El Plano del Valle de México y sus Lagunas y el Derrotero del viaje que hizo el gobernador Alonso de León desde la ciudad de Coahuila al lago San Bernardo y bahía del Espíritu Santo de 1689, en los que se aprecia la representación de la orografía e hidrografía, así como la ubicación de los diversos poblados, con sus respectivas distancias. Pero, sin lugar a dudas, su máxima contribución fue el Mapa General de la Nueva España, realizado apro-ximadamente en 1680, cuya precisión y uso generalizado no fueron superados hasta un siglo después (Sánchez, 1955: 22). El mapa sitúa las coordenadas geo-gráficas de la Nueva España entre los 13º 30’ y 30º 30’ (de latitud boreal) y de los 268º a los 292º de longitud oriental, a partir del Puerto de Santa Cruz en la Isla de Palma, que formaba parte de las Islas Canarias (Sánchez, 1955: 25). En la misma época se confeccionaron en Europa algunos mapas de la Nueva España y sus reinos. El cartógrafo Willem Janszoon Blaeu elaboró algunos mapas de la Nueva Galicia y el reino de Guatemala. Bleau y el matemático neerlandés Simon Steven sostuvieron que Tenerife debía ser meridiano cero debido a la al-titud de sus montes que permitían mejores observaciones. Confiado en esta re-ferencia, el jesuita italiano Eusebio Kino realizó sus expediciones en el noroeste del reino, situando la península de Baja California dentro del rango de los 240º y los 260º respecto al meridiano de Tenerife, posición que mantiene en su mapa de 1696, California o Nueva Carolina: Lugar de las Obras Apostólicas de la Sociedad de Jesús en la América Septentrional (Ramírez, 2011: 85).Durante la Ilustración, correspondió al Cuerpo de Ingenieros Militares de la Corona Española, fundado en 1711, la realización de prácticas geográficas es- tandarizadas, que incluyeron la exploración territorial y la confección de los ma-pas correspondientes (véase Moncada, 1993). Un ejemplo sobresaliente de sus actividades en el territorio novohispano corresponde al ingeniero catalán Miguel Constanzó, quien sumó a su amplia biblio-cartografía los Planos del Puerto de San Lucas,41 en los que se midieron las longitudes a partir del Meridiano de la Isla de Fierro, en términos de grados y minutos (Moncada y Escamilla, 2011: 15). El mismo referente aparece en el Nuevo Mapa Geográfico de la América Septentrio-nal, del letrado novohispano José Antonio Alzate y Ramírez, que fue publicado por la Academia Real de las Ciencias de París en 1768 (Alzate, 1768).Aunque se trató de cartografías influyentes, en la misma época se usaron en la Nueva España otros meridianos como referente, como prueban los mapas generales de las costas orientales de 1765, ordenados por el virrey Bucareli y rea- 41 El vasto rango de actividades que desempeñó puede leerse en Moncada (1994).México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de… . 91lizados por los ingenieros militares Miguel Corral y Joaquín de Aranda, cuyos cálculos de longitud se refirieron al observatorio de Cádiz, fundado en 1753 (Trabulse, 1994: 54). Este caso se explica en función del papel que estaba des-empeñando el establecimiento gaditano en la cartografía metropolitana, pues se le había asignado el cometido de corregir las obras cartográficas heredadas de periodos anteriores, con el auxilio de modernos instrumentos de precisión, y la encomienda de efectuar investigaciones para solucionar la problemática de la lon-gitud geográfica con el objeto de facilitar la navegación (Mendoza, 2003: 165).Además de la copiosa obra cartográfica de los ingenieros militares, otros ac-tores locales realizaron cálculos de longitud con diversos objetivos. Así, a finales del siglo XVIII, el ilustrado español José Rivera Bernárdez se propuso calcular la distancia más exacta entre Zacatecas y la ciudad de México. Para ello consultó a dos autoridades: las tablas del europeo Eustaquio de Manfredo y los datos del novohispano Carlos Sigüenza y Góngora, publicadas en su Libra astronómica y filosófica. Después de contrastarlas estableció la longitud de Zacatecas en 277º respecto al meridiano de las Islas de Hierro (Robles, 2010: 226).El extendido uso de los meridianos canarios, así como del gaditano en la car-tografía del territorio novohispano, no excluyó el uso de otros referentes. Tal vez el ejemplo más sobresaliente de ello fueron los cálculos astronómicos del natu-ralista y explorador Alexander von Humboldt para su Carta general de la Nueva España, donde da cuenta de su ubicación a 117º al oeste del meridiano de París. Como es sabido, sus obras incluyen datos de otros observadores, que reforzaron las investigaciones que realizó personalmente. Ejemplo de ello es la información contenida, sobre la geografía de Durango, que aparece en un apéndice al Ensayo político de la Nueva España, donde el prusiano anota los siguientes registros: Un observador muy hábil, el teniente Glennie, de la marina real inglesa, ha hallado modernamente a Durango a la latitud de 24º 0´ 55”; a Guarisamey a la de 24º 5́ 45”. Y según marcha su cronómetro, supone la longitud de estos dos parajes del modo siguiente, 107º 8´6”, y 108º 25́ 30” al oeste de París (Hum-boldt, 1827: 299).En este punto, vale la pena comentar que la presencia del meridiano parisi-no en la obra de Humboldt refleja el entorno político y científico internacional, donde se desarrollaba la pugna entre Francia y Gran Bretaña por la hegemo-nía mundial, a través del control del comercio marítimo y consecuentemente, la competencia entre los meridianos de París y Greenwich para el cálculo de la longitud, que iría amplificándose con los años. 92 . Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno NietoEn efecto, a partir de la erección del Observatorio británico en 1675, el rey Carlos II había ordenado a su astrónomo real, John Flamsteed, la rectificación de las tablas estelares vigentes y la posición,de las estrellas fijas para efectuar cálculos precisos de longitud, con el objeto de perfeccionar el arte de la navegación.42 De manera que la extensión del uso del meridiano de Greenwich siguió el ritmo del ensanchamiento del poderío marítimo británico, así como el de su expansión colonialista y hacia la mitad del siglo XIX se integró a la cartografía mexicana.El tránsito hacia una cartografía mexicana basada en un meridiano comúnEn el lustro posterior a la independencia de México la cartografía y el cálculo de longitudes dependía aún de los métodos utilizados en el periodo colonial puesto que la identidad, no sólo política, sino también científica, del nuevo país esta-ba aún en construcción. Por ello, la nación debía sustentarse en las capacidades científico-técnicas disponibles y en el acervo bibliográfico y documental hereda-do. Un claro ejemplo de ello es el papel desempeñado por el oficial naval español José María Narváez, quien se integró al servicio del Primer Imperio Mexicano como Adjunto Provincial de Guadalajara. Narváez radicó en la región de Jalisco, donde elaboró un mapa para ubicar los cantones de Jalisco, Colima y Zacate-cas, tomando como referente el meridiano de Cádiz (Carta corográfica de Jalisco, 1824). Con base en el mismo meridiano, construyó otros mapas y cartas náuticas sobre los puertos y la región de California, entre otros territorios. Durante esos años hubo esfuerzos importantes por parte de los sucesivos go-biernos para constituir una imagen precisa del territorio, mediante la integración de la cartografía recibida, pero resultaba imperativo configurar una carta general del nuevo país. Las primeras iniciativas en este sentido, tropezaron con innume-rables obstáculos, entre los que prevalecía la ausencia de datos precisos sobre la ubicación de localidades y accidentes geográficos.43Con el fin de resolver estos problemas, en el año de 1833 el gobierno a cargo de Valentín Gómez Farías fundó el Instituto Nacional de Geografía y Estadística, dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores e Interiores, con el objeto de 42 Las tablas estelares habían sido producidas durante muchas centurias y eran usadas para establecer la posición de los planetas en relación a las estrellas fijas.43 En 1822 Diego García Conde y Tomás del Moral trataron de llevar a cabo este proyecto por primera vez en el México independiente, pero no llegaron a concretarlo.México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de… . 93construir la Carta General de la República Mexicana y realizar el levantamiento de la estadística nacional, tareas que llevaría a cabo a lo largo de la centuria, bajo sucesivas denominaciones institucionales.44 Seis años después de su fundación, el Instituto publicó su Boletín del Instituto Nacional de Geografía y Estadística, don-de se dieron a la imprenta numerosos estudios geográficos y cartográficos, con la ventaja de que desde muy temprano se establecieron intercambios con numerosos organismos científicos nacionales e internacionales (Azuela, 2003: 158). De ma-nera que en el Boletín quedaron consignados los datos sobre la utilización de los diversos meridianos a lo largo de la centuria, así como la paulatina generalización del uso de Greenwich.Uno de los más antiguos, concierne al estudio estadístico de San Juan de los Lagos, realizado en 1838, donde se registró su ubicación a 21 grados, 17 minutos de latitud septentrional, mientras que la longitud se determinó en 24º 56’ al oc-cidente del meridiano de Washington (Romo, 1838: 115). La referencia se sitúa en el Depósito de Cartas de Navegación e Instrumentos, inaugurado en aquella ciudad en 1830, con el objeto de realizar prácticas geográficas, astronómicas y geodésicas al servicio del gobierno norteamericano, con base en el meridiano cal-culado en dicha posición. En el año de 1842, el establecimiento se convirtió en observatorio por un decreto federal, extendiendo su influencia dentro y fuera de las fronteras estadounidenses. Prueba de ello es justamente el trabajo de Benigno Romo, probablemente sustentado en el mapa construido en 1837 por mandato del Congreso General Mexicano, donde la localización de las diversas entidades, tiene como referente la longitud Oeste de Washington (Mapa de los Estados Uni-dos Mejicanos, 1837).En cuanto a la referencia al meridiano de Greenwich, el primer registro que localizamos data de 1843, cuando México firmó un acuerdo con Gran Bretaña para impedir la trata de esclavos, principalmente en las zonas costeras del país. Dentro de los acuerdos pactados entre el gobierno de Antonio López de Santa Ana y la nación europea, el número cuatro delimitaba así la zona de jurisdicción:Con el fin de evitar hasta la posibilidad de molestar al comercio de la costa de México, con el ejercicio de mutuo derecho de visita estipulado en el presente artículo, las altas partes contratantes convienen en que el expresado derecho no se hará efectivo dentro de una línea tirada desde la boca del Río Bravo del Norte 44 En 1839 el Instituto cambió su denominación a “Comisión de Estadística Militar” y en 1850 adquirió el nombre que mantiene hasta la fecha: Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.94 . Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno Nietoen el grado de latitud septentrional veinticinco, cincuenta y cinco, y de longitud noventa y siete, veinticinco al Occidente de Greenwich, hasta el puerto de Sisal en la Península de Yucatán en el grado de latitud septentrional veintiuno, seis y de longitud noventa, cuatro, también al occidente de Greenwich, debiendo siempre entenderse que si algún buque del cual se sospeche que se ocupa en el tráfico de esclavos, se descubre fuera de dicha línea por un crucero mexicano o británico y logra introducirse en ella, no por eso se considerará protegido por la presente restricción que sólo se ha adoptado para la mayor seguridad del comer-cio de la costa de México (Legislación Mexicana, t. IV, 1843: 50).En este caso, el convenio internacional permitió a Gran Bretaña ubicar algu-nas regiones de interés comercial para México respecto a su meridiano de origen. Un ejemplo claro de la injerencia de la política y la economía en las prácticas científicas. Pues como mostraremos enseguida, la cartografía mexicana comenzó a orientar su ejercicio mediante la incorporación de aquellos meridianos fijos que garantizaran la hom*ogeneidad de sus mapas respecto a los intereses de las poten-cias mercantiles, políticas y científicas.El trabajo cartográfico de mayor trascendencia, en el que los astrónomos mexicanos utilizaron el meridiano de Greenwich, fue sin lugar a dudas, el que derivó de la ratificación del tratado Guadalupe Hidalgo de 1848, al término del conflicto armado con los Estados Unidos, que significó la pérdida de más de la mitad del territorio de México. El tratado establecía la conformación de comi-siones de límites de cada país, que realizarían los trabajos de campo necesarios para la delimitación de la frontera. Esa actividad se llevó a cabo entre los años de 1849 y 1855, y estuvo inicialmente a cargo del general Pedro García Conde (1806-1851), pero tras su fallecimiento la responsabilidad recayó en el ingeniero José Salazar Ilarregui (1823-1892). La comisión mexicana realizó parte de sus trabajos en el puerto de San Die-go, tomando los puntos iniciales de sus observaciones astronómicas con referen-cia el Oeste de Greenwich. De acuerdo con el testimonio de Salazar Ilarrégui, su práctica cartográfica conjugaba la teoría francesa y la practicidad inglesa, que habían asimilado en el Colegio de Minería: “Hicimos todos los cálculos usando las tablas de Callet y tomando los elementos del almanaque náutico inglés” (Sa-lazar, 1850: 23).45 Como el objetivo de ambas comisiones era la hom*ologación de 45 Dicho Almanaque Náutico fue confeccionado con base en el que elaboró John Flamsteed por mandato real, como tarea fundacional del Observatorio,de Greenwich.México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de… . 95los cálculos para el trazo de la línea fronteriza, debieron convenir en algún me- ridiano de referencia, acordando que fuera el inglés.46 Un argumento de peso en su elección, fue la cartografía elaborada por el Jefe de la Comisión Norteamericana, William Hensley Emory, quien publicó Notes of a Military Reconnaissance from Fort Leavenworth in Missouri to San Diego, Ca-lifornia (1848), donde incluía los datos recabados en la expedición de reconoci-miento de la región, que emprendió en 1844, donde tomaban como referente a Greenwich (Emory, 1848: 8). Sin lugar a dudas, los cartógrafos y políticos que participaron en la organización de dicha empresa habrían valorado la condición portuaria de San Diego para elegir aquel meridiano, ya que la cartografía resul-tante facilitaría el control de la navegación y el incremento de los intercambios comerciales, al evitar complicaciones de equivalencia entre las cartas de nave-gación del Imperio Británico y los estudios que se estaban realizando. Presumi-blemente, en los acuerdos científicos derivados del Tratado Guadalupe-Hidalgo ya no habrían tenido que esgrimirse mayores argumentos, tomando en conside-ración en este punto la condición de los astrónomos mexicanos al inicio de los trabajos de las comisiones, en cuyo ánimo pesaba la carga de la derrota bélica.Pero es cierto que el prestigio del Observatorio de Greenwich y la propaga-ción del uso de su meridiano se acrecentaba al ritmo del expansionismo británico, sustentado en gran medida en la navegación comercial, de tal manera que las em-barcaciones de mayor tonelaje de diversos países tomaron al meridiano británico para hom*ogeneizar sus movimientos en altamar y comunicarse con los puertos.No obstante, aún no llegaba la hora para la estandarización del meridiano de Greenwich, ni en México ni en otros países. Ejemplo de ello fueron los sucesivos intentos que se realizaron en los Estados Unidos, durante las primeras tres dé-cadas del siglo XIX, para independizarse del meridiano inglés. Inclusive durante la presidencia de James Monroe (1817-1825) se propuso un meridiano de Wa- shington para su uso oficial en el territorio y actividades comerciales. Su estable-cimiento, como referimos, ocurrió con la instauración del Depósito de Cartas de Navegación e Instrumentos en 1830, aunque persistió el uso de otros meridianos. A lo largo de la centuria, los cartógrafos, oficiales navales y científicos, ar-gumentaron respecto a la conveniencia de estandarizar el uso del meridiano de Washington. Así, en 1849, el teniente naviero Charles Davis expuso sus ideas en un texto sobre lo complicado e innecesario que sería modificar todos los acervos cartográficos que habían sido realizados con base en el meridiano de Greenwich. 46 Tamayo anota que los estadounidenses ya habían determinado algunas posiciones geográ-ficas de la región, años antes del conflicto armado (véase Tamayo, 2003: 92).96 . Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno Nieto(Davis, 1849: 34) Este argumento, de carácter tecno-científico, sumado al con-texto económico global, en el que la producción de hierro y el incremento en las ganancias producidas por la navegación comercial, indujo a que en el año de 1850 los Estados Unidos decidieran oficializar el uso de Greenwich como el me-ridiano de referencia para las últimas actividades. No obstante, la multiplicidad de referentes para el cálculo de longitud, así como para la estandarización de la hora, persistieron hasta las últimas décadas del siglo XIX, como prueba el escrito de H. S. S. Smith, en donde registra el uso cotidiano de seis meridianos localiza-dos en diversas entidades de los Estados Unidos (Smith, 1882: 31).En el caso de México, la creciente actividad en los intercambios tecnológicos y comerciales que se verificaron en la segunda mitad del siglo XIX, reforzó la utili-zación de Greenwich en diversos ámbitos. Un ejemplo de ello, fueron los cálculos de longitudes que hizo la Comisión de reconocimiento del Istmo de Tehuantepec (1850-1852), dirigida por el mayor del cuerpo de ingenieros de los Estados Uni-dos, J. G. Barnard, con el objeto de construir un ferrocarril interoceánico, cuyos resultados aparecieron publicados en 1852.47 Unos años después, el meridiano inglés fue el referente para uno de los pro-yectos más ambiciosos de los gobiernos liberales. Nos referimos al establecimien-to de una Comisión del Valle de México (1856), “que tendría por objeto dar inicio al proyecto mayor e imprescindible de elaborar “el primer Atlas nacional que com- prende la historia y la geografía antiguas, la arqueología, la zoología, la botánica, la estadística y las cartas geológica, y geodésico-topográficas del Valle de México” (Si-liceo, 1857: 116-118). El proyecto sería dirigido desde la Secretaría de Fomento, a cargo entonces de Manuel Siliceo, con Orozco y Berra como Oficial Mayor y encargado itinerante del Despacho. Aunque el proyecto no se concretó tal y como había sido concebido, desde el establecimiento de la Comisión, el astrónomo Francisco Díaz Covarrubias se dio a la tarea de establecer las coordenadas de algunos sitios estratégicos, incluyendo desde luego a la capital del país, contrastando sus observaciones con las de sus homólogos en otros países, como expresa él mismo en la siguiente cita:A fines de 1857, me puse en relación con los célebres astrónomos Mr. G.b. Airy, director del Observatorio de Greenwich, y Mr, W, Cranch Bond, director del de Cambridge, los que se han servido honrarme, remitiéndome manuscritas las 47 El libro se localiza en bibliotecas bajo la autoría de Jay J. Williams, quien se encargó de la preparación del documento final, así como de la elaboración de los mapas y grabados (véase Williams, 1852). México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de… . 97observaciones correspondientes a las mías practicadas en sus respectivos obser-vatorios… Estas observaciones me han sido de inmensa utilidad para reducir las mías, pues es bien sabido que en el estado actual de la teoría lunar, no puede contarse con la exactitud absoluta de los números dados en las efemérides y es preciso recurrir a las correcciones de las tablas hechas en los observatorios fijos… (Díaz Covarrubias, 1860: 3).Su testimonio es valioso, porque pone de manifiesto la participación de los astrónomos mexicanos en las redes de comunicación científica internacional, que pugnaban por la producción de conocimiento hom*ogéneo e intercambiable, a través de la estandarización. En este caso, para los usos navales y cartográficos que propugnaban el uso de un mismo punto de referencia ubicado en los obser-vatorios británicos y estadounidenses, entre otros. Y para el caso particular de la práctica de Díaz Covarrubias, los de Cambridge, en Estados Unidos y el Obser-vatorio de Greenwich, funcionaron como avales de sus cálculos locales.Evidentemente, los trabajos del astrónomo mexicano también fueron reco- nocidos por los más eminentes practicantes de la geografía nacional, como Ma-nuel Orozco y Berra, quien califica sus cálculos como los más exactos que se habían realizado hasta entonces, aunque curiosamente, los transcribe de esta ma-nera: “La posición geográfica de México determinada por el Sr. D. Francisco Díaz Covarrubias y referida al Observatorio de la Escuela de Minas, es latitud N. 19º 26́ 12” 04 longitud absoluta respecto al meridiano de Greenwich” (Orozco y Berra, 1867: 36). Para cerrar este punto, conviene agregar que las labores de aquella Comi-sión, suspendidas por el cambio de gobierno, se reanudaron en 1861 con la re-instauración del régimen liberal,48 bajo la figura de la Comisión para levantar la Carta hidrográfica del Valle de México. Esta última concluyó los trabajos de campo y gabinete de la Carta Geográfica y Topográfica del Valle de México, que se publicó en 1864, en la,que todas las referencias para el cálculo de longitud se realizaron con respecto al meridiano de Greenwich (Orozco y Berra, 1867: 351). En este panorama científico, en el que los astrónomos y geógrafos más pro-minentes, como Díaz Covarrubias y Orozco y Berra, participaban en los pro-48 Durante el periodo denominado Guerra de Reforma, derivado de la oposición a la instau-ración de la Constitución de 1857, en México hubo dos gobiernos entre 1858 y 1860. Uno fue el gobierno liberal de Benito Juárez (instalado en Veracruz) y el otro fue el conservador, primero al mando de Féliz M. Zuluaga y después de Miguel Miramón. Al final de la guerra civil en 1861, Juárez lograría afianzar la presidencia para el cuatrienio 1862-1865.98 . Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno Nietoyectos gubernamentales, no es extraño advertir el uso político de sus estándares y normas. Aquí sobresale la utilización de éstos últimos en los debates sobre la división del territorio nacional, previos a la Constitución Mexicana de 1857, en los que se tomó a Greenwich como referente para el cálculo de las longitudes:Artículo 43 reformado… El territorio de Quintana Roo se formará de la por-ción oriental de la península de Yucatán, la cual quedará limitada por una línea divisoria que, partiendo de la Costa Norte del Golfo de México, siga el arco meridiano 87-32 (Longitud Oeste de Greenwich), hasta su intersección con el paralelo 21º (Zarco, 1857: 319).No obstante la creciente influencia del meridiano inglés en la práctica cien-tífica y los proyectos oficiales, persistía el uso de otros meridianos de referencia en la ciencia de la década de los sesenta. Por ejemplo, en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística apareció un escrito del astrónomo Francisco Jiménez, que criticaba y corregía las determinaciones geográficas realizadas por el ex gobernador de Chiapas, Emeterio Pineda (1798-1850) sobre su Estado. En el análisis de Jiménez se evidenció que este último carecía de entrenamiento cien-tífico, ya que ignoraba que las longitudes debían calcularse a partir de un mismo meridiano, por lo que había utilizado negligentemente la referencia a los de Cádiz y París:Se ve que el Sr. Pineda tomó el término medio de las latitudes, que según las dos autoridades que cita limitan el Estado, en lo cual no hay inexactitud, puesto que las latitudes todas parten de un origen común fijo, como es el círculo del ecuador; pero no sucede lo mismo respecto de las longitudes porque partiendo las unas del meridiano de Cádiz y las otras del de París, para tomar el término medio es necesario reducirlas todas a un mismo origen, lo cual no hizo el Sr. Pineda, así es que para salvar la dificultad… para corregir este error reducimos todas las longitudes del meridiano de México que se halla a 101º 26́ 55́ ´ al Oeste de París, y a 92º 49´18´́ al Oeste de Cádiz, entonces los que suponen que Chiapas se halla entre los 85º y 90´de longitud Occidental de Cádiz, lo suponen igualmente entre los 7º 49´18´́ y 2 4́9º 18´́ de longitud Este de México, y los que colocan entre los 94º 40 ý 97º 30 4́0´́ de Longitud del Oeste de París, lo suponen entre los 6º 46́ 55́ ´ y 3º 56́ 15́ ´ al Este de México: Tomando el térmi-no a estas posiciones se hablará que Chiapas se encuentra a los 7 p 18´6́ ´ y 3º 22 4́6́ ´ de longitud oriental de México (Jiménez, 1862: 352).México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de… . 99En lo que concierne al empleo del meridiano parisino, tal vez el mejor ejem-plo de la intención de generalizarlo en nuestro país, corresponde a su prescripción obligatoria para los trabajos de la Commission Scientifique du Mexique, constitui-da por el Instituto de Francia durante el Segundo Imperio (1864-1867).49 En los instructivos elaborados por los diversos comités que se formaron para la investi-gación del territorio mexicano, se ordenó a los expedicionarios y a sus colabora-dores locales que el cálculo de las longitudes se efectuara a partir del meridiano de París (Archives de la Commission Scientifique du Mexique, 1864: 64).No obstante, los geógrafos mexicanos que colaboraron con el Imperio, re-portaban sus mediciones a las autoridades de una manera peculiar, que podría interpretarse en términos de una relativa resistencia por parte de los científicos locales ante la coacción que sufrían en todos los ámbitos por parte de los inva-sores. Tal resistencia podría revelarse en los cálculos astronómicos, reportados al emperador por el ingeniero Francisco Jiménez en 1865, sobre la ubicación de San Juan Teotihuacán que situaba “al Este del Meridiano de México 1m 04s 46… la longitud referida al Meridiano de Greenwich, tiene por valor en arco 98º 51́ 1” 46, y 101º 11 10” al Oeste de París” (El Diario del Imperio, t. I, núm. 138: 1). Pero también es cierto que las convenciones científicas locales estaban pri-vilegiando la posición de Greenwich en sus prácticas geográficas y cartográficas. Por lo que, tal vez, esta sea la mejor explicación de curioso reporte de Jiménez. En todo caso, la Restauración de la República significó también la de los usos locales en la práctica científica, sin la interferencia formal de otros poderes políticos. Aunque siguieron presentes en todos los ámbitos de la vida social y cul-tural, las normas, estándares y orientaciones que venían impulsando los intereses de las potencias imperiales. Este fue el caso del meridiano de Greenwich, como veremos en el siguiente apartado.Entretanto, y para reafirmar lo anterior, conviene agregar aquí la exhorta-ción del ingeniero Ángel Anguiano, quien en unos años dirigiría el Observatorio Astronómico Nacional, para estandarizar el uso de un meridiano común en los trabajos cartográficos y los cálculos de longitud que efectuaban profesionales y amateurs, con el fin de hom*ologarlos. Él mismo promovió un procedimiento paradigmático, utilizando tecnologías de reciente factura, como el cronóme- tro inglés Parkinson & Frodsham, con el método de alturas iguales (de cuerpos celestes):49 Sobre dicho organismo véase Azuela (2015). 100 . Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno NietoExplicaré de manera general en lo que consiste: conociendo la marcha del cro-nómetro y anudando el momento en el que se observa la luna a una altura cono-cida, será fácil determinar por el cálculo ángulo horario en aquel instante y por consiguiente en su ascensión recta. Más por otra parte se comprende también, que con los datos que suministra y las efemérides, se podrá conocer cuál es la hora del tiempo medio en Greenwich, correspondiente a la misma ascensión recta de la luna y en cuyo caso, la diferencia entre la hora local y la de Green-wich, que como se ve, corresponde al mismo instante, será la longitud del lugar de observación en tiempo con relación a Greenwich (Anguiano, 1872: 589).El meridiano de Greenwich en el contexto de lainstitucionalización de la ciencia y la expansión capitalistaComo hemos venido refiriendo, un elemento crucial para la estandarización de los procedimientos cartográficos fue la creación de instituciones científicas, en-tre las que desempeñaron un papel fundamental los observatorios astronómicos, desde donde se difundieron las normativas, que luego hicieron oficiales los go-biernos de los diversos países. De manera que no es extraño que, a partir de la fundación del Observatorio Astronómico Nacional de México, se procediera de manera análoga, aunque no faltaron las discrepancias.Los observatorios astronómicos mexicanos, necesarios para esa práctica, así como para la geografía y la meteorología, fueron construidos y financiados por el Estado desde el ascenso de Porfirio Díaz al poder (1876), cuando decretó la crea-ción del Observatorio Astronómico Nacional. Fue la primera de más de una do-cena de instituciones científicas que se establecieron durante su largo mandato.50 Para el tema que nos concierne fueron cardinales tanto el observatorio referido,como el Observatorio Astronómico Central (1877), la Comisión Geográfico-Ex-ploradora (1878) y la Comisión Geodésica (1898), cuyos objetivos implicaban la manufactura de cartografía de precisión. Otros organismos en los que se procuró el uso de un meridiano estándar para sus prácticas fueron el Observatorio Me-teorológico (1877) y el Instituto Geológico de México (1891). Sin embargo, como mostraremos más adelante, no se prescindió de otros referentes en los cálculos de longitud durante estos años.Evidentemente, la organización institucional de la práctica cartográfica mul-tiplicó la producción de estudios geográficos y cartas, por lo que en este trabajo 50 Un breve listado de dichas instituciones puede leerse en Azuela (2010: 418-421).México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de… . 101nos limitaremos a tomar algunos ejemplos que ilustran el uso de Greenwich en las actividades de las diversas instituciones, así como las iniciativas que buscaron su generalización en la ciencia del país. Respecto a lo anterior, cabe destacar la labor del ingeniero Leandro Fernán-dez, quien en calidad de director del Observatorio Astronómico Central, apro-vechó su recorrido por algunos estados de la República en 1881 para determinar las coordenadas de Querétaro, Zacatecas. Durango y Mazatlán. Sus tareas inclu- yeron correcciones de latitud y longitud, mediante procedimientos astronómi-cos, en los que utilizó como referentes las coordenadas de la capital mexicana y su equivalencia longitudinal respecto a Greenwich. Durante su desempeño, se auxilió de algunas personas carentes de formación científica, que colaboraron en los registros de los pasos de cuerpos astrales y la emisión de señales telegráficas (Fernández, 1885: 106).Por su parte, en 1881 Orozco y Berra publicó sus “Coordenadas geográficas de varios puntos de la República”, donde consigna los datos de los estados de la federación e incluye los de algunos centros científicos en funciones, como los observatorios de las Escuelas de Ingenieros y de Agricultura. Todos sus registros se refieren al meridiano de Greenwich, lo que presumiblemente indicaría su con-vencimiento sobre sus ventajas para la estandarización de la práctica geográfica. No obstante, aunque sugiere la necesidad imperante de formalizar las determina-ciones bajo métodos, referencias y lenguajes homólogos, propone un meridiano alternativo para la cartografía nacional: Ya que trato del meridiano de referencia, para contar las longitudes en nuestro país, permítaseme hacer una breve indicación respecto a este particular, y es que se procure uniformar los trabajos, tomados siempre un mismo meridiano al que se ajusten todas las observaciones y no se tropiece en nuestra geografía con la dificultad que se encuentra en la geografía universal, en la que se refieren las longitudes a los meridianos de Paris, Greenwich, Berlin, etc. según la naciona-lidad del autor que trata esa ciencia. Ya que entre nosotros van tomando cierto impulso las ciencias, y ahora que están pintándose mejoras tan importantes como son las de los observatorios astronómicos y las comisiones exploradoras y puesto que tenemos un observatorio astronómico central, a cuyo frente se halla el hábil e inteligente Sr. Jiménez, que ha determinado exactamente la posición de esa oficina, de desear sería se reglamentas en los trabajos que se comprendie-ran, de manera que se refirieran a ese observatorio los resultados de las observa-ciones que se ejecuten en lo sucesivo (Orozco y Berra, 1881: 20).102 . Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno NietoLa recomendación de Orozco y Berra fue atendida relativamente por el prin-cipal organismo cartográfico del país, la Comisión Geográfico-Exploradora, pues buena parte de sus trabajos tuvieron como referente el meridiano de México (comúnmente conocido como Catedral). Así, en la Carta Topográfica de los alre-dedores de Puebla aparecen las longitudes de los sitios principales del estado en grados de latitud y longitud respecto al Este del meridiano de México (Catedral), pero no sin la siguiente aclaración:Las longitudes geográficas se refieren al meridiano principal adaptado para las cartas en la República Mexicana, el cual pasa por la cruz de la Torre Este, en la Catedral de México. El expresado meridiano está a los 99º 6́ 47” 75 al Oeste del Observatorio de Greenwich, según los resultados obtenidos en 1859, por el Ing. Geógrafo F. Díaz Covarrubias (Atlas topográfico, 1883).El mismo referente aparece en otros trabajos de la Comisión, elaborados en la década de los ochenta, como el Plano de la Hacienda la Tenería (Plano de la Hacienda, 1884) y la Carta general del Edo. de Chihuahua (Carta general, 1885), por mencionar sólo un par de ejemplos previos al acuerdo internacional. Como puede advertirse en los ejemplos anteriores, en la comunidad cientí-fica mexicana aún no se contaba con los consensos indispensables para la inter-nacionalización del conocimiento producido localmente. Pero México no era el único país donde prevalecía esta situación, como han mostrado los estudiosos del proceso de estandarización en el campo científico e industrial.51 En el caso del meridiano cero, un artículo de Joseph H. Pratt refiere el uso cartográfico y horario de 16 meridianos localizados en distintos países durante el siglo XIX (Pratt, 1942: 234). Evidentemente, esta heterogeneidad planteaba difi-cultades de orden práctico e interés económico que debían resolverse. Respecto a ellas, y desde uno de los sectores industriales más poderosos de los Estados Uni-dos, se presentaron cifras sobre la preponderancia del meridiano de Greenwich en el flujo marítimo de mercancías. Nos referimos al ingeniero ferroviario Sandford Fleming, quien estimó “el número y el tonelaje de los vapores y barcos de las diversas naciones del mundo, [relacionándolos] con los meridianos que usaban para la determinación de su longitud”. Encontró que “el 95.5% de los barcos del mundo (97.5% por tonelaje) usaban once meridianos principales. Entre los 3 primeros, el meridiano de Greenwich era utilizado por el 65% de los barcos 51 Ejemplo de ello es el artículo de Simon Schafer que citamos con anterioridad (véase Scha-ffer, 1999, 457-478).México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de… . 103(72% por tonelaje), París por el 10% (8% por tonelaje) y Cádiz por el 5% (3% por tonelaje)”.52 Sin embargo, el momento de alcanzar acuerdos a nivel internacional en cuan- to a la estandarización del meridiano base estaba muy próximo, pues en la Con-ferencia Geodésica de Roma de 1883 “un comité especial presentó un reporte al pleno [en el que expresó] que la unificación de longitudes y horas era igualmente deseable para los intereses de la ciencia, como para los de la navegación, el comer-cio y la comunicación internacional” (Pratt, 1942: 234). Entre las resoluciones acordadas por los geodestas, dos de ellas merecen citarse:La Conferencia [Geodésica] propone a los gobiernos seleccionar como meridia-no inicial el de Greenwich… por razón de que ese meridiano llena… todas las condiciones deseables para la ciencia y porque siendo éste, el más conocido de todos, ofrece mayores posibilidades para ser aceptado generalmente.La Conferencia espera que si el mundo entero… [acepta] el meridiano de Gre-enwich…, Gran Bretaña considere este hecho… en favor de la unificación de pesos y medidas, accediendo a la Convención del Metro del 20 de mayo de 1875 (Dollan, 2016).Pocos meses después se enviaron las invitaciones para la Conferencia Inter-nacional del Meridiano, firmadas por el presidente de los Estados Unidos, Ches-ter A. Arthur, que se llevaría a cabo en Washington en octubre de 1884. A ella asistieron cuarenta delegados de 25 naciones, entre los que prevalecían los miem-bros de la diplomacia y los servicios consulares, así como científicos y expertos de varios países, entre los que destacaron,directores de observatorios –como fue el caso de los delegados mexicanos–, ingenieros, oficiales navales y un solo repre-sentante del mundo universitario.53 Como parte de la delegación norteamericana estuvo presente el pionero de la astrofotografía y astrónomo Lewis M. Ruther-furd, quien unió su voz a la de los comisionados de los observatorios para ofrecer los argumentos de carácter científico.54 Sin embargo, la peculiar composición de 52 Sobre el tema, véase el texto de Dollan: http://www.thegreenwichmeridian.org/tgm/arti-cles.php?article=10 [consultado el 7 de septiembre de 2016].53 Este último fue el profesor Kikuchi, Jefe del Departamento de Ciencias de la Universidad de Tokio (véase Protocols of the Proceedings, 1884).54 Curiosamente con excepción de los Protocolos antes citados, en la biblio-hemerografía consultada el nombre de Rutherfurd aparece como “Rutherford”.104 . Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno Nietolas delegaciones y específicamente los intereses que representaban, entorpeció in-necesariamente los debates, a juicio de la revista Science, en donde se reporta “que las discusiones involucradas habían sido muy poco discutidas desde el punto de vista científico” (Anónimo, 1884a: 376). En un artículo posterior de la misma publicación se describe así la Conferencia:A través de enmarañadas [discusiones], saturadas con los engorrosos métodos de la diplomacia, colmados de circunloquios, e innecesariamente rodeados por el secreto del Departamento de Estado, la Conferencia del Meridiano alcanzó [algunas] conclusiones razonables; sin duda, un cuerpo compuesto enteramente por los principales representantes de los intereses científicos y de los negocios, las habría alcanzado en una cuarta parte del tiempo [empleado], con mayor una-nimidad y sin estimular la emotividad y los celos, que el carácter semi-político del cuerpo [de delegados] engendró, y que le dará un menor peso a las conclu-siones alcanzadas, ya que un número considerable de delegados declinará reco- mendarlas a sus respectivos gobiernos (Anónimo 1884b: 414).Esta descripción no tiene desperdicio, ya que retrata con fidelidad las discu-siones que se llevaron a cabo entre el 1° y el 22 de octubre, en las que salieron a flote tanto la vieja rivalidad entre Francia y Gran Bretaña en cuanto a sus ambi-ciones hegemónicas, como los pactos e intereses que manifestaron los aliados de uno y otro país, con sus intervenciones y votos. Como es de suponer, Francia de-fendió el meridiano parisino, pero al verse en desventaja frente a la mayoría de las delegaciones, introdujo la propuesta de resolver en favor de un meridiano cero, con carácter de absoluta neutralidad, que no se situara en algún gran continente. El argumento para pasar por alto esta iniciativa fue de carácter científico-técnico, y lo expresaron los representantes de Gran Bretaña y Estados Unidos, aunque también adujeron los altos porcentajes del comercio naval que usaba Greenwich, así como el hecho de que “el 75% de todos los mapas del mundo se habían cons-truido con dicho referente” (Anónimo 1884: 377).Los representantes mexicanos, Ángel Anguiano y Leandro Fernández, se mostraron en todo momento de acuerdo con las propuestas estadounidenses e in- glesas y emitieron su voto en favor del meridiano de Greenwich. En el informe que escribió Ángel Anguiano sobre el desempeño de ambos en la Conferencia, presentó la justificación de su postura. Dijo que aunque en un principio estuvie-ron a favor de la neutralidad propuesta por Francia, la necesidad de estandarizar los cálculos a nivel mundial, así como la cercana unanimidad con la que contaba la propuesta inglesa, los convenció de unirse a la mayoría. Textualmente: México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de… . 105Los intereses de México, por otra parte, en nada se perjudicaban con dar la preferencia al meridiano de Greenwich, y al hacerlo así, más bien cooperaba a impedir mayores perjuicios en los intereses de las naciones representadas, y a alcanzar la uniformidad tan deseada en las referencias meridianas de los alma-naques náuticos. Nuestro voto, fue, por lo mismo, a favor de la segunda pro-posición, sin tener necesidad de repetir aquí las razones bastante bien fundadas que a favor de ella expusieron sus defensores y que se ven en las actas respectivas (Anguiano, 1886: 192).Sobre la resolución de la conferencia donde se establecía un día universal, que iniciaría a partir de la medianoche del meridiano inicial, los delegados na-cionales votaron a favor, puesto que a su juicio no se afectarían las horas locales:el día cosmopolita en nada se opondrá al uso del tiempo local, el cual seguirá siendo en cada país lo que hasta aquí ha sido, la norma indispensable y nece-saria para todos los usos de la vida civil de cada pueblo. Quedan, además, en libertad los gobiernos para arreglar el tiempo local de la manera que lo juzguen más conveniente, en vista del tráfico y movimiento en sus líneas férreas, y de la extensión territorial en longitud que abrace cada nación (Anguiano, 1886: 192).Como puede advertirse, el razonamiento de los mexicanos alude a los ritmos mercantiles locales, pero no hace explícitos sus crecientes (y deseables) vínculos con los tiempos de los países hegemónicos, a los que México quedaría inextrica-blemente unido con la adopción del día universal. Ejemplo de ello era la amplia-ción del cabotaje en los diversos puertos mexicanos, que atrajo navíos de mayor envergadura provenientes de las potencias económicas, quienes anunciaban su posición a los inspectores mexicanos respecto al meridiano inglés (El Monitor Re- publicano, 1880: 3).Por otra parte, la estandarización del tiempo en territorio mexicano era ya una necesidad urgente, debido a los problemas que acarreaba su ausencia en el ámbito de las comunicaciones ferroviarias, cuyo crecimiento entre 1876 y 1884 había sido mayor al 80%, con una proyección nacional muy extensa.55 Pues, evi-dentemente, los horarios de los trenes debían hom*ogenizarse para evitar retrasos en las conexiones de personas y mercancías. 55 En 1910 la red ferroviaria alcanzó un crecimiento de 19 280 kilómetros, cuando en 1876 se contaban con 666 km, creciendo en una proporción de 292%. Datos extraídos de Ortíz (1984).106 . Luz Fernanda Azuela y Andrés Moreno NietoEn el ámbito científico la adopción del día universal era también ineludible, como revela el caso del Observatorio Meteorológico Central, cuyas tareas exi-gían el registro estandarizado de las variables en los observatorios distribuidos en diversos puntos del país;56 todas ellas tenían que referirse obligatoriamente a un tiempo sincronizado centralmente, que debía también estarlo respecto a la Red Meteorológica Internacional, con la que se intercambiaban datos y registros.57 Evidentemente, había acuerdo respecto al meridiano cero: Greenwich, con refe-rente a Washington.En el caso de la ya mencionada Comisión Geográfico-Exploradora, la in-corporación del meridiano estandarizado se reflejó hasta el siglo XX, como se aprecia en la Carta General del Estado de Oaxaca, donde las latitudes (16º 30´) y longitudes (95º), aparecen referidas a Greenwich (Del Valle, 1912). ConclusionesComo hemos venido señalando, el proceso de estandarización en los ámbitos científico-técnicos y comerciales estuvo custodiado por largos procesos de nego-ciación entre los diversos actores, en los que a las consideraciones epistemológicas se sumaron los ingredientes políticos y las presiones económicas derivadas de la expansión capitalista. Los casos del meridiano cero y el tiempo universal fueron especialmente críticos para los ámbitos que exigían la introducción inmediata de normas universales, especialmente para el desarrollo de una cartografía inter-cambiable, así como para el ejercicio eficiente de la navegación y la industria fe-rroviaria a nivel global. A las necesidades de la geografía, se unieron otros,campos disciplinares, como la meteorología, que mencionamos, así como la geología y la geodesia, cuya producción científica requiere mapas de precisión. El análisis histórico de la cartografía local reveló la paulatina adopción de referentes hom*ogéneos en nuestro país, que condujo de manera natural a los astrónomos y geógrafos mexicanos a la incorporación de Greenwich en sus tra-bajos, así fuera de manera secundaria. Por ello consideramos que la firma del 56 En su “Informe” de 1882 Bárcena destaca la existencia de 191 oficinas telegráficas donde se realizaban registros del estado del tiempo, que luego enviaban al Observatorio Meteoroló-gico Central (Bárcena, 1882: 189).57 “El 1º de mayo de 1877 el Observatorio Meteorológico Central empezó a trasmitir sus datos a los observatorios de la primera red internacional, que por aquel entonces estaba cons-tituida por 19 países: tres en el continente americano –EUA, México y Costa Rica– y el resto en Europa” (Azuela, 1995: 103).México en el proceso de estandarización científico-técnica del siglo xix. El caso de… . 107acuerdo de Washington, de parte de Anguiano y Fernández, puede explicarse tanto en términos de sus convicciones científicas como en cuanto a los intereses comerciales de México en el marco de la expansión del capital. Capítulo 5. Dos naturalistas suizos en México (1855-1882)58Consuelo Cuevas-CardonaUniversidad Autónoma del Estado de HidalgoIntroducciónDiferentes autores han analizado la manera como los europeos que llegaron a los países latinoamericanos y caribeños observaron este “nuevo mundo” extraño para ellos.59 Algunos lo vieron como un edén exuberante y de sorprendente belleza. Otros como un lugar de gran desorden en el que la vegetación crecía abrumadora y amenazante, lleno de animales ponzoñosos y fieras dispuestas a arrojarse sobre todo aquel individuo que pasara cerca. El “trópico” fue una palabra asignada a una región que resultó más de la imaginación de los viajeros que de la realidad. Con ella se refirieron a todo aquello que les resultaba diferente a las zonas templa-das que ellos habitaban, en donde había enfermedades desconocidas que los ace-chaban, como la “neurastenia tropical”, estado de ansiedad aguda inducida por la residencia de un europeo de piel blanca en los trópicos (Arnold, 2000: 140). En el presente trabajo se examinará el caso de dos extranjeros de naciona- lidad suiza que llegaron a México en 1855, Henry de Saussure y Francisco Su-michrast, a través de sus escritos científicos que reflejan dos visiones diferentes de la naturaleza del país. También se propone que la historia de la ciencia es una vía de aleccionamiento para el científico actual y de importancia para situar los conocimientos científicos obtenidos en su contexto real. De Saussure fue un hombre rico, profundamente racista, que se interesó por la naturaleza de México debido a que tuvo la oportunidad de organizar las co-lecciones de flora y fauna que habían llegado al Museo de Historia Natural de 58 Esta investigación es parte del proyecto PAPIIT núm. IN 302416: “Las investigaciones geo-gráficas y naturalistas en México (1786-1950)”. Responsable Dra. Luz Fernanda Azuela, Ins-tituto de Geografía-UNAM.59 Véase Gerbi (1996).110 . Consuelo Cuevas-CardonaParís, lugar en donde revisaba ejemplares para sus estudios. Al hacerlo, le pareció que ya se había familiarizado bastante con el país y decidió conocerlo. Contaba con los recursos económicos suficientes para viajar no solo él sino también otros naturalistas que lo ayudarían. Antes de venir leyó todo lo que pudo encontrar escrito por otros viajeros sobre México y con esto sintió que, antes de llegar, co-nocía perfectamente el territorio que iba a pisar y todo lo que había en él. Esta soberbia fue una de las características que se reflejaron en los estudios que hizo. El caso de Francisco Sumichrast es diferente. Llegó con De Saussure, como su ayudante, y decidió quedarse en el país para estudiar su gran diversidad. Per-maneció en México los años restantes de su vida y para lograrlo tuvo que buscar diferentes empleos, varios de ellos como recolector de ejemplares que enviaba a diferentes museos y centros de investigación del mundo. Como se verá, a través de sus escritos es imposible percibir su personalidad; sin embargo, su actitud más humilde que la de su paisano puede percibirse a través de una obra literaria y de la opinión que sobre él tuvieron otros naturalistas. A través de lo que ellos escribie-ron puede saberse la manera como fueron apreciados tanto sus trabajos como los de De Saussure. No se pretende hacer una comparación maniquea entre ambos naturalistas, pues Sumichrast también puede contemplarse como un saqueador de la fauna del país en términos actuales. Por más que sus intenciones fueran científicas, el número de ejemplares que mandó a los museos del mundo fue muy alto. Sin embargo, sí es alguien que miró a México de manera diferente a como lo hizo De Saussure y muchos otros de sus contemporáneos. México visto por EuropaEs bien sabido que, desde el siglo XVIII, el naturalista Georges Louis Leclerc, con- de de Buffon, decidió que la flora y la fauna de América era inferior a la de Eu-ropa, y esto era así, según él, porque la humedad conducía inevitablemente a la degeneración de los seres vivos. Por esta razón, argumentó que en América los felinos no son ni lejanamente como el león, el rey de los animales en el Viejo Mundo. Y no hay elefantes, aunque hay un pequeño animal que se le parece le-janamente, el tapir, cuyo tamaño –se jactaba Buffon– es apenas el de un ternero de seis meses (Nieto, 2007: 203). Sostuvo que los seres humanos en América también eran inferiores, y por ello, negó que hubiera habido civilizaciones con construcciones monumentales como la maya, la azteca o la inca, semejantes a la egipcia o griega (Ventura, 2000: 120). Dos naturalistas suizos en México (1855-1882) . 111La influencia que este naturalista ejerció en su época es innegable, aunque años más tarde Alexander von Humboldt lo contradijera. Humboldt fue uno de los científicos viajeros que más contribuyó al reconocimiento de la diversidad y la riqueza de la naturaleza americana y que supo agradecer el apoyo que tuvo de parte de los sabios de este continente (Zamudio y Butanda, 1999: 42-43). Sin embargo, dados los escritos que dejaron, muchos de los visitantes del siglo XIX no estuvieron tan abiertos como él a las costumbres de culturas diferentes a las que habían conocido hasta entonces y, en general, mostraron una actitud que parece arrogante hacia los mexicanos.Tanto por Humboldt, como por otros viajeros, muchos europeos esperaban encontrar en México una tierra en donde podían hacer fortuna. Así, se sabe que Humboldt escribió acerca de un enorme virreinato novohispano en el que se po-dían producir grandes cantidades de productos necesarios para todo el mundo, como azúcar, cochinilla, cacao, algodón, café, trigo, cáñamo, lino, seda y vino; además de ser riquísimo en metales y maderas preciosas (Citado por Bernecker, 2003: 44). Pero no fue el único; hubo otros viajeros que hablaron del país como una fuente potencial de explotación para el beneficio de quienes quisieran llegar a él. Fernanda Núñez narra el caso del francés Laisné de Villévoque, quien invitó a sus coterráneos a establecerse en una villa que supuestamente le había sido con-cedida en Coatzacoalcos, Veracruz, que él describió en un folleto como el lugar “más bello y fértil del globo” (Núñez, 2007: 292). En su propaganda Laisné pro-metió que al llegar encontrarían seis aldeas pobladas por más de 120 familias en donde podrían vivir y serían recibidos por personas que los guiarían hasta quedar establecidos en esos lugares seguros. Entre los que buscaron llegar a esa tierra de promesas se encontraba Mathieu Fossey, quien organizó a un grupo de viticultores para acompañarlo, y tres meses después Pierre Charpenne, quien llegó con,un grupo de operarios y una sierra mecánica para dedicarse a la explotación forestal. Muy pronto ambos se dieron cuenta de que el folleto de propaganda preparado por Laisné estaba lleno de men- tiras, que no hubo nadie para recibirlos y que no existían las aldeas en las que supuestamente se iban a refugiar. Los dos tuvieron que pasar por muchas aventu-ras y penurias para poder sobrevivir y, finalmente, pudieron dejar sus memorias por escrito. Muchos de sus compañeros murieron o regresaron como pudieron a Europa. Ellos, aunque finalmente volvieron, tuvieron oportunidad de conocer poblados indígenas a los que describieron como bonitos, limpios y bien organi- zados. También observaron un comercio activo ocurrido entre los pueblos y se-ñalaron que no había ni una sola familia indígena que no tuviera una milpa ro-deada de plátanos, piñas, frijoles y camote. Sin embargo, en lugar de reconocer la 112 . Consuelo Cuevas-Cardonacapacidad de los nativos para ser autosuficientes, atribuyeron a Dios la situación de bonanza y aseguraron que sin su ayuda los nativos no podían haber sobrevi-vido (Núñez, 2007: 304). Sus narraciones están llenas de contradicciones, segu-ramente porque llegaron a México con los prejuicios narrados por otros viajeros y así, como un ejemplo, aunque la comida que les sirvieron en las casas que visi-taron les parecía abundante y sabrosa, y como tal la describieron, señalaron que podía haber estado mejor si la hubieran preparado manos más civilizadas (Nú- ñez, 2007: 309). Y es que a la idea de una riqueza natural inmensa estuvo ligada, casi siempre, el desprecio hacia una población mexicana supuestamente incapaz de explotarla. La literatura de viajeros está llena de calificativos como fanatismo, holgazanería e indolencia de la población como limitantes de un mayor florecimiento. De acuer-do con Bernecker (2003: 49-51), durante la primera mitad del siglo XIX tanto la literatura francesa como la estadounidense está llena de discusiones sobre el de- recho que tenían los habitantes de estas naciones para lograr un mejor aprovecha-miento de la riqueza natural de México, dada la supuesta imposibilidad de sus habitantes de hacerlo. Durante muchos años esta visión de la “incapacidad” de los mexicanos, y en general de los latinoamericanos, para manejar sus recursos naturales ha sido un estigma que ha ayudado a justificar invasiones y abusos. Esa supuesta “incapaci-dad” es lo que ha hecho que históricamente se les considere pueblos marginales y no modernos como los europeos. Por fortuna, obras como Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano (1971), han ayudado a poner las cosas en su sitio y han demostrado que no existe tal incapacidad, sino que la situación de desigualdad se debe a una larga historia de conquista. De hecho, mucha de la destrucción de la biodiversidad de los países colonizados es el resultado de la introducción de monocultivos impuestos por los intereses capitalistas de esos países “modernos”. Cabe señalar que en la actualidad numerosos biólogos de la conservación y epistemólogos ambientales señalan que justamente en la cultura de las poblaciones indígenas latinoamericanas se encuentran los conocimientos que pueden ayudar al mundo a salvarse del colapso al que ha sido orillado por los intereses de un mundo occidental supuestamente más civilizado (véase Rozzi, 2001; Leff, 2005; De Souza, 2011; González de Molina y Toledo, 2011).Dos naturalistas suizos en México (1855-1882) . 113Henri de SaussureNació en Ginebra, Suiza, el 27 de noviembre de 1829 en una familia aristocrá-tica. Su abuelo fue el geólogo Horace-Benedict de Saussure, quien escribió una obra sobre los Alpes que contenía información relevante sobre la estructura de las montañas y las fuerzas que les dieron forma; así describió estructuras que indicaban que las rocas sedimentarias se habían plegado y erosionado después de su deposición original (Bowler, 1998: 100). De esta manera, el joven Henri tuvo una fuerte influencia para decidir dedicarse al estudio de la naturaleza, aunque a diferencia de su abuelo él optó por el estudio de los seres vivos, principalmente los animales, aunque también se interesó por la arqueología. Después de reali-zar una Licenciatura en Ciencias en La Sorbona, tuvo oportunidad de conocer grandes colecciones de animales mexicanos que nadie había analizado. Desde ese momento se interesó por la riqueza natural de este país y, después de obtener su doctorado en filosofía en Alemania, decidió viajar a México (Rozat, 2007: 127). Leyó todo lo que encontró sobre este país y eso fue suficiente para asegurar a su familia: “ya conozco México a fondo” cuando apenas iba a bordo del barco que lo llevaría a América: (Rozat, 2005: 17).La mirada que se tenía de México entre algunos europeos puede conocerse por las cartas que escribió sobre su viaje y que fueron reunidas en el libro Voya-ge aux Antilles et au Mexique, 1854-1856, analizado por Guy Rozat Dupeyron, quien ha estudiado la personalidad del personaje. De acuerdo con las cartas, des-de que su familia se enteró que pensaba viajar a México trataron de desanimarlo diciéndole que este país era una “cueva de bandidos y una guarida de ladrones infestado por la fiebre amarilla” (Rozat, 2007: 130). En el barco que lo llevó a Veracruz venían entre los tripulantes varios mexicanos a los que calificó de “fe-rreteros”, “pelagatos” y “poca cosa” y, a pesar de que una vez que llegó la ciudad le pareció bonita y limpia, y la gente que lo recibió fue amable y cortés, encontró que en el fondo el aire era febril y mefítico y la gente “servil” y “ridícula”. Por supuesto, estuvo de acuerdo con muchos de sus contemporáneos sobre la “inca-pacidad” de los mexicanos en aprovechar sus recursos naturales y escribió: “Es-túpidos e ignorantes, los mexicanos son incapaces de beneficiarse de sus recursos y no quieren que otros lo hagan. Para realizar algo en México, en el estado en el que está, se tendría que permanecer ahí siete años” (Joseph, 2012: 62). El desprecio que sintió por la sociedad mexicana que lo rodeaba no le impi-dió interesarse por su pasado y, así como se llevó ejemplares naturales del país, también se sintió con derecho de robar códices y escritos coloniales con los que formó una colección que lleva su nombre en Ginebra (Rozat, 2005: 41). Rebeca 114 . Consuelo Cuevas-CardonaGarcía Corzo, quien también ha analizado la figura de este controvertido perso-naje, afirma que, incluso, se ufanaba de sus robos ya que según él lo hacía por el bien de la sociedad y de la ciencia, pues era injusto dejar esos tesoros en manos de religiosos “perezosos e incultos” (García, 2000: 136).Si bien De Saussure estaba seguro de conocer a México “a fondo” antes de pisarlo siquiera, con los dos años que estuvo aquí se consideró un experto y así es-cribió a Napoleón en 1863: “una estancia de más de un año en esta magnífica re-gión me permitió estudiarla a fondo tanto desde el punto de vista físico como del moral… esforzándome en adquirir un conocimiento lo más completo posible de las condiciones científicas y topográficas del territorio mexicano, así como tam- bién de los recursos del pueblo que ahí mora” (Rozat, 2005: 52). Es curioso que todavía haya investigadores que crean esto y lo confirmen. Por ejemplo, Daniel Schávelzon escribió que con solo dos años que De Saussure estuvo en México “sus observaciones sobre vulcanología, zoología, botánica, geografía, hidrología, geología y arqueología, lo transformaron en uno de los mayores conocedores del país” (Schávelzon, 1994: 322). Si bien no puede negarse que abordó muchos te- mas, también debe considerarse que cometió muchas inexactitudes interpretati-vas, lo que puede apreciarse a través de los escritos de algunos naturalistas mexi-canos que analizaron sus trabajos sin dejarse deslumbrar por el prestigio y la fama del extranjero. La Sociedad Mexicana de Historia Natural, como se recordará, fue una agrupación,que surgió en 1868 en la que se reunieron todos aquellos interesados en el conocimiento de la flora, la fauna, la geología, la paleontología y la mine-ralogía de México. Su principal esfuerzo era mostrar al mundo la gran riqueza natural del país y hacia ese fin enfocaron sus actividades de investigación. Para difundir sus resultados editaron una revista llamada La Naturaleza, que llegaba a las bibliotecas de 64 países, gracias a la cual lograron el reconocimiento de sus contemporáneos. En esta revista también se llegaron a publicar algunas traduc-ciones de textos aparecidos en revistas del extranjero, siempre y cuando trataran de la flora y la fauna de esta nación y, así, vieron la luz en esta publicación varias traducciones de artículos de De Saussure: “El Zopilote”, “Los Picos”, “Los Curu-cús”, “Los Tordos”, “Las Diglosas”, “Las aves de presa” y “De la vegetación sobre las altas montañas de México”. Uno de los críticos de De Saussure fue Alfonso Herrera Fernández, quien después del artículo sobre los zopilotes tuvo que hacer varias correcciones. De acuerdo con el autor, en el país solamente era conocida una especie. Herrera afir-mó que la gente reconocía a las dos especies existentes, a las que daba nombres diferentes: “zopilote” y “aura”. Según De Saussure esta ave pone sus nidos en los Dos naturalistas suizos en México (1855-1882) . 115árboles o en los agujeros de las construcciones. Herrera afirmó que no construyen nidos y describió los huevos de las dos especies con meticulosidad. De Saussure señaló que estas “repugnantes” aves jamás son cercanas al hombre por su olor, por lo que nunca estaban en jaulas o corrales. Herrera afirmó que se habían referido casos de zopilotes tan domesticados que acudían al llamado de quienes los habían adiestrado. De Saussure no dio el nombre científico de ninguna de las especies, de manera que Herrera describió seis, dio sus nombres científicos y definió sus características con detalle. En una nota, a la que llamó, “Adiciones al artículo El Zopilote”, agregó además información aportada por Vicente Riva Palacio y por un señor de apellido Ordosgoiti. Y finalizó: “Damos las gracias a los señores Riva Palacio y Ordosgoiti por sus curiosas e interesantes noticias… y para completar estos estudios (de las costumbres de los animales) nos serán muy útiles las noti-cias que nos suministren las personas que por hallarse radicados en el campo, por sus viajes, su espíritu de observación, o por cualquier otro motivo, han tenido la oportunidad de conocer las costumbres de algunos de los innumerables animales que forman nuestra fauna: de esta manera se reconocerán los errores en que han incurrido algunos naturalistas, que de paso solamente en nuestra patria no han tenido tiempo suficiente para hacer observaciones detenidas o han sido mal in-formados…” (Herrera, 1870: 52)Otro caso es una afirmación que De Saussure hizo respecto a los ajolotes. En 1877 August Weismann –un naturalista alemán que llegó a ser muy famoso por haber estudiado el “plasma germinal” como responsable de la herencia− escri-bió el artículo “Transformación del ajolote mexicano en Amblistoma”, en el que afirmó que este animal nunca sufre metamorfosis en México. Weismann se basó en estudios de De Saussure, quien aseguró que el ajolote nunca se transforma, o sufre metamorfosis, en aguas mexicanas. Weismann expuso, entonces, una teoría que proponía que eso era debido a que los ajolotes en Europa habían sido colocados en un “mejor medio” y que por lo tanto habían alcanzado un “estado superior de desarrollo”. Quien contradijo esta afirmación fue el famoso pintor, también naturalista, José María Velasco, que había estudiado a los ajolotes de las lagunas de Xochimilco, Chalco, Santa Isabel y Zumpango y al hacer compara-ciones pudo describir a una especie nueva en 1874, a la que llamó Siredon tigrina, aunque después fue nombrada Ambystoma velasci en su honor (Velasco, 1874). En su escrito, Velasco describió la metamorfosis que sufre este ajolote, es de- cir, el paso de respiración branquial a pulmonar y el desarrollo de extremidades que le permiten caminar en tierra. En el mismo número en el que se publicó la traducción del artículo de Weismann, Velasco expuso otro en el que contradijo enérgicamente lo dicho por el alemán y aclaró, en primer lugar, la necesidad de 116 . Consuelo Cuevas-Cardonaestudiar a los animales en su medio y no en cautiverio, como se había hecho en Europa, en donde las condiciones habían sido completamente alteradas por los investigadores. Señaló que muchos de los ajolotes que él había observado en con-diciones naturales en las lagunas de México habían sufrido metamorfosis. Que esto no significaba un “perfeccionamiento”, como aseguraba Weismann, sino que era resultado de las diferentes condiciones en las que se desarrollaban las distintas especies de anfibios pertenecientes a este grupo (Velasco, 1882: 58-76). Además de la crítica que Velasco hizo a Weismann también señaló los varios errores que había cometido De Saussure, quien escribió, por ejemplo, que el frío excesivo era el que impedía que los ajolotes sufrieran metamorfosis. Velasco midió la tempera-tura y encontró que era bastante estable (14 grados centígrados) a la profundidad en que vivían. De Saussure también se equivocó al hablar de la cantidad de sal que había en los lagos. Velasco lo corrigió: Respecto a las condiciones que señala en el lago de México, que por las condi-ciones de sal que contiene suponemos que habla del de Texcoco debemos desde luego decir que no viven los ajolotes en él, sino en los de Chalco, Xochimilco, Santa Isabel y Zumpango y en uno que otro depósito de las haciendas que están situadas al Este de los dos primeros. Por lo mismo, nos abstenemos de indicar las inexactitudes dadas sobre el lago de Texcoco, puesto que no lo habitan. Pero sí debemos hacer notar que las de los lagos en los que se les encuentra sí son muy diferentes de las del lago de Texcoco y los son mucho más respecto de las que se indican en la memoria, tomadas de De Saussure (Velasco, 1882: 78).De Saussure no solo fue criticado por los mexicanos, sino también por sus coterráneos. Acerca de un artículo que escribió sobre unas aves llamadas “pi-cos”, Sumichrast escribió a pie de página: “En un artículo sobre las costumbres de varias aves de México publicado en la Biblioteca Universal de Ginebra Mr. De Saussure atribuye a Colaptes mexicanus el instinto de almacenar colecciones de bellotas en las astas secas del maguey. Sin negar la verdad de los hechos inte-resantes referidos en ese artículo, pues acompañamos al autor a sus excursiones al Pizarro, pienso que el ave a la que se atribuye ese instinto no es el Colaptes, sino el Melanerpes formicivorus… no es de extrañar que [De Saussure] haya atribuido la perforación del maguey al Colaptes mexicanus, puesto que esta ave se encuentra en el Pizarro en compañía de Melanerpes formicivorus (De Saussure, 1870: 131-132). Por otra parte, en un artículo propio, Sumichrast narró que en 1856 había remitido al Museo de Ginebra dos ejemplares adultos de cacomixtles que ha-Dos naturalistas suizos en México (1855-1882) . 117bían sido colectados en El Mirador, cerca de Huatusco (Veracruz). De Saussure describió uno de ellos con el nombre de Bassaris sumichrasti, “dando de él una figura algo defectuosa por la decoloración” (Sumichrast, 1882: 210). No se sabe la razón, pero el hecho es que otro naturalista, el doctor Gray lo había clasificado como una variedad de Bassaris astuta y le había dado el nombre de B. fulvescens. Después había sido descrito como una especie distinta por el alemán Peters (B. variabilis) y Francisco Cordero lo llamó B. montícola. Sumichrast señaló que ha-bía tenido ocasión de colectar numerosos individuos de esta especie, y que si bien había notado variaciones de tamaño y de color, estas no podían ser consideradas sino como puramente accidentales (en efecto, actualmente se,consideran sinoní-mias, aunque no está considerado el nombre dado por Gray). También el esta-dounidense Joel Asaph Allen criticó a De Saussure debido a que no señaló en qué lugares fueron capturados los ejemplares de Bassaris y que solo dijo que “en Mé- xico” (Allen, 1882: 139). Francisco SumichrastUn caso muy distinto es el de Francisco Sumichrast. Este naturalista llegó con De Saussure a México, pero su visión de este país fue totalmente diferente. Él en-contró en México una fuente de diversidad tal que quiso quedarse en el país para estudiarla. Adolfo Boucard, quien escribió una nota biográfica de Sumichrast cuando murió, dijo que México era el país de sus ensueños. Que el estado de revolución que había en aquel entonces hizo que De Saussure regresara, pero que Sumichrast prefirió quedarse porque “veía en México un país tal como lo había soñado” (Boucard, 1886: 312).60 Dado que Sumichrast no era un hombre de familia adinerada, como De Saussure, tuvo que trabajar en el país. Así, formó parte de algunas comisiones científicas organizadas por la Secretaría de Fomento, como la “Comisión Agre-gada a la Exploradora del Valle de México a consecuencia de la excursión que verificó al Popocatépetl y al Iztaccíhuatl”. Trabajó también para instituciones ex-tranjeras. Por ejemplo, el 1º de abril de 1882 escribió a Boucard para informarle que tenía el encargo de formar una colección de reptiles, tan completa como fue-ra posible, para el Museo de Cambridge, Estados Unidos (Boucard, 1886: 313). Hizo numerosas remisiones a la Smithsonian Institution de Washington, a la Academia de Ciencias de Filadelfia, a las Universidades de Cambridge y Boston 60 Sobre Boucard, Rebeca (2000) dedica un capítulo a examinar su obra científica. 118 . Consuelo Cuevas-Cardonay a los Museos de Suiza, Alemania y Francia. Además, tuvo tiempo de hacer otros de consideración a sus corresponsales, los señores De Saussure de Ginebra; Law- rence de Nueva York; Cope, de Filadelfia; Crosse y Fisher de París y Adolfo Bou-card, de Guatemala. Estos envíos, que hablan de un “saqueo” grande de la riqueza faunística del país, permitieron a Sumichrast establecer relaciones que a la larga apoyaron el trabajo de la Sociedad Mexicana de Historia Natural. José Ramírez, quien era su secretario, escribió en 1882 que habían recibido por conducto de Sumichrast los estatutos de la Sociedad Zoológica de Francia y un comunicado en el que se proponía establecer relaciones científicas entre ambas sociedades y el intercambio de publicaciones (Ramírez, 1884: 175).Sumichrast exploró, sobre todo, los estados de Veracruz, Puebla, México, Oaxaca y Chiapas. Escribió artículos como “Memoria sobre la distribución geo-gráfica de las aves del Estado de Veracruz”, “Notas sobre las costumbres de al-gunos reptiles de México”, “Distribución geográfica de las aves del Estado de Veracruz y lista de las especies emigrantes”, “Enumeración de las especies de ma- míferos, aves, reptiles y batracios observados en la parte central y meridional de la República Mexicana”, “Notas acerca de una colección de reptiles y batracios de la parte occidental del Istmo de Tehuantepec”, “Enumeración de las especies de reptiles observados en la parte oriental y meridional de la República Mexica-na”, “Enumeración de las especies de batracios observados en la parte oriental y meridional de la República Mexicana.” Gracias a sus artículos pueden conocerse algunos aspectos interesantes de la vida de entonces. Por ejemplo, durante su visi-ta a la hacienda de Santa Efigenia, a dos leguas del pueblo de Tapana, en Oaxaca, pudo observar que en los alrededores abundaban los monos Atelles vellerosus y que antes de que se ocuparan las tierras en la siembra del añil, estos monos solían llegar hasta las casas habitación. Ya en esa fecha (1882) las inmediaciones de la finca habían sido “despobladas de sus hermosos bosques”, lo que nos remite a la continua deforestación que ha ocurrido en el país desde el siglo XIX. Sumichrast estudió a los monos y observó algunas de sus costumbres, sobre todo de los gru-pos que habitaban el cerro de Coscomate. A pesar de haber visto en ellos “una mirada melancólica y casi compasiva”, los había cazado e incluso había comido su carne, que confesaba era deliciosa (Su-michrast, 1882: 200). En este artículo Sumichrast también menciona que realizó excursiones con Aniceto Moreno, un naturalista mexicano, y con Mateo Botteri, un naturalista nacido en la isla de Lesina (hoy Hvar, Croacia), que llegó a México y también se quedó a vivir en el país. Durante ese viaje visitaron la hacienda de Cocoprieto, Oaxaca, en donde seguramente convivieron con el dueño, Alejan-dro León, un naturalista aficionado desconocido para la ciencia, que en 1880 Dos naturalistas suizos en México (1855-1882) . 119mandó un informe a la Secretaría de Fomento sobre la plaga de langosta que asoló sus tierras (Cuevas-Cardona, 2015: 18). Estas relaciones permiten ver que Sumichrast fue capaz de formar equipos de trabajo y de establecer redes de cola-boración tanto con mexicanos como con extranjeros.Un amigo suyo, el también naturalista Lucien Biart, escribió una obra litera-ria en la que Sumichrast aparece como un personaje: Aventuras de un naturalista en Méjico, en el que se narra una excursión por los alrededores de Orizaba, Vera-cruz, realizada en 1864. En esta novela, que fue un éxito en su época, se muestra la figura amable y humanitaria de este naturalista que amó profundamente a nues-tro país. La descripción que hace Biart de él es la siguiente: “Alto, ancho de hom- bros, frente elevada, representaba la fuerza a pesar de sus azules ojos y rubios ca-bellos. Cuando era preciso impresionar la imaginación de los indios en nuestras excursiones, siempre se ponía él delante. Ornitologista distinguido, no se encon-traba bien sino en medio de los bosques, y muchas veces sentía no haber nacido indio” (Biart, 1869: 13). Más allá de la literatura, el reconocimiento del traba-jo de Sumichrast ha trascendido el tiempo. Por ejemplo, en un artículo sobre la herpetofauna de Oaxaca, se dice: “Sin embargo, se considera al suizo Sumi-chrast (1828-1882) como el primer recolector importante de la herpetofauna de Oaxaca, debido a que muchos ejemplares que recolectó sirvieron como tipo para la descripción de nuevas especies” (García-Grajales, 2008: 48). Otro autor ase-gura que gracias a los ejemplares enviados por él a Europa pudieron publicar sus trabajos Cope, Milne-Edwards, Bocourt y Vaillant y que se debe considerar a Su- michrast como “el padre de la herpetología oaxaqueña dada su temprana e im-portante contribución al conocimiento de los anfibios y reptiles del Estado de Oaxaca” (Casas, 1996: 22).Por desgracia, una epidemia de cólera llegó a Chiapas en 1882. El 25 de sep- tiembre Sumichrast empezó a sentir los síntomas de la enfermedad y al día si-guiente murió. A las 12 horas falleció también una de sus hijas, una pequeña de cuatro años. Además de esa niña tenía otras tres, una de nueve años, otra de seis y una recién nacida (Boucard, 1886, 314). No se logró saber si su esposa era mexi-cana, pero seguramente fue así, dado que la familia continuó su vida en México. En el periódico El Tiempo del 11 de septiembre de 1896 se publicó la noticia de que la mayor, Josefina Sumichrast, había fallecido a los 22 años de edad. Palabras finalesSi bien en un principio América fue vista por los europeos como un edén, con el paso de los años empezó a representarse en el imaginario popular como un lugar 120 . Consuelo Cuevas-Cardonalleno de peligros y de enfermedades que podían llevar a la muerte. “Desde me-diados del siglo XVIII, las representaciones negativas de los trópicos se empezaron a convertir en lugares comunes de los relatos de viajeros e incluso en la ficción” (Arnold, 2000: 137-138). Esta visión puede verse claramente en la percepción que la familia de De Saussure tenía hacia México. La mirada despectiva,hacia la población nativa, tan claramente observada en él mismo, fue también resultado de los prejuicios de su época y de su sociedad. Muchos de los europeos que viaja-ron al país temieron las enfermedades que podían encontrar en tierras america-nas, sin imaginar el enorme daño que ellos mismos provocaron en la población nativa con la introducción de los microorganismos que los acompañaron y que provocaron epidemias de enorme envergadura, como ha sido narrado por autores como Elinor Melville (1999). Esta autora también analiza en su libro Plaga de ovejas el impacto ambiental provocado por la introducción de ganado, y otros autores han analizado el que se produjo a raíz de la imposición de monocultivos en lugares donde antes había habido una gran biodiversidad.El impacto provocado por el tráfico de especies llevado a cabo por los natu-ralistas ha sido menos estudiado y es un tema de relevancia que en este libro es analizado por Rebeca García Corzo. Desde el siglo XIX se trató de controlar el saqueo de los árboles de los bosques (Cuevas y García, 2011: 90-92) pero el con-trol del tráfico de especies silvestres no maderables o faunísticas es muy reciente. Así, el envío de los numerosos ejemplares que Sumichrast hizo llegar a los museos y colecciones de Europa, en esa época no se vio como una actividad negativa. En ese entonces se creía que los seres vivos eran inagotables. Sin embargo, en el presente es necesario hacer énfasis en que lo que hoy se considera como saqueo seguramente tuvo un impacto ambiental y que lo ocurrido en el pasado debe llevar a la conciencia de que la ciencia no puede ser razón para que se le justifique. Los científicos del presente deben tener muy claros los motivos que los lleven a la captura de ejemplares y tomar de la naturaleza solo lo imprescindible. Esta es una de las enseñanzas que nos debe dar la historia de la ciencia. Otra más es la necesidad de situar los conocimientos científicos obtenidos en su contexto real. Los errores cometidos por De Saussure se debieron en parte a su soberbia al creer que podía conocer profundamente los fenómenos con solo observarlos de manera superficial, pero también se deben al hecho de que la naturaleza está conformada por redes en las que están involucrados numerosos aspectos que le dan una gran complejidad. Entenderla no es fácil y el científico debe tener la humildad sufi-ciente para reconocerlo.Capítulo 6. La práctica botánica de Alfredo Dugès a través de la red de naturalistas decimonónicos61Graciela Zamudio Facultad de Ciencias-UNAMIntroducciónDel médico y naturalista Alfredo Dugès poco se ha explorado su práctica en el conocimiento de las floras regionales; sin embargo, en esta tarea fue una de las figuras más destacadas de las últimas décadas del siglo XIX, e indudablemente resultó uno de los naturalistas cuya actividad botánica realizada en México tuvo impacto entre los científicos e instituciones extranjeras. Lo anterior se apoya en el hecho de que los ejemplares colectados por Dugès en Guanajuato y en otras localidades se encuentran en algunos de los herbarios más importantes como el Gray Herbarium (GH) y el Herbario Nacional (US) en Estados Unidos de Norte-américa, y en el de Kew Gardens (K) en Inglaterra.El objetivo de la investigación es examinar la relación que Dugès estableció con varios naturalistas mexicanos a través del estudio de la flora mediante fuentes históricas de todo tipo, como manuscritos, prensa, libros y correspondencia. Entre los naturalistas decimonónicos que en su práctica botánica tuvieron un papel destacado mencionamos a los siguientes: José Narciso Rovirosa (1848-1901) llevó a cabo viajes de exploración formando colecciones botánicas y zooló-gicas de los Estados de Tabasco y Chiapas, además de numerosas y meticulosas 61 Esta investigación recibió apoyo de los proyectos CONABIO-CS003: “Actualización del catálogo de autoridad taxonómica de la herpetofauna de México”; Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Guanajuato: “Recopilación y análisis de las fuentes primarias y secundarias relacionadas con la obra científica del naturalista Alfredo Dugès” (Clave GTO-2007-C02-68974) y PAPIIT núm. IN 302416: “Las investigaciones geográficas y naturalistas en México (1786-1950)”. En los dos primeros el Dr. Oscar A. Flores Villela (Facultad de Ciencias-UNAM) fungió como responsable y colaboró en la localización de algunos docu-mentos históricos que sustentan este trabajo; el último proyecto está a cargo de la Dra. Luz Fernanda Azuela (Instituto de Geografía-UNAM).122 . Graciela Zamudioobservaciones sobre geografía, climatología y geología de las localidades visita-das. Uno de los resultados de sus expediciones sistemáticas fueron su Bosquejo de la flora Tabasqueña (Rovirosa, 1895: 438-441) y su catálogo de la Pteridografía del Sur de México (Trabulse, 1983), esta última ilustrada por él mismo. Rovirosa, al igual que Dugès, mantuvo relaciones con los científicos locales y extranjeros a través del intercambio de materiales biológicos, como quedó indicado en el texto publicado en el que se describe científicamente la especie nueva de Eumeces ro-virosae que Alfredo Dugès dedicara al tabasqueño, señalando que “este pequeño Escincoideo me fue remitido por mi buen amigo el Sr. José N. Rovirosa, bien conocido ya por los lectores de La Naturaleza, á quien lo dedico como muestra de gratitud por los interesantes reptiles que ha tenido la bondad de enviarme de Tabasco” (Dugès, 1893: 298).Por su parte, Fernando Altamirano (1847-1907) llevó a cabo diversas excur- siones, principalmente en Querétaro (Altamirano, 1905), en donde realizó colec-tas con el botánico norteamericano Joseph Nelson Rose (1862-1928); sus ejem-plares están depositados en el Herbario Nacional de México y sus duplicados en el Herbario Nacional de los Estados Unidos. Una de las tareas más importantes desarrollada por Altamirano fue la de dirigir el Instituto Médico Nacional fun-dado en 1888, el cual tuvo como principal objetivo inventariar las plantas me-dicinales y sus usos locales partiendo del conocimiento de sus propiedades quí-micas. Algunos de sus resultados fueron publicados en 1904, en la obra Materia médica mexicana.62 Finalmente, mencionaremos a José Ramírez63 (1852-1904), a quien Joseph Nelson Rose le dedicó en 1903 el género Ramirezella de la familia Leguminosae. Ramírez fue nombrado miembro de las delegaciones mexicanas enviadas a las exposiciones universales de Nueva Orleans en 1884, París en 1888 y Chicago en 1893, en las que fue comisionado para organizar las colecciones de historia natural que se exhibieron para mostrar la diversidad biológica y cultu-ral de México. Fue Jefe de la Sección de Historia Natural del Instituto Médico Nacional, ocupándose de mantener relaciones con herbarios nacionales y extran-jeros, práctica que tuvo como resultado la colección botánica que dio origen al Herbario Nacional (MEXU) (Flores y Ochoterena, 1991). Al comparar la práctica naturalista de estos tres protagonistas decimonóni- cos, es importante destacar que tanto Ramírez como Altamirano llevaron a cabo 62 Publicada por la Comisión Nacional Mexicana para la Exposición de Louisiana, San Luis. 63 Nombrado botánico del Instituto Médico Nacional, y quien fuera el principal impulsor de la fundación de un herbario y una biblioteca especializada en obras botánicas, necesarias para el trabajo taxonómico. La práctica botánica de Alfredo Dugès a través de la red de naturalistas decimonónicos . 123su práctica en la capital del país, en el Instituto Médico Nacional, una de las ins-tituciones científicas más importantes en la historia de la ciencia mexicana, que fue fundada con el apoyo político y económico del gobierno de Porfirio Díaz, sostén que le permitió a su director Altamirano plantearse un proyecto a nivel nacional centrado en el conocimiento de las plantas en sus diversos aspectos, frente al cual estuvo Ramírez. El hecho de que su,práctica recibiera el reconoci-miento de las autoridades gubernamentales les permitió integrar un equipo que fue contratado oficialmente para laborar en la recién creada institución científica participando en el inventariado de los recursos vegetales, tarea coordinada desde el centro del país pero que contaba con colaboradores distribuidos a lo largo de la República Mexicana, quienes estuvieron encargados de instaurar el cuestionario que recabó los conocimientos locales sobre los usos medicinales de las plantas. Es decir, los comisionados contaron con los recursos económicos necesarios para llevar a cabo una empresa con carácter nacional. En el caso de Rovirosa y otros naturalistas, sus contribuciones al conocimiento de la naturaleza tuvieron un escenario regional, y aunque estuvieron en contacto con los protagonistas e insti-tuciones del centro, aquellos no gozaron del mismo apoyo económico y científico para llevar a cabo sus tareas.Este acercamiento a las aportaciones de estos tres naturalistas es una muestra de cómo la labor botánica de Alfredo Dugès en Guanajuato no estuvo aislada sino que formó parte de los intereses de la comunidad de naturalistas del siglo XIX, que en el campo de la botánica consistieron en la descripción taxonómica, la publicación científica de las especies inventariadas y, como resultado fundamen-tal, la formación de listados florísticos regionales. A estos aspectos taxonómicos se agregaron aquellos relacionados con los usos locales de las plantas. A conti-nuación nos acercaremos a la práctica botánica de Dugès utilizando extractos de algunas de las cartas que dan cuenta del intercambio epistolar que mantuvo con el botánico Joseph Nelson Rose, curador del Herbario del Smithsonian Ins-titution, las cuales constituyen una valiosa fuente documental para el análisis de las aportaciones a la ciencia botánica en las postrimerías del siglo XIX mexicano. La práctica botánica de Alfredo Dugès a través de la correspondencia epistolar con el botánico estadounidense Joseph Nelson Rose (1862-1928)Entre las actividades que Dugès realizó como corresponsal botánico, una de las mejor documentadas es la que llevó a cabo con una de las instituciones más im-124 . Graciela Zamudioportantes de la ciencia estadounidense, el Smithsonian Institution en Washing-ton, D.C. Las cartas, resguardadas en el Archivo de esta institución, nos informan sobre la relación académica entre el naturalista franco-mexicano Alfredo Dugès y el botánico norteamericano Joseph Nelson Rose que abarcan el periodo que va de 1891 a 1908, es decir, este intercambio de información y materiales botánicos transcurrió a lo largo de 17 años. Resulta de interés destacar que cuando se inicia esta relación epistolar don Alfredo tenía 65 años de edad y 38 de vivir en Gua-najuato realizando una intensa actividad naturalista que lo convirtió en el gran conocedor de la diversidad biológica guanajuatense. Por su parte, Rose contaba con 29 años y recién había concluido sus estudios botánicos con el reconocido científico John Merle Coulter (1851-1928). Estos botánicos norteamericanos son los autores de la especie Arracacia dugesii J. M. Coult. & Rose dedicada a Dugès en 1900.64 Rose había sido nombrado curador del Herbario Nacional de la insti-tución smithsoniana en la que destacó su interés por la flora de México, país en el que llevó a cabo exploraciones acompañado por estudiosos de las plantas, tanto locales como extranjeros. Sigamos a través de las cartas intercambiadas las prácticas botánicas llevadas a cabo entre estos dos naturalistas. La que destaca en primer lugar tiene que ver con la colaboración de Rose en la determinación taxonómica de los ejemplares de herbario y de plantas vivas enviadas por Dugès desde Guanajuato, contribución útil tanto para el conocimiento florístico de la región como para la enseñanza de la botánica en el Colegio del Estado a cargo de Don Alfredo, quien al respec-to señaló que “esas identificaciones me sirven para mis alumnos” (Smithsonian Institution Archives, Box: 9, Folder A. Dugès, Guanajuato, 21 de septiembre de 1891). Además, los nombres científicos asignados por Rose a los ejemplares re- mitidos desde Guanajuato fueron anotados en los dibujos “hechos del natural” por Dugès, así como en las etiquetas de los ejemplares herborizados de su colec-ción científica resguardada en el actual Museo Dugès. Para que los datos de los ejemplares estuvieran completos y debido a la carencia de algunas de las obras botánicas solicitó el apoyo del científico norteamericano en lo relacionado con los nombres de los autores de las especies nuevas,65 como se observa en la si-guiente petición: “si usted puede encontrar las referencias para las gramíneas en cuestión, le voy a estar muy agradecido” (Smithsonian Institution Archives, Box: 64 Publicada en Proceedings of the Washington Academy of Sciences, 1900.65 En la Biblioteca de Alfredo Dugès se localizaron los siguientes autores de temas botánicos: Coulter, y Rose, De Jussieu, Dugès, Darwin, Sessé y Mociño, Eggers, Le Maout y Decaisne, Linneo, Hérail, Strasburger, Richard, Hernández y Savy.La práctica botánica de Alfredo Dugès a través de la red de naturalistas decimonónicos . 1259, Folder A. Dugès, Guanajuato, 9 de noviembre de 1897). Otro tema de sumo interés fue el relacionado con las condicionantes ambientales para poder llevar a cabo la colecta de las especies solicitadas por Rose, por lo que Dugès no siempre pudo satisfacer al momento las solicitudes específicas de aquél, como vemos en las siguientes respuestas: “La estación está demasiado avanzada para recolectar plan- tas, más le enviaré los frutos de la número 311” (Smithsonian Institution Archi-ves, Box: 9, Folder A. Dugès, Guanajuato, 21 de septiembre de 1891). “Estimado Profesor Rose, las Ipomeas muricoides aún no están en flor a causa del retraso de las lluvias; No hay semillas desde el último año. Será necesario esperar (Smith-sonian Institution Archives, Box: 9, Folder A. Dugès, Guanajuato, 7 de julio de 1894)”. “Aquí, en este momento todas las plantas están secas por los alrededores de Guanajuato, de manera que yo no puedo encontrar aquellas que usted me pide, más cuando lleguen las lluvias yo las buscaré… pero el frío empezó y las plantas se secan” (Smithsonian Institution Archives, Box: 9, Folder A. Dugès, Guanajuato, 1 de noviembre de 1904). En todas las respuestas queda demostrada la disposición de Dugès de enviar en cuanto las condiciones lo permitieran las plantas vivas, los ejemplares herborizados con flores o las semillas de las especies requeridas por Rose. En las misivas también encontramos aquellas notas que nos hablan de su práctica como colector y que hacen referencia a las dificultades que enfrentó Du- gès para llevar a cabo esta labor debido a sus responsabilidades docentes, o aque-llas que por su avanzada edad y problemas de salud le impedían realizar excursio-nes a lugares de difícil acceso o alejados de las capital guanajuatense. A manera de ejemplo transcribimos las siguientes: “si por casualidad yo encuentro otra vez esta umbellifera, se la enviaré; pero quizás mis ocupaciones me impidan ir al cam- po hasta el mes próximo” (Smithsonian Institution Archives, Box: 9, Folder A. Dugès, Guanajuato, 1 de noviembre de 1904). O aquella en la que Rose le solicitó ejemplares de Tephrosia (Fabaceae), una planta colectada por Humboldt y Bon-pland a su paso por Guanajuato en 1803 y que Dugès dice no haber visto nunca, agregando que quizás Humboldt la había obtenido en las montañas que rodean la capital y que debido a sus 74 años le era imposible colectarla, a menos de que se la topara por “casualidad” en una localidad más accesible para él (Smithsonian Ins-titution Archives, Box: 9, Folder A. Dugès, Guanajuato, 1 de noviembre de 1904). Cabe señalar que su prolífica contribución al conocimiento de la naturaleza de Guanajuato fue el resultado del tiempo que dedicó a esta tarea como,él mismo hizo constar en 1904 al escribir a Rose: “Desde hace 50 años que vivo en Gua-najuato nunca he visto ningún Hypericum silvestre. Quizás Humboldt observó la especie en el Estado de Guanajuato, pero no cerca de la ciudad” (Smithsonian 126 . Graciela ZamudioInstitution Archives, Box: 9, Folder A. Dugès, Guanajuato, 3 de enero de 1904). Las referencias constantes a las colectas de Humboldt en la región realizadas casi un siglo antes son una muestra del impacto científico de los trabajos de explora-ción del naturalista alemán. A la solicitud de Rose de ejemplares de Geranium mexicanum, Dugès le responde que este “es encontrado solo en las montañas y no conozco quien pueda conseguirlo para mí. Yo nunca lo he visto, pero de un ejem-plar, que por suerte tuve en mis manos, tengo guardados dibujos de esta plan- ta; si ellos pueden ser útiles para usted en la ausencia de la planta misma, se los enviaré a usted con gusto”. Esta especie fue colectada por Humboldt y Bonpland creciendo entre Guanajuato y Santa Rosa y publicada en 1822. Es importante señalar que en los envíos por el correo postal de ejemplares de plantas de Gua-najuato, Dugès fue muy cuidadoso de que los especímenes llevaran las etiquetas con los datos requeridos para ser incorporados al herbario del Instituto Smith-soniano. Además, esos mismos datos le permitieron a Dugès llevar a cabo la co-rrelación con los duplicados que mantenía en su poder y que formaron parte del herbario que él fundó y parte de las colecciones que dieron lugar al actual Museo de Historia Natural del Colegio del Estado.De la relación con Rose destaca su tarea como corresponsal al hacer remesas que resultaron de interés para los investigadores de la institución norteamericana. En este caso se encuentra el envío por correo terrestre, fechado en septiembre de 1904, que contenía plantas de Tephrosia leucantha Kunth que fue colectada por Humboldt y Bonpland en 1803 “cerca de Guanajuato” (Nova Genera et Species Plantarum, 1824: 460-461) de una crasulácea recientemente herborizada por Dugès, de la especie Ribes dugesii Greenman envía ejemplares procedentes de las montañas cercanas a la capital guanajuatense, y otras de Zornia diphylla (L.) Pers., de los alrededores de Guanajuato. Para Rose resultaron de especial interés las plantas de las familias Crassulaceae y Cactaceae, de la primera Dugès envió ejemplares vivos de Sedum y otras especies escasas en Guanajuato, de la segunda le señala que son muy difíciles de remitir debido a que su peso sobrepasaba el ad-mitido por el correo postal. Entre las remesas a Rose se encuentra una lista de 24 números que hacen referencia a las plantas remitidas al Smithsonian Institution en diciembre de 1905, la mayoría colectadas en Guanajuato y otras procedentes de localidades como Córdoba, Orizaba y Río Atoyac, en Veracruz. Para algunas de estas plantas el listado incluye los nombres científicos o los locales como ojo de buey, yuca, mula, balsamina, jaramago, zacate de hoja listada, hierba del po-llo, jalapa o purga. También hace mención de los usos y la parte de la planta empleada como raíz comestible, semillas venenosas, ornamental por el color de los frutos, alimento para los animales o hemostática. Brinda información sobre la La práctica botánica de Alfredo Dugès a través de la red de naturalistas decimonónicos . 127forma de vida refiriéndose a plantas herbáceas o arbustivas, añadiendo el tamaño, la época de floración y su abundancia sobre todo cuando era escasa. Asimismo, hace referencia a algunas características geomorfológicas en las que crecían las plantas como colinas, montañas o a las orillas de los ríos, entre otras. A su vez, Rose participó como intermediario para el envío de muestras de especies vege-tales entre Dugès y otros botánicos norteamericanos, entre los que se encuentra Severo Watson, al que le envía muestras de Maiz canina, especie descrita por Watson y que Dugès incluyó en su Flora de Guanajuato.Finalmente, se hace mención a la nota en las que Alfredo Dugès agradece a Rose la dedicatoria de una especie nueva que, en colaboración con Coulter, hicieron a partir de una planta colectada por Dugès en Guanajuato. Le escribe “Mil agradecimientos por la dedicatoria de Arracacia dugesii en la Sinopsis de las Umbelliferas mexicanas” (Smithsonian Institution Archives, Box: 9, Folder A. Dugès, Guanajuato, 2 de febrero de 1900). Este agradecimiento está contenido en la carta enviada desde Guanajuato al Smithsonian Institution el 2 de febrero de 1900, año de publicación de la obra botánica señalada por Dugès (Coulter & Rose, 1900). En cuanto a la solicitud de Rose del envío de ejemplares de Abuti-lon dugesii, dedicada a Dugès por Sereno Watson en 1886 a partir de material enviado desde Guanajuato y depositado actualmente en el Gray Herbarium bajo el estatus de holotipo, le comenta que las flores eran amarillas pero pasaron a blancas debido al tiempo transcurrido en la colección y le promete que en tiempo de lluvias buscará esa planta para él (Smithsonian Institution Archives, Box: 9, Folder A. Dugès, Guanajuato, 19 de marzo de 1901). La carta que cierra este intercambio epistolar entre Dugès y Rose tiene fecha de 22 de junio de 1908, en la que el primero agradece el envío del Catálogo de las Opuntioideae de Norte América y la determinación taxonómica de algunas plantas, solicitándole le enviase las que faltaban de una remesa hecha hacía mu-chos meses. Le interesaban particularmente aquellas de Atoyac (Veracruz) ya que no contaba con duplicados. Este reclamo tiene como antecedente la carta enviada por Dugès al profesor L. O. Howard el 30 de mayo del mismo año, en la que le pedía utilizara su jerarquía para “obligar” a Rose a identificar las plantas que le había remitido, así como las que iban en el pequeño paquete que ahora, a través de él, le enviaba. Mencionamos a Howard, considerado uno de los padres de la entomología médica,66 porque nos brinda una esclarecedora imagen del Dugès naturalista en la última década de su vida. Nos dice Marcos Arellano que en 1902 Alfredo Dugès fue visitado en su casa de la calle de Pocitos por el doctor 66 Entre sus obras se encuentra Howard, 1901.128 . Graciela ZamudioL. O. Howard, entomólogo estadounidense quien describe así la entrevista: “lo encontré en su propia casa, rodeado de ejemplares de historia natural. Víboras en alcohol, aves y mamíferos disecados, cajas con insectos; y plantas de herbario ocupaban la mayor parte del espacio de su casa. El se las averiguó para encon-trarme una silla y platicamos por largo rato; en especial, como recuerdo, sobre mosquitos y enfermedades producidas por ellos” (Arellano, 1965).El aporte de Alfredo Dugès al conocimiento de La Flora de GuanajuatoEn su acercamiento al conocimiento de la flora Dugès nos deja ver su interés en la historia científica local, ya que en su trabajo menciona los estudios florísticos realizados en los siglos anteriores por considerarlos como la base de los que él realizaba. Así, hace referencia a los trabajos de Francisco Hernández (1517-1587) llevado a cabo en el siglo XVI, del que retoma los nombres indígenas y los usos medicinales de las plantas recabados por el protomédico de Felipe II (Dugès, 1896a). Dos siglos después otra empresa botánica organizada por la corona espa-ñola, encabezada por Martín de Sessé (1751-1808) y José Mariano Mociño (1757-1820) exploró en 1793 las localidades guanajuatenses de Santa Rosa, Ixtla, Ato-tonilco, San Miguel de Allende, León, y los montes propios de Guanajuato. En sus investigaciones Dugès reconoció la importancia científica de esta expedición por lo que no es de extrañar que en su biblioteca ocupe un lugar la obra sobre los resultados botánicos de la exploración en la Nueva España, la cual fue publicada en México a finales del siglo XIX (Sessé & Mociño, 1887). La última expedición naturalista del periodo colonial en la región del Bajío la llevaron a cabo Alexan-der,von Humboldt y Aimé Bonpland en 1803, cuyas colectas fueron una refe-rencia obligada para los estudiosos de las plantas que en las siguientes décadas acudieron a Dugès para resolver las dudas referentes a las especies colectadas por Humboldt y Bonpland en Guanajuato. Es importante señalar el impacto que tuvieron en la elección de Dugès de viajar a México las trayectorias naturalistas tanto del novohispano Mociño, quien pasó unos años en Montpellier trabajando con el sabio De Candolle en la publicación de las especies trasladadas a Europa, como de Humboldt a través de la imagen idealizada que sobre los trópicos ame-ricanos difundió en Francia.Para ubicar las aportaciones de Dugès al conocimiento de la Flora Mexicana es importante señalar que fue en las últimas décadas del siglo XIX que los natu-ralistas locales emprendieron los estudios sistemáticos en algunas regiones de la República, los cuales tuvieron como resultados originales los catálogos o inven-La práctica botánica de Alfredo Dugès a través de la red de naturalistas decimonónicos . 129tarios de las especies registradas para cada una de las zonas exploradas. Así, la obra de Dugès Flora y Fauna del Estado de Guanajuato formó parte de la memoria sobre la administración pública del Estado, que en la sección sobre sus recursos vegetales incluye una lista florística con los nombres científicos de 77 familias y 269 especies reunidas por él en sus excursiones, y fechada en Guanajuato en el año de 1895. (Dugès, 1896). Cabe señalar que debió transcurrir más de un siglo para que el trabajo iniciado por Dugès fuera continuado, ahora bajo la coordina-ción de Jerzy Rzedowski y Graciela Calderón de Rzedowski, quienes apoyados por un nutrido grupo de botánicos mexicanos y extranjeros llevan a cabo, desde 1985, el inventario de las especies de la Flora del Bajío y de Regiones Adyacentes. Para ejemplificar la importancia de la práctica botánica de Alfredo Dugès en la región, a continuación se mencionan las especies colectadas por él y que fueron consideradas por el botánico estadounidense Paul Arnold Fryxell (1927-2011), estudioso de las Malváceas mexicanas, en su contribución a la flora del Bajío (Fryxell, 1993).Anoda crenatiflora Ort.Localidad: Colinas de Guanajuato, municipio de Guanajuato.Colector: Alfredo Dugès, sin número, 1897. Herbario: The Gray Herbarium, Harvard University.Kearnemalvastrum lacteum (Ait.) Bates. Localidad: Guanajuato, municipio de Guanajuato.Colector: Alfredo Dugès, sin número, septiembre 1896. Herbarios: British Museum of Natural History; New York Botanical Gar-den y National Herbarium, Smithsonian Institution, United States.Sphaeralcea angustifolia (Cav.) G. DonLocalidad: Guanajuato, municipio de Guanajuato.Colector: Alfredo Dugès, sin número. Herbario: The Gray Herbarium, Harvard University.Para concluir este apartado sobre algunas de las aportaciones de Alfredo Dugès al conocimiento de la diversidad florística, hacemos referencia a la publi-cación científica de 1999, que bajo el título de “Pachyphytum brevifolium Rose (Crassulaceae) a un siglo de su descubrimiento,” se dan a conocer las recientes localidades del Estado de Guanajuato en donde se colectó esta especie, la cual no se había vuelto a registrar desde “su descubrimiento por Alfred A. Dugès en 130 . Graciela Zamudio1898” (Pérez-Calix & Glass, 1999: 1). La especie fue descrita en la Flora de Nor-teamérica (Britton & Rose, 1905), teniendo como base las plantas colectadas por Dugès en enero de 1898, y enviadas a los autores de la especie bajo el número 153 y como localidad se anotó “near Guanajuato” (Britton & Rose, 1905). Esta im-precisión en el sitio de colecta condujo a que tuvieran que transcurrir alrededor de 100 años para que se registrara nuevamente el hallazgo de esta planta, ahora colectada en paredes de rocas ígneas. Hay que comentar que cuando Dugès en-vía los ejemplares acompañados de sus etiquetas, la localidad de colecta anotada como “cerca de Guanajuato” se consideraba como suficiente para ubicar a los estudiosos de la distribución de las plantas. Actualmente el ejemplar tipo de la especie está depositado en el herbario de la Universidad de Harvard (GH) y un isotipo en el Herbario Nacional de los Estados Unidos de América (US). Con este ejemplo se hace evidente el valor histórico y científico de las colectas botánicas realizadas por Alfredo Dugès en Guanajuato.Además de su aportación al conocimiento de la flora de Guanajuato, la obra botánica de Dugès incluye estudios sobre la biología, la taxonomía y la evolución vegetal, publicados entre 1869 y 1902 en diversas revistas científicas nacionales y extranjeras (Langman, 1964: 254). La rigurosidad con la que llevó a cabo su práctica botánica quedó registrada en sus publicaciones, como en la trata sobre la especie Tigridia dugesi en donde nos dice que: “queriendo completar esta descrip-ción y figurar [dibujar] la planta, procuré en este año cultivar algunos bulbos pro-cedentes de la hacienda de Tupátaro, y habiendo conseguido que algunos dieran flores, voy á exponer los caracteres exactos de este interesante vegetal” (Dugès, 1896a: 453). Esta especie fue nombrada en honor de Dugès por el botánico Sere-no Watson (1826-1892) en 1885 (Watson, 1885). Algunos de los temas botánicos que abordó Dugès en sus publicaciones científicasLa literatura botánica67 registra las publicaciones de Dugès sobre la ciencia de los vegetales entre 1869 y 1902 con un total de 18 títulos, que cubren entre otros los siguientes temas:a) Sobre los diversos usos que tradicionalmente tenían algunas las plantas, menciona los efectos irritantes del Agave americana L. que era usado 67 Véase Langman (1964: 254).La práctica botánica de Alfredo Dugès a través de la red de naturalistas decimonónicos . 131como jabón; sobre los usos terapéuticos del “palillo” o Croton morifolius var. sphaerocarpus (Kunth) Müll. Arg., los del huaco de Colima identi-ficado como Aristolochia pardina Duch.; del chayotillo o piojo de bu-rro, Xanthium canadense Mill., como venenosa para los herbívoros, entre otros.b) Para la enseñanza de la botánica escribió dos textos, uno bajo el título de Elementos de botánica al alcance de los niños68 en el que muestra su interés por acercar a los niños al conocimiento de las plantas, y el otro Modifi-caciones al texto de botánica, basado en Nouveaux eléments de botanique69 de A. Richard, utilizado por el profesor Dugès en sus clases de historia natural dictadas en el Colegio del Estado. c) Lo mismo que a Rovirosa y Bárcena, a Dugès también le interesó parti-cipar en la elaboración de los calendarios botánicos que consistían en re- gistrar sistemáticamente los cambios en el proceso de floración de las especies a lo largo del año. Los resultados de cada una de las regiones es- tudiadas se publicaban con el objetivo de comparar el efecto del clima en las especies propias de cada localidad bajo estudio. d) No dejaron de interesarle los temas relacionados con el transformismo de las especies, sobre todo a partir de su incorporación como socio honorario de la Sociedad Científica “Antonio Alzate,” institución más cercana a las investigaciones recientes como la de la evolución biológica. Como lo hi- ciera José Ramírez, registró y dio explicación a las transformaciones ex-presadas de manera “repentina” durante el desarrollo de algunas de las estructuras de las plantas. Como ejemplo está su estudio sobre “Peloria en una flor de calabaza,” en la cual la inserción de la corola cambia de perígina a hipógina (Dugès, 1902). Este fue el último texto que publicó Dugès en temas de ciencia botánica.Sus resultados botánicos fueron publicados en diversas revistas, algunas es-pecializadas y otras interesadas en divulgar los conocimientos científicos. La hubo auspiciadas por los gobiernos estatales, nacionales o extranjeros, así como aque-llas creadas por las sociedades o instituciones científicas.7068 Véase Dugès,(1876).69 Véase Dugès (1896).70 Entre otras, publicó en las siguientes revistas: Observador Médico (Asociación Médica Pedro Escobedo); Repertorio (Guanajuato); Boletín del Ministerio de Fomento de la República Mexicana; Revista Científica Mexicana; Naturaleza (Sociedad Mexicana de Historia Natural); 132 . Graciela ZamudioAlgunos taxones botánicos dedicados a Alfredo DugèsAlfredo Dugès formó parte de una comunidad de naturalistas que destacaron por el rigor de su práctica en el estudio de los recursos naturales del México deci-monónico. A Dugès esta labor le fue reconocida por algunos de los botánicos ex-tranjeros más relevantes, quienes siguiendo las normas establecidas le dedicaron alguna de las especies nuevas para la ciencia que iban “descubriendo”. A nuestro personaje le dedicaron al menos un género y 16 especies basadas en los ejemplares de herbario o en las plantas vivas enviadas por él desde Guanajuato (Tabla 1).Tabla 1. Algunos taxones dedicados a Alfredo DugèsFamília EspeciesApiaceae Arracacia dugesii J. M. Coult. & Rose, 1900Aquifoliaceae Ilex dugesii Fernald, 1895Arecaceae Sabal dugesii S. Watson ex L. H. Bailey, 1934 Asteraceae Dugesia mexicana A. Gray, 1882Acourtia dugesii (A. Gray) Reveal & King, 1973 Bromeliaceae Tillandsia dugesii Baker, 1887Dioscoreaceae Dioscorea dugesii B. L. Rob., 1894fa*gaceae Quercus reticulata fo. dugesi Trel., 1924 Iridaceae Tigridia dugesii Ser. Watson, 1885Lamiaceae Salvia dugesiana Epling, 1939 Salvia dugesii Fernald, 1901 Malvaceae Abutilon dugesii S. Watson, 1886 Meliaceae Cedrela dugesii S. Watson, 1883Orobanchaceae Aphyllon Dugesii S. Watson, 1883Orobanche multicaulis subsp. dugesii (S. Watson) L. T. Collins, 1883Saxifragaceae Ribes dugesii Greenm., 1903 Comptes Rendus. Societe de Biologie (París); Boletín de Medicina (Sociedad Fraternal Médico-Farmacéutica, Guanajuato); Memorias de la Sociedad Científica Antonio Alzate; Boletín Cien-tífico (Sociedad Sánchez Oropeza, Orizaba); Estudio (Revista del Instituto Médico Nacio-nal); Progreso de México; Memoria sobre la administración pública del Estado de Guanajuato; Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.La práctica botánica de Alfredo Dugès a través de la red de naturalistas decimonónicos . 133Entre los botánicos que dedicaron uno o varios taxones a Dugès destacan Asa Gray (1810-1888) y Sereno Watson (1826-1892); el primero considerado como el introductor de la botánica sistemática en Harvard y por extensión en los Estados Unidos. Entre los resultados de su práctica botánica están el haber fincado las bases de la creación del Gray Herbarium de Harvard, uno los más importantes, así como la elaboración de textos de botánica para especialistas y algunos para niños, además de fungir como enlace entre los practicantes de la ciencia botánica en América y en Europa, y el introductor de la teoría de la selección natural de Darwin en los Estados Unidos. Asa Gray estuvo en México en 1885, y aunque no podemos afirmar que se entrevistó con Dugès, sí que conocía su labor como colector ya que el Gray Herbarium custodia los ejemplares herborizados y envia-dos por él desde Guanajuato y en los cuales Asa Gray se basó, en 1882, para llevar a cabo la descripción del nuevo género Dugesia y la especie Dugesia mexicana A. Gray de la familia asteraceae (Gray, 1882), y en 1883 la especie Perezia dugesii A. Gray (Gray, 1883), renombrada 90 años después como Acourtia dugesii (A. Gray) Reveal & King (Reveal, 1973). Por otra parte, Sereno Watson, quien nació el mismo año que Dugès, le dedicó 6 especies nuevas correspondientes a 5 familias botánicas entre los años de 1883 y 1886. Los ejemplares en los cuales se basó Watson para la descripción fueron enviados por Dugès y hoy forman parte de la colección de ejemplares tipo del Gray Herbarium, institución de la que Watson había sido nombrado curador por Asa Gray. Este reconocimiento científico a Dugès es producto de su intensa labor como corresponsal de los principales herbarios, una práctica que tuvo lugar sin interrupción entre los años de 1880 y 1907. En 1891 Watson publicó un es-tudio sobre la especie Zea canina S. Watson, a partir de materiales enviados por Dugès desde Guanajuato en donde se le conocía popularmente con el nombre de maíz de coyote (Watson, 1891).Finalmente, cabe mencionar a Joseph N. Rose (1862-1928) de quien Jerzy Rzedowski nos dice que fue un “botánico norteamericano, especialmente inte-resado en la flora de México y en particular en la familia Cactaceae. Emprendió varios viajes de colecta a este país entre 1891 y 1911, explorando algunas áreas de difícil acceso… En 1906 muestreó de igual modo en los alrededores de Guana-juato y de León. El propio Rose estudió sus especímenes y a base de los mismos describió muchas especies nuevas. El primer juego de sus ejemplares se encuentra en US, algunos duplicados pueden hallarse en MEXU” (Rzedowski, 1997: 21). Como se mencionó, entre los años de 1891 a 1908 tuvo lugar el intercambio epis- tolar entre Dugès y Rose, por lo que salta la pregunta de si Rose, durante sus viajes de exploración por tierras guanajuatenses, fue acompañado por Dugès en 134 . Graciela Zamudioalguno de los recorridos o si al menos recibió asesoría sobre las localidades a explorar. ¿Habrá visitado al anciano naturalista que formaba parte de la red de corresponsales del Instituto Smithsoniano? Por ahora no podemos decir si este encuentro se llevó a cabo, es probable que la respuesta se encuentre entre la co-rrespondencia del sabio franco-mexicano.Al parecer los naturalistas mexicanos no le dedicaron algún taxón botánico, lo que sí ocurrió en la disciplina zoológica. Por su parte, Dugès dedica un género nuevo a Mariano Bárcena (1842-1895), uno de los protagonistas más importantes de la Historia Natural de las últimas décadas del siglo XIX (Guevara, 2002), y uno de los naturalistas con quien don Alfredo mantuvo una estrecha relación com-partiendo, por ejemplo, la amistad y colaboración académica de Edward Drin- ker Cope (1840-1897), uno de los grandes científicos del siglo XIX. Parte de la obra publicada por Cope se encuentra, con dedicatoria manuscrita a nuestro na-turalista, entre los libros que forman el acervo bibliográfico de Alfredo Dugès cus- todiado por la Biblioteca “Armando Olivares” de la Universidad del Estado de Guanajuato. Qué mejor nota para concluir este capítulo sobre la obra botánica de Dugès que haciendo referencia al género que don Alfredo dedicó a Mariano Bárcena bajo el nombre científico de Barcena guanajuatensis Dugès, de la familia Rham-naceae (Dugès, 1879). Correspondió a Manuel María Villada (1841-1924)71 eva-luar la validez taxonómica de texto presentado para su publicación en la revista La Naturaleza, opinando que “es de admitirse el nuevo género propuesto por el Sr. Dr. Alfredo Dugès, y juzga conveniente se publique el estudio a que ha dado lugar” (Villada, 1879: 284). No se equivocó Villada en su dictamen, ya que el nombre científico asignado por Dugès sigue siendo válido taxonómicamente. La especie, que había sido colectada por el propio Dugès “muy cerca de la mina de Mellado,” la dedicó a Guanajuato, el espacio geográfico que Don Alfredo eligió para desarrollar su práctica naturalista a lo largo de los 57 años que vivió en México.71 Para una biografía científica de este naturalista decimonónico, véase Cuevas Cardona (2002).Capítulo 7. Adolphe Boucard (1839-1905) y las apropiaciones de la naturaleza mexicana72 Rebeca Vanesa García CorzoUniversidad de GuadalajaraIntroducciónDurante el siglo XIX el estudio del mundo natural73 fue abordado de diferentes maneras a través de una serie de tareas que resultaban complementarias. A los na- turalistas de campo les correspondió abrir las vías a través de las cuales se clasifi-caba y ordenaba la naturaleza en los gabinetes. De forma paralela a ambas activi-dades corría la reflexión sobre los problemas geográficos,y las relaciones entre las especies y sus medios, fundamentales para la elaboración de los paradigmas que consolidaron a la biología como disciplina científica. A los viajeros naturalistas les correspondía recolectar especímenes, a veces en el ámbito local y a veces en lugares distantes del mundo, así como enviar las muestras a sus países de origen o a las instituciones para las que estuvieran tra-bajando. Fuera cual fuese su misión inicial se dedicaron a enriquecer el campo científico, que de un modo u otro explotaban; conforme el siglo avanzaba, se ha-cía patente la diferencia entre viajeros naturalistas y naturalistas viajeros basada en su profesionalización (Layssus, 1981: 259-317). Los intereses de las primeras décadas del siglo se transformaron paulatinamente conforme la especialización científica avanzaba y el expansionismo imperialista progresaba, a lo que contribu-yeron notablemente las mejoras en transportes y comunicaciones. En estas circunstancias, las dos grandes categorías de viajes científicos que marcaron el periodo fueron los viajeros individuales o en pequeñas comisiones 72 Esta investigación es parte del proyecto PAPIIT núm. IN 302416: “Las investigaciones geo-gráficas y naturalistas en México (1786-1950)”. Responsable Dra. Luz Fernanda Azuela, Ins-tituto de Geografía-UNAM. 73 Aunque el término “biología” fue utilizado por Treviranus y Lamarck en 1802, la discipli-na se institucionalizó oficialmente hasta fines de siglo (Coleman, 1983: 29).136 . Rebeca Vanesa García Corzocientíficas y las grandes expediciones, generalmente organizadas por naciones en busca de expandir su hegemonía económica y cultural. Hubo viajeros que lleva- ron a cabo una breve estancia, otros cuya permanencia fue bastante prolongada y, finalmente, otros no se fueron del país que visitaban, eran los científicos “tras-plantados” que adquirieron la categoría de migrantes e incluso se asimilaron al país de múltiples formas. Por un lado, estos dos grupos han sido considerados un elemento caracterís- tico y determinante del desarrollo de la ciencia occidental74 debido a que efectua-ban la comparación de lo propio con lo ajeno,75 la apropiación intelectual y mate-rial del mundo (Bourguet, 1997) y la persecución de la universalización del saber. A través de los viajes se construyó y aprobó el conocimiento, al igual que con la colecta y transporte de las plantas y animales se desarrolló la política mercanti- lista de los países europeos (Bourguet, 1997). Por otro lado, estas actividades también han resultado de utilidad para la construcción de las ciencias naciona- les de los países visitados y, para la configuración y búsqueda de identidad de esas naciones recién independizadas a través del reconocimiento de sus características específicas y su representación76 al identificar a las especies locales endémicas, contribuir al reconocimiento y a la delimitación espacial de los territorios así co- mo con la colaboración entre científicos locales y extranjeros que se integraron en comunidades científicas internacionales.Con el relato de viaje, los naturalistas se encargaron de hacer llegar a sus lec- tores, un público amplio no especializado en la historia natural, una visión inte-gral del continente americano. El más representativo fue Alexander von Hum-boldt, que escribió los ya conocidos Viaje a la Nueva España y Viaje a las regiones equinocciales; uno de los resultados más relevantes que obtuvo fue la teoría de la geografía de las plantas. La figura de Humboldt se convirtió en el paradigma que mostró cómo la escritura de viajes y la historia natural se catalizaron mutuamente para producir una forma eurocentrista de “conciencia global o planetaria”, de tal forma que el prusiano se convirtió en el “reinventor” de América como “Natura-leza en movimiento” (Sagredo Baeza, 2010).74 Véase Lafuente et al. 1993; Bourguet et al., 1998; Drouin, 1989; Pratt, 1992; González Claverán, 1988 y Soberanis, 1988.75 Véase Todorov, 1991. Este autor realiza una serie de interesantes reflexiones sobre la per- cepción que los viajeros tenían de sí mismos y de aquellos a quienes visitaban.76 Estos personajes contribuyeron a la creación de la nacionalidad e identidad, el ejercicio de la administración estatal y la organización de los estados nacionales, entre otros elementos (Sagredo Baeza, 2010).Adolphe Boucard (1839-1905) y las apropiaciones de la naturaleza mexicana . 137Otro tipo de divulgación científica, anexa a las teorías humboldtianas, fue la pictórica propia de los “viajes pintorescos” como el del también germano Johann Maurice Rugendas.77 En 15 años recorrió México, Chile, Perú, Bolivia, Argen-tina, Uruguay y Brasil, con cerca de cuatro mil piezas entre dibujos, acuarelas y óleos, en las que llevó a cabo la aprehensión del paisaje y del mundo america-no. El pintor construía “cada ambiente como un arquetipo identificable desde la perspectiva de la geografía física” humboldtiana (Diener, 2007). Su elección de paisajes y de pinturas seguía los postulados del Essai al organizar su percepción del ambiente por tipos fisonómicos del paisaje.78Diferentes formas de apropiación de la naturaleza: Adolphe Boucard79Los viajeros naturalistas se dedicaban principalmente a recolectar y clasificar es-pecímenes para hallar su posición en el orden universal. Los zoólogos se interesa-ban por los ámbitos novedosos, sobre todo aquellos que resultaban más enigmá-ticos por el desconocimiento y ausencia de ejemplares en los lugares explorados hasta el momento. Cuando eran recolectores contratados, en las instrucciones que se les giraban estaba la obtención de especímenes, vivos o no, huevos, nidos y estudios de costumbres, lugares y modos de habitación así como las consecuen-cias de sus actividades sobre los hombres.Esas peticiones respondían y promovían la tendencia general en Europa y América, del estudio de las faunas locales, las monografías de diversos grupos80 así como las migraciones de las aves.81 Además, en esa época se fundaron las pri-77 Rugendas había estado en Brasil en 1821, contratado por el diplomático ruso Langsdorff, en una relación complicada y un contrato interrumpido; pese a este contratiempo, el viaje de Rugendas se prolongó y el resultado apareció en 1835 bajo el título de Viaje pintoresco a Brasil (Paranhos da Silva, 1959).78 En México sus principales motivos fueron, por una parte, la selva en la Sierra Madre Oriental y, por otra, el paisaje volcánico de la región central y de occidente; después, en Chi-le, este género tomó como principal objeto el paisaje cordillerano de los Andes.79 Algunos datos biográficos provienen de Kofoid, 1923 y Bravo y Valero de Tornos, 1890.80 Mortensen en Dinamarca, Selous en Inglaterra y Chapman en los Estados Unidos (Taton, 1988: 461).81 H. Schlegel (1828) observó las rutas y lugares de residencia invernal de las aves europeas; el sueco Ekström publica las primeras fechas de llegada y de partida de las especies migratorias. J. A. Palmén propone una teoría de las vías de migración (1876) (Taton, 1988: 461).138 . Rebeca Vanesa García Corzomeras revistas especializadas de ornitología,82 por lo que parece haber sido una de las ramas zoológicas más importantes y más practicadas. Fue en ese contexto que en 1851 empezó la muy fructífera travesía por tie-rras americanas del zoólogo Adolphe Boucard (1839-1905) y no precisamente en México, sino en Chile, el otro extremo de Latinoamérica. La figura de Boucard rompe con la visión romántica de los viajeros natura-listas decimonónicos a la que estamos acostumbrados. No obstante las variantes de los viajes científicos que se pudieran observar a lo largo del siglo, lo cierto es que todos tenían el mismo objetivo primordial, la aprehensión de la naturaleza americana. Las formas como se llevaba a cabo la apropiación de ese mundo natu-ral fueron igualmente diversas y Boucard concentra en sí mismo varias de ellas. Fue un personaje que osciló entre,la práctica de la historia natural, la recolección con fines científicos cuya labor fue reconocida por sus pares y contemporáneos, pero también un individuo que, en los anales de la ciencia y en el ámbito mu-seístico, ha sido clasificado como “comerciante de Historia Natural” (marchant/dealer) debido al enriquecimiento de los acervos gracias a las colecciones propor-cionadas por él. Era un empresario de la naturaleza que contrataba a recolectores locales y extranjeros para surtir un mercado exigente y en apogeo y que, por lo tanto, es un buen ejemplo para reflexionar acerca de la relación entre la ciencia y la sociedad en el siglo XIX.Este naturalista francés fue miembro corresponsal de la Sociedad Zoológica de Londres (1865), de la Sociedad Latinoamericana (1869), de la Sociedad Eco-nómica de Guatemala (1869), del Museo Real de Madrid (1881), del Museo de Lisboa y del Museo Nacional de Historia Natural en París (1895) entre otros.83 Tras vivir desde la década de 1870 en Londres, en 1894 se retiró a la Isle of Wight y el 15 de marzo de 1905 murió en Hampstead, en casa de su hijo (The Condor, vol. XXVI, 38-39).A. La recolección sobre el terrenoEl primer tipo de apropiación de la naturaleza americana que se encuentra en Boucard fue literalmente la física, a partir de las recolecciones llevadas a cabo en 82 Journal für Ornithologie, en Alemania (1852); Ibis, en Inglaterra (1858) y The Bulletin of the Nuttall Ornithological Club, en los Estados Unidos (1876) (Taton, 1988: 462).83 El 19 de marzo de 1895 fue nombrado miembro corresponsal del Museo Nacional de His-toria Natural de Francia y envió allí piezas de México y Ecuador. Según una nota necrológica publicada en la revista The Auk, la colección que se entregó al museo francés contaba con 25 000 especímenes.Adolphe Boucard (1839-1905) y las apropiaciones de la naturaleza mexicana . 139sus múltiples viajes. Su periplo comenzó en 1851 a muy corta edad y durante más de veinte años recorrió países como Chile, Estados Unidos, México, Nicaragua, Guatemala, Panamá y Costa Rica, entre otros.En 1894 publicó tardíamente un compendio de sus experiencias en Travels of a Naturalist, un libro que podría ser catalogado dentro de la literatura viajera naturalista, pero en el que se mezclaban los extractos de sus diarios con pensa-mientos posteriores, por lo que debe ser leído con esa advertencia. En él, aparte de relatar sus recorridos y comentar las recolecciones,84 insertó reflexiones sobre el comportamiento de los animales y su percepción de las manifestaciones de la selección natural propia de la teoría de la evolución de Darwin a partir de deter-minadas observaciones.85Para ser integrado como corresponsal de una de las principales expediciones científicas de la época, la Commission Scientifique du Mexique (1864-1867), el fac-tor más relevante fue considerar que sus colecciones sobre México eran “les plus riches, les plus variées et les plus parfaites comme conservation, qui aient jamais 84 “In the vicinity of New York I collected many insects- and a few birds, among which, the beautiful humming-bird, Trochilus colubris, a very important species so far, as being the one on which the genus, Trochilus, of Linné, is based, which has been employed by Naturalists for the family of Trochilidae, and which I have also employed for my order TROCHILI, for these birds.//It is a beautiful creature, only 3 inches in length, bronzy-green on the upper surface, with the chin black, the throat metallic ruby-red, and the rest of underpart white. It has been put in five distinct genera, but is now universally known as Trochilus colubris; Red-Throated Humming Bird, and Red-Throated Honey Sucker, in English, Rubis, Petit Rubis, Petit Rubis de la Caroline, etc., in French Its- nests are in the neighbourhoods of New York”. Boucard, 1894: 158. “Animal life is abundant on both water and land. Many species of Geese and Ducks are extremely abundant. I collected twenty different species: Anser hutch-insi, Chen hyperboreus, Aix sponsa, Mareca americana, Dafila acuta, Querquedula carolinensis, Chaulelasmus strepera, Spatula clypeata, Aythya wallisneria, Bucephala americana albeola and histrionica, Oidemia americana, perspicillata, and deglandei, Querquedula discors, and cyanop-tera, Mergus æthiops and serrator and Lopliodytes cucullatus. Pelicans were also abundant. On land, Lophortyx californicus, and gambeli and Oreortyx picta were also plentiful. Of the first, L. californicus, large quantities are brought to the markets” (Boucard, 1894: 49-50).85 Consideraba que la amplia variedad de coloridas heliconias desaparecería un día para ser sustituida por otra cantidad mayor de variedades, lo que le permitía deducir que “cuando una especie está representada por una amplia cantidad de variedades, la Naturaleza lleva a cabo los mismos cambios que el hombre ha producido con diversos animales domesticados, haciendo cambios continuos en las especies: ‘It has been always the same from the beginning of the world, and will continue so to the end’” (Boucard, 1894: 88).140 . Rebeca Vanesa García Corzoété rassemblées dans ce pays”.86 Sus ejemplares eran el resultado de su experiencia en el país, al vivir en él varios años entre 1854 y 1867 recolectando especímenes para sí mismo y para naturalistas como August Sallé, Philip Sclater y Osbert Sal-vin.87 Tras su colaboración con la Comission Scientifique, en 1868 estuvo en una exploración científica en Panamá y se involucró activamente en la promoción de la apertura del canal.88 En 1877 tuvo una estancia de varios meses en Guatemala y posteriormente en Costa Rica, de las que obtuvo tantos ejemplares que llegó a publicar catálogos sobre ellas (Boucard, 1901).B. La exhibición de los especímenes – Exposiciones en vitrinas de ambición universalEl segundo tipo de apropiación fue el que se llevó a cabo por las instituciones científicas y por los públicos de la ciencia expuesta en un proceso en el que Bou-card fungió como mediador. En ese sentido, fueron dos los espacios privilegiados, las exposiciones internacionales y las colecciones museológicas. Ambas fueron ve-hículos de educación informal y de divulgación del conocimiento científico que llegaron al público visitante a través de los especímenes disecados. Se llevaba a cabo una apropiación intelectual en forma paralela a la física y se integraban los nuevos saberes sobre la naturaleza a la organización de los antiguos, con lo que se veía ampliado considerablemente el deseo de llegar a adquirir un conocimiento universal del mundo natural, propio del periodo.Participó en diversas exhibiciones: en la Exposición Internacional de París de 1867 –a la que acudió en el contingente de la Commission Scientifique du Me- xique−,89 en la Exhibición Internacional de Londres de 1872, fue representante del Ministerio de Instrucción Pública y Comisario de Guatemala en las Expo-86 Por decreto del 12 de noviembre de 1866 tras Dépêche n° 116, Mexico, 5 septiembre de 1866: 3.87 Kofoid, 1923: 86. Philip Sclater, M.A., F.R.S., Secretary of the Zoological Society of Lon- don, and Osbert Salvin, British ornithologist.88 Formó parte de un Comité de dirección que se interesó en la ruta de Darién y que escribió el “Proyecto de suscripción de una Compañía anónima bajo el nombre de Compañía del Canal Interoceánico de Colombia” para la terminación del canal.89 El propio Boucard propuso confiar sus colecciones a la Commission para la participación en la Exposition Universelle de 1867, lo que hizo que fuera nombrado miembro de la Com-mission Scientifique du Mexique. Una vez recibido su nombramiento, por decreto del 12 de noviembre de 1866, envió su colección de objetos de historia natural y se trasladó a París para participar en la Exposición (Archives de la Commission Scientifique du Mexique, 1865-67: 29 y 470).Adolphe Boucard (1839-1905) y las apropiaciones de la naturaleza mexicana . 141siciones Internacionales de,París de 1878 y 1889 y participó en la Exhibición Internacional de Sydney (1879). Por sus trabajos en ornitología obtuvo dos di-plomas en la Exposición Internacional de Londres (1871-1872), medalla de oro en la clase 48 y medalla de plata en la clase 38 en París (1878) y otra medalla en Sydney (1879). Los visitantes no dejaban de observar que: “El Sr. Boucard, como ven nuestros lectores, ostenta una infinidad de honores de todas clases que no son más sino el justo premio a una vida sumamente laboriosa y útil á la ciencia” (Bravo y Valero de Tornos, 1890: 159-160).Respecto a su participación como representante de Guatemala en la exposi-ción de 1878, los ejemplares que expuso habían sido recolectados durante abril y junio de 1877 (Boucard, 1878). Su estancia en Guatemala fue del 1 al 30 de junio de 1877 y obtuvo 273 especies de aves, algunos reptiles, más de mil especies de insectos diversos, algunos crustáceos, etc., etc., ayudado por su “excelente amigo” Juan José Rodríguez, que le consiguió indígenas recolectores que trabajaron para él desde abril hasta junio de ese año (Boucard, 1879: 20). Un visitante de la ex-posición de Boucard sobre Guatemala afirmaba que la presentación incorporaba 300 clases de pájaros, más de 4000 especies de insectos, así como crustáceos y reptiles. Se trató de una colorida colección de historia natural que era: “Lo que más y mejor prueba la riqueza de este favorecido país”.90Respecto a las colecciones museológicas, se ha calculado que Boucard donó, en diferentes etapas, 40 000 ejemplares al Museo de París. De las especies dupli-cadas, unas 10 000 piezas integraron las colecciones de la Smithsonian Institu-tion y unas 8 000 las de los museos de Lisboa y Madrid. La donación parecería obedecer al nexo que había tenido con estas instituciones a las que había estado vinculado como corresponsal y que eran las más prestigiosas de la época. A esas disposiciones habría que sumar las donaciones hechas en vida91 y las ventas de especímenes a otros museos principalmente europeos y americanos. Todavía en 1922 Rosenberg afirmaba que él conservaba las colecciones que no habían sido 90 Se queda uno encantado ante los vistosos colores de los plumajes de las aves, pero no son nada en comparación de los tonos de los insectos: los hay como el cifus Augustus y el curioso Chalcosoma, que parecen de metal. Entre las mariposas deben citarse sobre todo el “morfo adonis”, azul claro con cambiantes verdes, y el “morfo aurora”, que parece de nácar (García Ramón, 1878: 2).91 “The list of important contributors for the preceding year was headed by Mr. A. Boucard, Isle of Wight, England. He has been a very generous contributor, having presented during this year more than 2,800 specimens from various parts of the world”. Smithsonian Institution, 1898.142 . Rebeca Vanesa García Corzolegadas a museos. Las noticias en ese sentido son dispersas y hace falta profundi-zar en la red de difusión científica museística organizada alrededor.C. La vía tradicional de la divulgación - Las publicaciones científicasEl tercer tipo de apropiación fue la intelectual que era llevada a cabo al difundir entre los científicos profesionales y aficionados los resultados de sus descubri-mientos en artículos de publicaciones especializadas,92 escritos por él mismo o por otros sabios que daban cuenta de su labor,93 y a través de libros en los que exponía la clasificación de los ejemplares recolectados e inventariaba y organizaba la fauna a partir de sus propios criterios.94 Los animales a los que más esfuerzos dedicó fueron los colibríes, a tal grado que llegó a convertirse en uno de los tratantes de mayor envergadura. El interés por esas pequeñas aves surgió a raíz de su primer viaje como recolector, lo que le llevó a descubrir el continente americano y su riqueza natural. Su primer desem-barco en tierras americanas fue en Chile en 1851, concretamente en Valparaíso, momento en el que, además tuvo el contacto inicial con colibríes, según sus pro-pias palabras. Mientras que Chile despertó su ambición por los veloces voladores, fue México el que la alimentó notablemente debido a la riqueza de los especíme-nes encontrados en sus tierras y de los que se nutrió abundantemente.Ciertamente, de todas las aves quizás los colibríes fueron los que más lla-maron la atención de los viajeros extranjeros decimonónicos, que los capturaban e intentaban mantener vivos en cautividad infructuosamente, a pesar de la ob-servación de sus hábitos alimentarios.95 En otros casos, la curiosidad dio paso 92 En la revista de la Zoological Society de Londres, por ejemplo.93 Varios de los ejemplares de Boucard figuraron en la colección herpetológica de la Mis-sion Scientifique que fue terminada por Firmin Bocourt tras la muerte de Auguste Duméril, “Étude des Batraciens de l’Amerique Centrale” (1882). Dos de las nuevas especies fueron el Leiuperus mexicanus y el Cauphias crassus, recolectadas por Adolphe Boucard. El Leuiperus mexicanus está en el catálogo del Museum National d’Histoire Naturelle, de París. Head-and-body length, 39 mm.; the hind limb being carried forward along the body, the tibio- tarsal joint reaches to or slightly beyond tip of snout; no tarsal fold; plantar surface of foot without supernumerary tubercles; small inner and outer metatarsal tubercles; faint black crossbars on hind limbs; vomerine teeth in two minute clusters between the choanae; first finger longer than the second.94 1874, 1875, 1878, 1878a.95 Bullock afirmaba que los naturalistas estaban equivocados al afirmar que estas aves vivían solamente con el azúcar de las flores, porque él los había visto muy a menudo “atrapar las moscas y otros insectos al vuelo, y al disecarlos, los he encontrado en su estómago” (Bullock, Adolphe Boucard (1839-1905) y las apropiaciones de la naturaleza mexicana . 143al examen científico, a la captura masiva de ejemplares para llevar a cabo su cla- sificación y expedición a Europa.96 Él no fue la excepción y consiguió llegar a tener más de sesenta vivos, todos tomados de los nidos, a los que alimentó con flores frescas e insectos pequeños, y conservar algunos hasta cuatro meses con la intención de enviarlos vivos a Europa, tarea en la que fracasó. Fue tal su interés que propuso reclasificarlos más que como una familia, como un orden aparte, los Trochili,97 así como llevar a cabo una propuesta de clasificación de todas las aves (Boucard, 1876), lo que le valió la crítica de la co- munidad científica de la época. De esta manera, llevaba a cabo su propia apro-piación de la naturaleza al hacer una reclasificación intelectual del orden artificial que había sido dado por el gremio al mundo natural, particularmente a partir de la clasificación binomial de Linneo, y que suponía uno de los paradigmas de la ciencia normal del momento. Además, incursionó en una propuesta pedagógica para la enseñanza de la Historia Natural de la que hizo dos ediciones y que tam-poco parece haber tenido excesivo éxito (Boucard, 1874).Cabe mencionar que hay una gran cantidad de animales, principalmente aves e insectos, que actualmente llevan en su denominación a Boucard, bien por haber sido él su clasificador o bien como forma de homenaje rendido por sus pares por los servicios prestados al aumento del conocimiento del mundo natural deci-monónico.98 Como naturalista, entre sus mayores aportes estuvo la descripción 1824: 269). Lyon trató infructuosamente de mantener con vida un colibrí en Veta Grande al que alimentaba con azúcar y agua impregnada de azafrán, aunque eso no le hizo desistir pues concluyó que “con cuidados constantes estas pequeñas criaturas pueden mantenerse por largo tiempo (Lyon, 1826: 211-212). Morelet se encontró un nido con tres crías en un limo-nero, y logró que los minúsculos pajarillos sobrevivieran hasta que lograron volar, lo cual co-rrespondía a las especificaciones hechas por sus colegas de la Academia (Morelet, 1857: 239).96 El doctor,Cabot completó la labor de los primeros, pues aparte de hacerse con una abun-dante provisión de pájaros mosca, que ignoramos cómo alimentó, se dedicó a clasificar las diferentes especies que localizó en Yucatán. Esta nomenclatura fue validada después por los especialistas de la segunda mitad del siglo XIX, pues el texto de Rafael Montes de Oca, “Ensayo ornitológico de la familia de los colibríes o chupamirtos de México”, publicado en La Naturaleza, así lo demuestra al mencionar un colibrí de pecho verde y abdomen castaño-roji*zo denominado Amazilia yucatanensis por Gould y Trochilus yucatanensis por Cabot. Esta especie, además, fue descrita por Cabot en los Anales de la Sociedad de Historia Natural de Boston, y Montes de Oca reproduce dicha descripción en su texto. De hecho, Cabot proveyó de un ejemplar hembra de esta especie a Gould, quien dudaba de su correcta clasificación, aunque por otro lado tampoco pudo desmentirlo (Montes de Oca, 1876: 15-31).97 Boucard, 1893. En la actualidad los Trochili son un suborden del orden Apodiformes.98 Mencionar a Sallés y cía. El Phrynosoma orbiculare boucardii, denominado así por Duméril y Bocourt en 1870.144 . Rebeca Vanesa García Corzoen su revista de más de 44 nuevas especies de colibríes, 13 especies y 2 géneros nuevos (Kofoid, 1923: 87) 5 insectos y un molusco. Entre ellos estuvo la Patago-na gigas peruviana, que clasificó en su obra Genera of the Humming Birds (1895) y cuya nomenclatura continúa vigente. Es el colibrí más grande del mundo, mide unos 18 cm, y su hábitat se distribuye en la Cordillera de los Andes, del suroeste de Colombia hasta el noroeste de Argentina y el norte de Chile.99 De esta mane-ra, la diversidad de sus labores le permitió insertarse y ser núcleo de una amplia red de naturalistas.100 A los troquilídeos de México les dedicó un opúsculo espe-cífico (Boucard, 1875).D. Comerciando con la naturaleza – Los clientes de la Historia NaturalNo obstante, a Boucard también le cabe el dudoso honor de ser considerado entre el selecto grupo de los “grandes acumuladores” de aves, al lado de Lord Stanley (1775-1851),101 frente a los recolectores profesionales102 y a los proteccionistas,103 99 Tiene un cuerpo alargado y cola ahorquillada. Es de color marrón claro con la parte infe-rior de color blanco. Se le reconoce por su forma de volar, más lenta que la de otros colibríes y que recuerda a una golondrina.100 El 16 de abril de 1855 Boucard y Auguste Sallé realizaban recolecciones en Veracruz, donde fueron visitados por François Sumichrast. En sus viajes por Estados Unidos trabó con- tacto con el naturalista francés Pierre Joseph Michel Lorquin (1797-1873), un entomólogo especializado en coleópteros y lepidópteros que recolectó en España, Argelia, California y Oregón, China, Filipinas, las islas Célebes y Colombia, así como su nieto, otro recolector de aves bien ubicado, Léon Laglaize, que se convirtió en su gran amigo. Véase “An imprudent deception”, in Star, núm. 9591, 10 July 1909, p. 3. W. F. H. Rosenberg del 57 de Haverstock Hill, London, el 29 de junio de 1923 escribió a Charles A. Kofoid, afirmando que en los años de 1891-1894, cuando se editó The Humming Bird, trabajó para Boucard. Hizo una expedi-ción zoológica a Ecuador y Colombia entre 1894 y 1897 por iniciativa de Boucard.101 Allan Octavian Hume (1829-1912), Lord Rothschild (1868-1937), Count Hans von Berlepsch (1850-1915), Louis Bishop (1856-1950) and Jonathon, Dwight (1858-1929), James Henry Fleming (1872-1940), Count Ercole Turati (1829-1881), Gregory Mathews (1876-1949), William Henry Phelps (1875-1965) y el Coronel Richard Meinertzhagen (1878-1967). Mearns B. and Mearns R., 1998.102 Alfred Russel Wallace (1823-1913), Albert Stewart Meek (1871-1943), John Gilbert (1812-1845), William Doherty (1857-1901), Joseph Scattergood Dixon (1884-1952), Rollo Howard Beck (1870-1950). Mearns B. y Mearns R. (1998).103 William Henry Hudson (1841-1922), Theodore Roosevelt (1858-1919), Captain Samuel Albert White (1870-1954), T. Gilbert Pearson (1873-1943), Jean Delacour (1890-1985), Dr James Harrison (1892-1971), Dr Boonsong Lekagul (1907-1992), Ted Parker (1953-1993). Mearns B. y Mearns R. (1998).Adolphe Boucard (1839-1905) y las apropiaciones de la naturaleza mexicana . 145por mencionar algunos de los grupos que desarrollaban actividades con aves en la época.Y es que, como él mismo se presentaba, aparte de naturalista era comercian-te. Para 1871 su negocio estaba en el número 55 de Great Russell Street, Bloom-sbury, enfrente del British Museum, en pleno centro de Londres, con lo que tenía una ubicación estratégica para la promoción y venta de sus productos. Los objetos de Boucard incluían las mencionadas colecciones recolectadas por él directamente o adquiridas a través del intercambio con otros naturalistas y a los productos de expediciones que él mismo había contratado o patrocinado. Pasó de ser un asalariado a convertirse en un patrón que se lucraba con la na-turaleza americana, que escribió un tratado acerca de cómo ganar de ochenta a doscientas libras esterlinas en un año [o métodos instructivos y entretenidos, o instrucciones para colectar, preservar y enviar colecciones de historia natural],104 de tal forma que no se le puede considerar un cínico en ese sentido, sino que tenía muy claros sus propósitos.En 1891 Boucard se convirtió en el propietario y editor jefe de The Humming Bird, a Monthly Scientific, Artistic, and Industrial Review,105 que tuvo cinco to-mos, entre 1891 y 1895. Para esa época se había mudado al 225 de High Holborn Street, en Londres y se había asociado con Pottier, anunciándose entonces como Boucard, Pottier & Co. quienes ofrecían a los directores de museos y a aficio-nados “lo que pudieran necesitar, desde un colibrí hasta una ballena a precios razonables”.106104 Publicado simultáneamente en inglés y en francés: How to Gain from Eighty to Two Hun-dred Pounds Sterling a Year by Instructive and Amusing Means, Or, Instructions for Collecting, Preserving, and Sending Collections of Natural History, London, General Natural History Agency, 1871 , 32 p. y Méthode à la portée de tous, pour se faire 2,000 à 5,000 francs de rente en s’ instruisant et en s’amusant, ou Guide pour collecter, préparer et expédier des collections d’ histoire naturelle, par A. Boucard, 1871, 32 p. 105 Rosemberg afirmaba que Boucard fue un hombre de gran actividad y fuertes ideas acerca de diversos temas, y sospechaba que fundó el Humming Bird para expresar algu-nas de esas ideas.106 “Only experienced and scientific Taxidermists are employed by the hour for that work, which will always be of the best class”. Messers. Boucard, Pottier & Co., offer to sell on commission all kinds of objects of Natural History, Collections of Mammal and Bird Skins, Skeletons, human and animal skulls, insects of all orders pinned and set, or in papers; ma-rine, fresh water and land shells; reptiles and fishes in spirit, crustaceae and arachnidae in spirit, ethnological collections from all parts, showy bird skins and feathers for plummassiers and naturalists, mammal skins for furriers, bright species of insects for artificial florists, rare old stamps, used and unused, curious of all sorts, pictures and works of art, etc., etc., etc.146 . Rebeca Vanesa García CorzoEse año, su colección estaba compuesta de 6000 especies de pájaros, 30 000 especies de coleópteros y lepidópteros, pieles de mamíferos de Nueva Guinea, África occidental, América del Sur, etc.; crustáceos fluviales y marinos, reptiles y peces en espíritu, crustáceos disecados, etc.107 Diez años después, en 1901, tenía crustáceos fluviales y marinos de alrededor de 2000 especies determinadas, cierto número de especies indeterminadas y alrededor de 10 000 ejemplares; 4 000 gé-neros de insectos coleópteros, 20 000 especies y 50 000 ejemplares perfectamente clasificados en 496 cajas entomológicas (Boucard, 1901a: 84).E. Usos y abusos de la naturaleza,americana – Orígenes de una sensibilidadEn una reseña de la revista, publicado en 1891 por The Auk, el órgano de la Asociación Americana de Ornitología, se afirmaba que The Humming Bird era el medio de publicidad de Boucard, Pottier & Co., y que en sus páginas se llevaba a cabo la defensa del comercio de plumas y de la destrucción de pájaros para la sombrerería. El lado científico de Boucard también se hacía presente a través de ciertos artículos ornitológicos de calidad, pero, en consonancia con el contenido general de la publicación, constaban de un alto contenido comercial.108 Los in-tereses de la asociación diferían de los de Boucard; baste un ejemplo: el título de la publicación hacía honor al alca gigante (Chenalopex impennis/Pinguinus impen-nis), un ave que se extinguió en 1844, por lo que uno de los fines de la sociedad y de su revista, iniciada en 1888, era la preservación de las aves, mientras que en 1894 el lado comerciante de Boucard mencionaba que el valor de una buena piel de alca gigante oscilaba entre £300 and £400, y que el último huevo de esa especie había sido vendido en Londres en 1891 por £160.Negociaba con ejemplares disecados, encargados a taxidermistas de amplia experiencia y que generaban trabajos de gran calidad y muy reconocidos y desa-All possessors of such objects should not dispose of them without consulting Messrs. Boucard, Pottier & Co., who having a large connection with Amateurs in all parts of the world, are able to get the very best prices for them. Boucard, The Humming Bird Vol. 1, 1 de mayo de 1891. The Boucard specimens in the Randolph College collection provide evidence of this claim—though they are among the oldest specimens they are in outstanding condi-tion, having been beautifully preserved (Patton Smith, 2012).107 “The Humming Bird”, The Auk, American Ornithologist Union, vol. 8, 1891, pp. 247-248.108 ‘Notes on the Genus Pharomacrus or Resplendent Trogons,’ begun in the first (Jan. 1891) ‘Notes on Rare Species of Humming Birds and Descriptions of Several Supposed New Species in Boucard’s Museum,’ by A. Boucard. “The Humming Bird”, The Auk, American Ornithologist Union, vol. 8, 1891, pp. 247-248.Adolphe Boucard (1839-1905) y las apropiaciones de la naturaleza mexicana . 147rrolló en forma simultánea otra faceta en consonancia con el floreciente negocio de la moda en la sociedad de la época: proporcionaba ejemplares para la sombre-rería e incluso incursionó en la joyería elaborada con animales disecados. Así, en la Exhibición Internacional de Londres de 1872, expuso joyería he-cha con pájaros e insectos: “Birds and insects have been utilised and treated as personal ornaments by A. Boucard. As specimens of beautiful colour one can scarcely see anything better than these; but, as a matter of feeling, beetles are not likely to be regarded by the many as lovable carpendants”.109 Su firma y la de Ward & Co. parecen haber sido las más reconocidas en Londres en el ramo.En 1889 presentó en el pabellón de Guatemala la colección más interesante de colibríes de toda la exposición. A los ejemplares disecados de esa “fauna tan rica de los trópicos” agregó “la idea de lo que es posible hacer con las plumas de los troquilídeos… Uno no se figura la cantidad de aves de brillantes colores que consume anualmente la moda. Son por cientos de miles que los pájaros mosca son capturados” (Monod, 1890: 34).La relevancia dada a esta rama de su negocio, que por más de veinte años había resultado satisfactorio, puede ser percibida en la queja enunciada por él acerca de que en 1891 estuvieran circulando por las calles de Londres imitaciones de plumas disecadas en vez de pájaros reales como adornos y juguetes para niños. A través de The Humming Bird, que correspondía, en efecto, a los señala-mientos de The Auk, Boucard llevaba a cabo su propia lucha en defensa de su negocio. En el primer número (enero de 1891) el francés se quejaba del movi-miento contra el uso de pájaros en sombreros y otros adornos alegando que se había dejado sin trabajo a gran cantidad de gente, y que él prefería dar de comer a esas personas que a los pájaros. Afirmaba que había anualmente un millón 600 000110 aves exportadas a Europa para sombrerería y ornamentos, lo que no 109 Journal of the Society of Arts, vol. 20, no. 1037, 4 october 1872, p. 878. Ward & Co Na-turalists 158 Piccadilly (2nd location of Rowland Ward’s business circa 1875). Unusual to find the original box. The hummingbird on this gold brooch has a typical gold beak added, scarlet head feathers and an iridescent amber throat. It is set to a gold bar with foliate and pearl decoration. The brooch is 5 cm [2 inches] long, the bird is 3.2 cm [ 1 and 1/4 inches] across and stands 2 cm [3/4 of an inch] high. A rare item of the Victorian taste for the natura-listic in jewellery, in excellent, undamaged condition. [http://www.decimononic.com/blog/victorian-jewelry-flora-and-fauna-jewelry-curiosities-by-decimononic].110 “What is to be seen everywhere in London”, The Humming Bird, first volume, p. 1-2/9-10 Colombia, 200,000, Brazil and Trinidad 300,000, Mexico and Central America and South America 100,000, Japan 100,000, India 200,000, Africa 100,000, Europe 600,000. Total 1,600,000.148 . Rebeca Vanesa García Corzoera comparable con la cantidad existente en el planeta, muchas de ellas dañinas, e incluso contra los 100 millones usados cotidianamente para comer. Sin em-bargo, matizaba, consideraba que sería preciso prohibir la caza en determinadas temporadas del año y evitar la destrucción de huevos y de aves indispensables a la agricultura. Es más, se aventuraba a decir que haría poca diferencia para las tribus aladas si las damas se condenaran a sí mismas a no portar adornos de tal perfección, las joyas más brillantes de la creación (such as Humming Birds, blue Creepers, bright Tanagers, wonderful Trogons, and Birds of Paradise, etc.) que se conjugaban armoniosamente con sus encantos. Incluso, si la moda continuara para siempre, opinaba que ciertas especies de pájaro eran tan comunes que lleva-ría cientos de años su desaparición.Y sentenciaba: “si las damas no portan plumas como adornos por simpatía por los pobres pájaros, para ser consecuentes consigo mismas, no deberían co-merlos tampoco, y no deberían usar pieles por la misma razón”. Se preguntaba entonces: “¿Están preparadas para eso?”.En 1901 matizó su visión acerca de las damas “amigas de estos encantadores voladores”, y proponía, junto a lo anterior, la crianza en grande de ciertas espe-cies, hacer avicultura para que los cazadores indiscriminados que obtendrían lo que querían y se enriquecerían al mismo tiempo practicando la avicultura. En ese momento el negocio no parecía haber resentido demasiado y Boucard calculaba en 20 millones de francos el valor de la venta de pieles de aves en Londres para la moda (Boucard, 1901: 357-358).La moda de utilizar insectos y aves en la ropa comenzó en Francia aproxima-damente en la década de 1860, y alcanzó su culmen en las siguientes dos décadas, incluyendo a Estados Unidos y a la Inglaterra victoriana (1837-1901) entre los países que la seguían. De acuerdo con Tolini, esa fascinación fue producto de va-rios factores, el avance en la ciencia, la industrialización, el incremento de la clase ociosa y el acceso a los especímenes naturales, al mismo tiempo que las mujeres se valieron de esta práctica como una forma de negociar su papel en la sociedad moderna porque su ropa expresaba simultáneamente lo personal y lo privado, lo que les permitía reconectarlas con la naturaleza, domesticarla y manipularla a su antojo (Tolini, 2002: 13-14).Pero también, a medida que se ampliaba el uso cada vez más extravagante de pieles y plumas, e incluso de animales enteros disecados, empezaba a desarro-llarse cierta sensibilidad hacia la exageración en los adornos animales como los elaborados y provistos por Boucard. Fue así que, en 1889, un grupo de mujeres,formó la Royal Society for the Protection of Birds, un grupo de presión que hacía campaña contra el uso de plumas y pieles en la industria de sombrerería y que Adolphe Boucard (1839-1905) y las apropiaciones de la naturaleza mexicana . 149aún existe. Tenía dos reglas básicas: 1. “That Members shall discourage the wan-ton destruction of Birds, and interest themselves generally in their protection” y 2. “That Lady-Members shall refrain from wearing the feathers of any bird not killed for purposes of food, the ostrich only excepted” (Samstag, 1988).Conclusiónlos resultados de estos viajes tuvieron diferentes formas de divulgación para un conformado tanto por profesionales como por legos. Una de las formas de popu-larización y que llegó a ser considerada como un género propio fue la literatura de viajes. De hecho, durante la primera mitad del siglo XIX los relatos de viaje europeos acerca de partes no europeas del mundo funcionaron como reinvento- res de América y enfocaron al público lector metropolitano hacia empresas ex-pansionistas cuyos beneficios materiales pertenecieron a pocos (Pratt, 1992). Al mismo tiempo, en las metrópolis había un público que se apasionaba por infor-marse por lo que se creó una gran demanda de libros, y un sistema de organi-zaciones locales, sociedades de historia natural y cuerpos nacionales dedicados a campos particulares, como el de la ornitología (Bowler, 1998: 183). Fue así que los viajeros sirvieron de enlace entre la ciencia europea y la americana, pues no sólo importaban los conocimientos europeos, sino que también exportaban los de los países que visitaban con base en sus contactos con los naturales. Fueron agentes activos en el proceso de circulación de la ciencia.111 Los viajeros naturalistas fueron mediadores en un proceso de transforma-ción de la relación de la ciencia con la sociedad al ser agentes activos en su divul-111 Esta corriente de estudio surge entre los historiadores de la ciencia latinoamericanos, es- pañoles y estadounidenses, como respuesta al planteamiento de Basalla, pues tratan de lle-varlo más allá, y se caracteriza por buscar una conceptualización que permita el estudio del pasado científico en las periferias (fuera de Europa) como parte de un proceso de mundializa-ción, de una forma concreta de conocimiento cultural y no exclusivamente en clave naciona-lista. Se enfatiza el resultado de la interacción entre dos tradiciones que se ponen en contacto en todo proceso de difusión científica, la autóctona y la transferida (Lafuente, 1993: 19). En México, con los trabajos del Seminario de Juan José Saldaña en la UNAM sobre Filosofía e Historia de la Ciencia, se admiten dos tendencias dentro del proceso de mundialización: la colonialista, uno de cuyos máximos impulsores fue el barón de Humboldt, al elevar el cono-cimiento traído por España a la Colonia y el buen desenvolvimiento de los científicos criollos, y la nacionalista, aquella que exalta la existencia de ciencia propia desde antes de la Colonia, y que inclusive, y pese al poder omnímodo de la Corona española, logró desenvolverse inde-pendiente (Saldaña 1992: 55-98).150 . Rebeca Vanesa García Corzogación y popularización. Actualmente se rechaza la noción estereotípica de po- pularización en la que la ciencia es hecha, en primer lugar, por científicos y subse-cuentemente pasa a un público lego pasivo a través de un proceso de difusión que conlleva simplificación o incluso distorsión, en medios como las publicaciones, la literatura de viajes y las revistas, la pintura, los museos, zoológicos, jardines bo- tánicos y espectáculos diversos. Capítulo 8. Geología y nuevos materiales de construcción: el suelo de Guadalajara en la mira del inventor Genaro Vergara, a finales del siglo xix112Federico de la Torre de la TorreUniversidad de GuadalajaraIntroducciónAunque los primeros atisbos de la geología en México se mostraron apenas inició actividades el Real Seminario de Minería, con la enseñanza de la Orictognosia y Geognosia por parte del químico Andrés Manuel del Río, en atención a re-querimientos utilitarios de la actividad minera, lo cierto es que, tal como lo ha mostrado Luz Fernanda Azuela, no fue hasta la década de 1840 cuando “se abrió un periodo de gran importancia” para este campo “como disciplina académica, independientemente de su reconocido valor práctico y económico”. Todo ello, en un contexto marcado por los postulados científicos de Charles Lyell, que invita-ban a “desvelar los hitos de la historia de la tierra” (Azuela, 2007: 91-96).De esa manera, a la tradición iniciada por Del Río pronto se sumaría la de varios de su discípulos. De manera muy destacada la de Antonio del Castillo, quien más tarde dejaría su legado en personajes como Mariano Bárcena y Santia-go Ramírez, entre muchos más, quienes paulatinamente trabajaron en la institu-cionalización de este campo disciplinar.113 Fue sobre todo a partir de las reformas que llevaron a la creación de la Escuela Nacional de Ingenieros, en lugar del Co-legio de Minería, que la geología se incorporó a los planes de estudio de manera sistemática, con pretensiones científicas cada vez más definidas, no obstante su dependencia respecto de los requerimientos específicos de las carreras de ingenie-112 Esta investigación es parte del proyecto PAPIIT núm. IN 302416: “Las investigaciones geo- gráficas y naturalistas en México (1786-1950)”. Responsable Dra. Luz Fernanda Azuela, Ins-tituto de Geografía-UNAM. 113 A este respecto, véase Morelos (2012).152 . Federico de la Torre de la Torrería –sobre todo la de minas–. Ese contexto sirvió para detonar un interés cada vez más vasto hacia los estudios geológicos, que propició a su vez la búsqueda de sus aplicaciones en ámbitos, también, que iban más allá de la tradicional actividad minera enfocada a la explotación de metales preciosos y del hierro.Paralelamente a los avances de la geología en el mundo y en México, desde principios del siglo XIX fueron notorios los que también se dieron en la técnica, particularmente en el renglón de los sistemas constructivos, sobre todo con la adopción de nuevos materiales. Uno de los primeros efectos de la Revolución In-dustrial en este campo, según los historiadores de la tecnología Derry y Williams, fue la propagación del ladrillo como material base de las nuevas edificaciones. En esta época, los “yacimientos de arcilla” se vieron paulatinamente “más extendi-dos que la piedra para la cantería, mientras que el rápido desenvolvimiento de la minería del carbón y las mejoras en el transporte del mismo, primero por canal y después por ferrocarril, hicieron más fácil… la alimentación de los hornos para cocer ladrillos”, lo que facilitó su pronta expansión en la actividad constructiva. Aparte del ladrillo, conforme avanzó la centuria decimonónica, ocurrió una paulatina emergencia de otros materiales usados en la construcción, como la “mezcla del yeso para el acabado de paredes, del mortero para la unión de la pie- dra o el enladrillado, y del hormigón para los cimientos” (Derry y Williams, 1977: 588-589). E, igualmente, ganaron presencia en ese contexto, los primeros avances en cuanto a la fabricación de cemento a partir de la “mixtura de cal y arcilla”. El inglés Joseph Aspdin fue quien “calcinó una mezcla de yeso y arcilla a una temperatura bastante alta para aglutinarla, es decir, para que se unieran las partículas sin fundirse realmente”; y así nació el popularmente conocido “cemen- to portland”, material que dentro de sus bondades comerciales en Inglaterra, su-gería la sustitución de la “piedra de Portland”, famosa por su fuerza en el uso de las construcciones (Derry y Williams, 1977: 589). Ciertamente, el mayor éxito de esta alternativa en la construcción ocurrió sobre todo con la transición del siglo XIX al XX, a partir de aplicaciones que se hicieron de este material, combina-damente con estructuras metálicas, particularmente cuando se,popularizó el uso de la varilla y dio lugar al concreto armado.En sus orígenes, la elaboración del “cemento portland” fue básicamente el resultado de procedimientos ensayados empíricamente, “que sólo más tarde exi-gieron la intervención de la ciencia para alcanzar niveles óptimos de producción y de consumo” (Domínguez Martínez, 2013: 260). A ello contribuyeron los con-secuentes avances logrados por disciplinas científicas emergentes como la geolo-gía, sobre todo desde las postrimerías del siglo XIX. Sin embargo, el auge de este novedoso material se expresó desde que fue posible el “logro de composiciones de Geología y nuevos materiales de construcción: el suelo de Guadalajara en la mira del… . 153mayor resistencia”, temporalmente ubicadas a partir de la sexta década de la cen-turia mencionada. Concretamente, en 1862 “aparecieron en el mercado los pri-meros equipos industriales derivados de la fabricación de cemento a gran escala”, conocidos como “las chancadoras de clinker (material fragmentado y calcinado producido en horno), por iniciativa de la firma inglesa Blake Stonebreaker”. Poco tiempo después, en 1868, este tipo de cemento llegó también al continente ameri-cano, considerado como una mercancía inglesa muy apreciada en territorios esta-dounidenses, “donde tres años más tarde el industrial David O. Saylor habría ins-talado la primer fábrica, la Coplay Cementy (Domínguez Martínez, 2013: 261).”Los antecedentes descritos ayudan a ubicar el contexto científico y tecnoló-gico en el cual se dieron múltiples intentos de invención que, desde varios puntos de México, buscaron el privilegio para explotar patentes vinculadas a la actividad constructiva.114 En este trabajo, concretamente, se pretende mostrar cierto auge innovador que se dio en Guadalajara, Jalisco, en el ramo de los materiales de este tipo, lo que coincidió con un mayor conocimiento geológico y una incipien-te modernización en la actividad constructiva, durante la penúltima década del siglo XIX. Se busca establecer el vínculo que existió entre el quehacer científico desplegado por ingenieros como Carlos F. de Landero y Mariano Bárcena, con el de otros profesionales de la ingeniería avocados a la industrialización de los ma- teriales provenientes de la tierra, en beneficio de aplicaciones técnicas muy con-cretas. En esta condición, se analizan los intentos de registro de patentes que hizo el “ingeniero mecánico constructor” Genaro Vergara Castaños durante los años de 1889 y 1890.Expresiones inventivas de personajes como el aludido, ocurrieron en un con-texto de renovación material de la ciudad de Guadalajara, enmarcado también por importantes cambios de tipo cultural y científico, como el afianzamiento de instituciones que le dieron sentido al quehacer de los profesionales de la ingenie-ría (de manera destacada, la Sociedad de Ingenieros de Jalisco y la novel Escuela de Ingenieros).114 Contando las solicitudes presentadas ante la instancia de Fomento encargada de resol-ver sobre las patentes en México, en la “Clase G Construcción” del Archivo General de la Nación, se han identificado un total de 49 trámites, que se realizaron entre marzo de 1855 y febrero de 1890. Aunque la mayoría de esas solicitudes no precisan el origen del invento –porque normalmente se indica a la Ciudad de México como punto de la gestión institu-cional—, se alcanza a ver que algunos de los puntos geográficos donde estaba ocurriendo la actividad inventiva en este rubro, incluía a San Luis Potosí, Puebla, Oaxaca, Yucatán, Vera-cruz, Jalisco y Tamaulipas, además de la Ciudad de México. A este respecto, véase Soberanis Carrillo (1989: 361-370).154 . Federico de la Torre de la TorreUna cultura científica y empresarial modernaMúltiples referentes, enlazados entre sí, permiten un mejor entendimiento de lo que pasaba en Guadalajara y su región, en su arribo a la modernidad en diversos ámbitos, durante la transición de los siglos XIX al XX. Uno de los primeros fue el proceso de mecanización ocurrido en ramos industriales como el de los textiles, el papel y el fierro, apenas iniciada la década de 1840, en el marco de las inicia-tivas encabezadas por Lucas Alamán a escala nacional desde la fundación del Banco de Avío, una década antes. El nacimiento de fábricas como las de hilados y tejidos de Atemajac, La Escoba, La Experiencia y Río Blanco (en las confluencias municipales de Zapopan y Guadalajara); las de papel, como La Constancia en Tapalpa y El Batán en Zapopan; así como las ferrerías de Tula en Tapalpa y La Providencia en Tamazula, supusieron en quienes las impulsaron, la asunción de los nuevos paradigmas del progreso, sustentados en las innovaciones científicas y técnicas en aras del mejor aprovechamiento de los recursos naturales, propios de la exitosa Revolución Industrial europea. Indudablemente, este fue un factor muy importante para la conformación gradual de una mentalidad empresarial moderna en la región. Aunado al referente anterior, otro muy relevante fue el desarrollo paulatino de una cultura profesional y científico-técnica renovada que, en Jalisco ganó car-ta de naturalización a lo largo del siglo XIX, al menos desde tres vertientes. Por un lado, con el arribo de los técnicos extranjeros que fueron contratados para ope-rar el novedoso sistema industrial, ante la carencia de prospectos locales. Por el otro, con el retorno de varios jóvenes después de haber viajado, con el apoyo de sus padres, a estudiar profesiones no muy comunes para entonces, como la in-geniería, a la Ciudad de México o al extranjero. Y, finalmente, con la creación y sobrevivencia –en varios momentos, de manera precaria–, de algunas institu- ciones educativas locales de perfil científico-técnico a lo largo de las décadas de-cimonónicas, como lo fueron el Instituto de Ciencias de Jalisco desde 1827 y su posterior mutación en las escuelas especializadas de Ingeniería, Jurisprudencia y Medicina y Farmacia, desde 1883, así como de la Escuela de Artes Mecánicas de Guadalajara, después conocida como de Artes y Oficios de Jalisco, entre otras. La suma de esos y otros ingredientes, a la postre dieron lugar a una impor- tante comunidad con perfil científico-técnico cuyas expresiones fueron muy di-versas. Entre ellas, muy notoria fue la creación de asociaciones profesionales que aglutinaron a ingenieros, agricultores, médicos y farmacéuticos. A través de di-chas agrupaciones, los nuevos profesionales buscaron incidir en la sociedad y en la política desde múltiples trincheras: a veces, compartiendo conocimientos nue-Geología y nuevos materiales de construcción: el suelo de Guadalajara en la mira del… . 155vos con el apoyo de instrumentos de divulgación como los boletines; en otras ocasiones, al ejercer su influencia en la consolidación de las escuelas profesionales dentro de los distintos campos del saber; pero también, a partir del impulso de gabinetes científicos, tales como los observatorios astronómico y meteorológico, los jardines botánicos y los museos.Un tercer referente que coadyuvó en la modernización de las actividades pro- ductivas en varios sectores económicos, y que también resultó fundamental para el afianzamiento de una cultura industrial moderna –sobre todo en la era porfi-rista–, fue la ampliación y diversificación de las comunicaciones. Especialmente a partir de la inauguración de rutas del ferrocarril que facilitaron la conexión de Guadalajara con la Ciudad de México y otros puntos del país, desde 1882 y 1888,115 mismas que se convertirían en importantes facilitadores para el fomen-to de la actividad minera y ganadera jalisciense, con repercusiones también en segmentos productivos agroindustriales de fuerte arraigo, como el del mezcal –después llamado tequila– o el de productos derivados de la caña de azúcar. En este sentido, es importante destacar la apertura, en 1896, del ramal Guadalajara-Ameca, que posteriormente –desde 1900– se extendió a los municipios
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